Ramiro Pellitero Iglesias, Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra
Ir adelante con valentía, apoyados en Dios
Entre las enseñanzas del Papa este verano destacan, además de su catequesis durante la audiencia general del 7 de agosto, dos cartas: la que ha enviado al Pueblo de Dios que peregrina en Alemania (29-VI-2019) y la Carta a los sacerdotes (4-VIII-2019) en el 160º aniversario de la muerte del Cura de Ars.
Discernir los caminos de la esperanza
La primera Carta es un testimonio de cómo el Papa, en las circunstancias actuales de incertidumbre y cambios que atraviesan los católicos alemanes, desea promover una serie de actitudes que se pueden sintetizar en esta frase: “fomentar la búsqueda para responder con parresia a la situación presente”.
La carta –que nos sirve a todos los católicos, especialmente a los europeos– subraya algunos presupuestos para el discernimiento eclesial. Un primer grupo de elementos tienen que ver con lo que podríamos considerar discernimiento prudencial o ético, integrado en la experiencia cristiana: el realismo y la paciencia –porque no se pueden abordar a la vez todas las necesidades, y también por eso conviene poner en marcha procesos, mas que confiar en resultados inmediatos y poco maduros–; el análisis y la valentía para caminar juntos, mirando a la realidad y con las energías de las virtudes teologales.
Aquí hay una referencia a un nuevo pelagianismo que confiara todo a “estructuras administrativas y organizaciones perfectas” (Evangelii gaudium, 32). Más adelante se habla también del nuevo gnosticismo de los que “queriendo hacerse un nombre proprio y expandir su doctrina y fama, buscan decir algo siempre nuevo y distinto de lo que la Palabra de Dios les regalaba”; de los que sintiéndose ‘avanzados’ o ‘ilustrados’ querrían superar el “nosotros” eclesial con sus propios esquemas (cf. J. Ratzinger, El Dios de Jesucristo, Salamanca 1979).
Como en ocasiones anteriores (cf. Encuentro con el Comité directivo del CELAM, Bogotá, 7-IX-2017), el Papa propone “gestionar el equilibrio” con esperanza y no tener “miedo al desequilibrio” (cf. Evangelii gaudium, 97); pues hay tensiones y desequilibrios que son inevitables y, más aún, imprescindibles como parte del anuncio del Evangelio.
Para mejorar nuestra misión evangelizadora tenemos el discernimiento, que hoy debe realizarse también a través de la sinodalidad. Se trata de “vivir y de sentir con la Iglesia y en la Iglesia, lo cual, en no pocas situaciones, también nos llevará a sufrir en la Iglesia y con la Iglesia”, tanto a nivel universal como particular. Para ello hay que buscar caminos reales, de modo que todas las voces, también las de los más sencillos y humildes, tengan espacio y visibilidad.
Tradición viva y correspondencia a la gracia
Francisco señala también otras condiciones del discernimiento que son específicamente eclesiales, porque ese discernimiento se realiza en el marco de la vida de la Iglesia como correspondencia a la gracia de Dios.
Es necesario “mantener siempre viva y efectiva la comunión con todo el cuerpo de la Iglesia”, sin encerrarnos en nuestras particularidades ni dejarnos esclavizar por las ideologías. Y para ello se requiere la conexión con la Tradición viva de la Iglesia.
Ese marco está asegurado por la referencia a la santidad que todos hemos de fomentar y la maternidad de María; por la fraternidad dentro de la Iglesia y la confianza en la guía del Espíritu Santo; por la necesidad de priorizar una visión amplia del todo, pero sin perder a atención por lo pequeño y cercano.
Todo ello pide además, para posibilitar la correspondencia personal a la gracia, especialmente de los pastores, un “estado de vigilia y conversión”: dones de Dios que se deben implorar por medio de la oración –que incluye la adoración–, el ayuno y la penitencia. Así podremos aspirar a tener los mismos sentimientos de Cristo (cf. Flp 2, 7), es decir, su humildad, pobreza y valentía.
Dolor y gratitud, ánimo y alabanza
La Carta a los sacerdotes, con ocasión de los 160 años del fallecimiento del santo Cura de Ars, llega en un momento oportuno, cuando muchos necesitan el agradecimiento y el ánimo de un hermano mayor y padre. Cuatro palabras jalonan las las actitudes que el papa quiere transmitir a los presbíteros: dolor, gratitud, ánimo y alabanza. Y todo ello sobre el trasfondo de la esperanza y de la confianza en la misericordia de Dios.
Primero el dolor, ante todo, por las victimas de los abusos cometidos por parte de sacerdotes. También, y al mismo tiempo, dolor por los sacerdotes que se sienten rechazados o puestos bajo sospecha en algunos lugares.
Dios quiere que llevemoa adelante nuestra misión con la conversión y la transparencia, la sinceridad y la solidaridad especialmente con las víctimas, siempre atentos a toda forma de sufrimiento ajeno. Dios busca también la purificación eclesial, salvarnos de las hipocresías y de las apariencias, pues el humilde arrepentimiento es siempre buen camino para el comienzo renovado de la santidad.
En segundo lugar, la gratitud. Primero a Dios, que nos ha llamado a su servicio. De manera que esa “memoria agradecida” es garantía de la fecundidad espiritual que se sigue habitualmente en la vida de los sacerdotes. (Es aquí donde el papa Francisco cita a Lucio Gera como gran maestro de vida sacerdotal de su tierra).
Agradecimiento también del papa a los sacerdotes por la fidelidad a sus compromisos, a pesar de las dificultades del ambiente, de los propios límites y pecados. Gracias por su lucha cotidiana para mantener un corazón alegre y fiel, por la fraternidad con los demás presbíteros, por la unidad en torno al obispo, por la perseverancia y el aguante, la fortaleza y la valentía. Gracias por la oración diaria y la celebración de los sacramentos, especialmente por el de la Eucaristía y el de la Reconciliación, donde derraman a manos llenas la misericordia de Dios. Gracias por la cercanía a los que sufren. Gracias asimismo al Pueblo fiel que nos acompaña y nos cuida, y al que tenemos que cuidar por nuestra parte.
En tercer lugar, Francisco anima a los sacerdotes para que acudan a la oración y se muestren cercanos a todos los que les necesitan, especialmente los que sufren, porque ellos son “las llagas de Jesús”. La oración es necesaria para evitar la acedia o tristeza espiritual. En la oración descubrimos nuestras debilidades y la fortaleza que viene de Dios y se apoya en la oración del Pueblo de Dios.
Junto con la oración es preciso que el sacerdote busque el acompañamiento espiritual para si mismo. Eso refuerza su vinculación con el pueblo de Dios y le abre en salida evangelizadora. Y siempre elevando nuestro corazón en alabanza a Dios, junto con María.
El ejemplo de los Apóstoles
De las actitudes que aparecen en estas dos cartas –tanto las que el Papa promueve para todos los católicos como las que desea impulsar en los sacerdotes–, son modelo las que aparecen en los Hechos de los Apóstoles.
“Ellos interceden y Cristo actúa, obrando ‘junto a ellos’ y confirmando la Palabra con los signos que la acompañan (Mc 16, 20)” (Audiencia general, 7-VIII-2019).
En la curación del paralítico que pedía limosna en la puerta Hermosa del templo Pedro y Juan muestran el rostro de la Iglesia, que “que ve a quien está en dificultad, no cierra los ojos, sabe mirar a la humanidad a la cara para crear relaciones significativas, puentes de amistad y de solidaridad en vez de barreras. (...). Se trata del “arte del acompañamiento” que se caracteriza por la delicadeza con que nos acercamos a la “tierra sagrada del otro”. (...) Pedro y Juan nos enseñan a no confiar en los medios, que también son útiles, sino en la verdadera riqueza que es la relación con el Resucitado. (...)”
Todos nosotros, nos interpela el Papa, debemos preguntarnos cuál es nuestra riqueza, nuestro tesoro con el que podemos hacer ricos a los demás. Y descubriremos, con memoria agradecida, que los beneficios del amor de Dios en nuestra vida nos impulsan a un testimonio de alabanza y reconocimiento, a la generosidad que tiende la mano para que los demás se alcen.