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Es que no me apetece...

01/09/24

Publicado en

Diario de Navarra

GERARDO CASTILLO CEBALLOS |

Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra

-Eres un estudiante brillante. ¿Quieres seguir estudiando cuando termines el bachillerato? -Es que no me apetece. Vivimos en una sociedad en la que lo que lo que apetece y lo que no apetece muchas veces orienta nuestra vida. Dejamos que las sensaciones y emociones ocasionales sean las que “decidan” por nosotros. Para algunas personas la norma para hacer o no hacer algo es simplemente que eso apetezca o no apetezca. No consideran si es bueno o malo, oportuno o inoportuno, sensato o insensato. La apetencia sería un fin en sí mismo.

Apetecer es desear algo; querer, en cambio, es otra cosa muy diferente. Me refiero al querer de la voluntad. Desear es pretender algo de forma pasajera, sin continuidad; en cambio, querer es determinación, propósito firme, resolución de conseguir algo y entregarse a esa tarea.

La conducta voluntaria está dirigida por razones, es reflexiva, elige actuar de un modo u otro. En cambio, la conducta en función de apetencia y del deseo es irreflexiva. La voluntad se desvirtúa cuando se sustituye el acto voluntario por el deseo.

La especie humana, a diferencia de lo que ocurre en las demás especies biológicas, no marca a sus miembros pautas fijas e innatas de conducta, sino que ofrece espacios para la autodeterminación de cada uno de ellos. Querer, en sentido estricto, no es un simple tener ganas. No basta conocer una cosa para quererla. La voluntad no es un automatismo. Puedo querer algo con independencia de que me agrade o no me agrade. Una persona afectada por el síndrome del “no me apetece”, si no tiene ninguna obligación externa que lo empuje a activarse, cada vez hará menos cosas y de peor gana. ¿Qué cabe esperar de una familia o de una empresa donde cada miembro tiende a hacer sólo lo que le apetece? Si cada persona pospone el deber por el capricho, tanto la convivencia como el gobierno de esas instituciones serán imposibles.

La raíz del problema es que actualmente apenas se educa la voluntad. Entre los factores que parecen incidir en el declive de la educación de la voluntad se encuentra el permisivismo educativo y una cultura emotiva que privilegia el sentimiento por encima de la razón y de la voluntad.

La educación de la voluntad implica exigencia, esfuerzo y autodominio. La fuerza de voluntad se desarrolla afrontando dificultades por sí mismo. Pero no basta tener fuerza de voluntad; es necesario que sea una voluntad buena, orientada al bien. Al Capone y Teresa de Calcuta tenían mucha fuerza de voluntad; el primero la empleó en liderar una banda de criminales que se enriqueció con el tráfico de sustancias ilegales. La segunda la orientó al servicio sacrificado y desinteresado a los más pobres de los pobres.