Ramiro Pellitero Iglesias, Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra
Caminar discerniendo el paso de Dios
Entre las enseñanzas del Papa Francisco estas semanas destacan las tres audiencias generales.
Pedro pasa entre los enfermos
El 28 agosto le Papa mostró a la Iglesia naciente (cf. Hch, cap. 5) como un «hospital de campaña» especialmente para los enfermos: «Los enfermos son privilegiados para la Iglesia, para el corazón sacerdotal, para todos los fieles. No son para descartar; al contrario, son para curar, para cuidar: son objeto de la preocupación cristiana».
En este «hospital» destaca la figura de Pedro, y quizá el Papa Francisco se ha querido reflejar a sí mismo –como fruto de su oración y en sus actitudes– en la descripción del paso de Pedro entre los enfermos del cuerpo o del alma, sin dejar de observar que «la acción sanadora de Pedro suscita el odio y la envidia de los saduceos». Así lo contempla:
«Pedro pasa y, sin que haga nada, su sombra se vuelve “caricia” sanadora, comunicación de salud, efusión de la ternura del Resucitado que se inclina sobre los enfermos y les devuelve la vida, la salvación, la dignidad. Así manifiesta Dios su proximidad y hace de las llagas de sus hijos “el lugar teológico de su ternura” (Homilía en Santa Marta, 14-XII-2017). En las llagas de los enfermos, en las dolencias que son impedimento para avanzar en la vida, está siempre la presencia de Jesús, la llaga de Jesús. Es Jesús quien llama a cada uno de nosotros a cuidarlos, sostenerlos, curarlos».
El discernimiento de Gamaliel
En la audiencia del 18 de septiembre se fija el Papa en el discernimiento ejercitado por Gamaliel. «En medio del Sanedrín, se levanta la voz discordante de un fariseo que decide frenar la reacción de los suyos», la reacción de violencia y persecución contra los cristianos. «Gamaliel toma la palabra y muestra a sus hermanos cómo ejercer el arte del discernimiento ante situaciones que superan los esquemas acostumbrados».
Demuestra Gamaliel, citando algunos personajes que se habían hecho pasar por el Mesías, «que todo proyecto humano primero puede obtener aprobación y luego naufragar, mientras que todo lo que viene de lo alto y lleva la “firma” de Dios está destinado a durar». En cambio, «los planes humanos fracasan siempre; tienen un tiempo, como nosotros».
Concretando más el caso, continúa Francisco: «Gamaliel concluye que, si los discípulos de Jesús de Nazaret han creído en un impostor, están destinados a desaparecer en la nada; si, en cambio, siguen a uno que viene de Dios, es mejor renunciar a combatirlos; y advierte: “¡No sea que os vayáis a encontrar combatiendo contra Dios!” (Hch 5,39)». Y así Gamaliel nos enseña algunos criterios para el discernimiento en la línea de la duración y de los resultados de las acciones y obras humanas.
Las palabras de Gamaliel, a juicio del Papa, «son palabras serenas y con amplitud de miras, que permiten ver el evento cristiano con una luz nueva y ofrecen criterios que “saben a Evangelio”, porque invitan a reconocer el árbol por sus frutos (cfr. Mt 7,16)». Es así como «tocan los corazones y obtienen el efecto esperado: los demás miembros del Sanedrín siguen su parecer y renuncian a sus propósitos de muerte, es decir, de matar a los Apóstoles».
En consecuencia aconseja Francisco adoptar esos criterios, junto con otros, para nuestro discernimiento: la unidad de la historia de la salvación y los signos de Dios en los tiempos y en las personas: «Pidamos al Espíritu Santo que actúe en nosotros para que, tanto personal como comunitariamente, podamos adquirir el habito del discernimiento. Pidámosle saber ver siempre la unidad de la historia de la salvación a través de los signos del paso de Dios en este tiempo nuestro y en los rostros de quien tenemos al lado, para que aprendamos que el tiempo y los rostros humanos son mensajeros del Dios vivo».
Cristo, criterio vivo para nuestro discernimiento
En medio de las dos audiencias citadas, el 11 de septiembre, Francisco hizo un balance de su viaje apostólico a Mozambique, Madagascar y Mauricio, adonde fue como «peregrino de paz y esperanza» y de donde había regresado el día anterior.
En el centro de su viaje, dijo este miércoles, ha querido poner a Cristo: «La esperanza del mundo es Cristo, y su Evangelio es el más potente fermento de fraternidad, de libertad, de justicia y de paz para todos los pueblos».
En Mozambique –que se recupera de un largo conflicto armado y ha sido afectado por dos ciclones devastadores– esparció «semillas de esperanza, paz y reconciliación». Especialmente a las autoridades y a los jóvenes el Papa les animó a que construyeran el país, juntos los creyentes de diversas religiones, «superando la resignación y la ansiedad, difundiendo la amistad social y atesorando las tradiciones de los ancianos». Ante los educadores y responsables de las comunidades cristianas rezó en voz alta: «Pido al Espíritu Santo que os dé siempre la lucidez de llamar a la realidad con su nombre, la valentía de pedir perdón y la capacidad de aprender a escuchar lo que Él quiere decirnos».
La generosidad, como fruto de una «memoria agradecida» a los dones de Dios, la comprobó Francisco en el hospital de Zimpeto. Allí subrayó que «entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que “gime y sufre dolores de parto” (Rm 8,22; Encíclica Laudato si’, 2)».
En el estadio de Maputo celebró la Misa por el progreso de los pueblos, bajo una lluvia bienvenida como símbolo del amor divino: «Los cantos, las danzas religiosas…, tanta felicidad. No importaba la lluvia». Recuerda y subraya el Papa: «Allí resonó el llamamiento del Señor Jesús: “Amad a vuestros enemigos” (Lc 6,27), la semilla de la verdadera revolución, la del amor, que apaga la violencia y genera fraternidad». «La decisión por Cristo –propuso entonces– nos mantendrá en el camino del amor, en la senda de la misericordia, en la opción por los más pobres, en la preservación de la naturaleza».
Ya en Antananaribo, capital de Madagascar –país rico de bellezas y recursos naturales pero a la vez uno de los cinco más pobres del mundo– Francisco completó su mensaje con la apelación a la solidaridad, el respeto al ambiente y a la justicia social. «La solidaridad –les dijo a los jóvenes– es la mejor arma para transformar la historia». El icono fue aquí «la Ciudad de la amistad», Akamasoa, como signo animado por el Evangelio. «Sin fe ni oración no se construye una ciudad digna del hombre», proclamó ante las monjas contemplativas. La jornada se centró, «bajo el signo de la alabanza a Dios», en la Eucaristía dominical
Más adelante, en Mauricio –encrucijada de culturas, razas y religiones, conocida meta turística y con uno de los ingresos per capita más alto de Africa–, el Papa presentó las Bienaventuranzas como «carné de identidad de los discípulos de Cristo», como «antídoto contra la tentación de un bienestar egoísta y discriminatorio» y como «levadura de verdadera felicidad, impregnada de misericordia, de justicia y de paz». Le impresionó la evangelización de los pobres y el esfuerzo por «armonizar las diferencias en un proyecto común». Y les animó a fomentar la capacidad de acogida y el desarrollo de la vida democrática.
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De esta forma, el paso de Pedro entre los enfermos y bajo la lluvia –a veces incluso en medio de las tormentas y caminando sobre las aguas–, el discernimiento del propio actuar –teniendo en cuenta los tiempos y los resultados, la visión de conjunto y la centralidad de las personas–, la entera vida cristiana con sus alegrías y dificultades –ordinarias y extraordinarias–, el esfuerzo por sembrar la paz y trabajar solidariamente con esperanza –valorando los elementos preciosos de sabiduría que Dios ha sembrado en las culturas y las religiones (cf. LG 16-17, AG 11 y 15)–, componen, en efecto, un «lugar teológico» cuando se miran con los ojos de Cristo, se viven con su presencia y colaboran con su acción en nuestro mundo.