Ramiro Pellitero Iglesias, Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra
“Curar el mundo”: tarea de todos
Desde el 5 de agosto el Papa viene impartiendo, en sus audiencias de los miércoles, una catequesis titulada “Curar el mundo”. Se trata de orientar a los católicos e iluminar a todos –en el actual contexto de la pandemia Covid-19 y las “enfermedades sociales” que pone de manifiesto– para la construcción de un mundo mejor, lleno de esperanza. Francisco señaló al principio que lo haría bajo un triple foco: el mensaje del Evangelio, las virtudes teologales y la doctrina social de la Iglesia. Y en esa triple clave se manifiesta como excelente maestro y catequista de la fe. Además, sin duda de este modo ha ido preparando la publicación de su nueva encíclica sobre la fraternidad (Fratelli tutti).
Cristo trae la sanación y la salvación
En la primera catequesis, el Papa explicó cómo el reino de Dios trae consigo, al mismo tiempo, la sanación y la salvación; y se manifiesta en la fe, la esperanza y el amor. La sanación nos habla de nuestras enfermedades físicas, espirituales y sociales. Jesús se ocupó de todas esas dimensiones de los enfermos. Por ejemplo, al curar al paralítico de Cafarnaún (cf. Mc 2, 1-12)
“La acción de Cristo es una respuesta directa a la fe de esas personas, a la esperanza que depositan en Él, al amor que demuestran tener los unos por los otros. Y por tanto Jesús sana, pero no sana simplemente la parálisis, sana todo, perdona los pecados, renueva la vida del paralítico y de sus amigos. Hace nacer de nuevo, digamos así. Una sanación física y espiritual, todo junto, fruto de un encuentro personal y social” (Audienca general, 5-VIII-2020)
¿Cómo ayudar a sanar nuestro mundo? La Iglesia –a la que como institución no le corresponde ni ocuparse de las cuestiones de salud ni dar indicaciones sociopolíticas al respecto– ha desarrollado algunos principios sociales que ayudan en la sanación –podríamos decir integral– de las personas, al mismo tiempo que invita a abrirse a la salvación que ofrece el mensaje cristiano. Los principales son: “el principio de la dignidad de la persona, el principio del bien común, el principio de la opción preferencial por los pobres, el principio de la destinación universal de los bienes, el principio de la solidaridad, de la subsidiariedad, el principio del cuidado de nuestra casa común” (Ibid.)
Fe y dignidad, esperanza y economía
En la segunda catequesis (“Fe y dignidad humana”, 12 de agosto), Francisco señaló que la pandemia no es la única enfermedad que combatir, pues ha sacado a la luz otras “patologías sociales”, sobre la base de una cultura individualista y del descarte, que reduce al ser humano a “un bien de consumo”. Se olvida así la dignidad humana, que se fundamenta en la creación del hombre como imagen y semejanza de Dios. Esta dignidad fundamental de toda persona es la base de la Declaración universal de los Derechos humanos (1948), como reconocen no solo los creyentes sino muchas personas de buena voluntad. Y la dignidad humana tiene serias implicaciones sociales, económicas y políticas y promueve actitudes como la atención, el cuidado y la compasión.
A continuación, se centró en la opción preferencial por los pobres y la virtud de la caridad, como dos “medios” que propone el cristianismo (19-VIII-2020). El primero –subrayó con fuerza– no es una opción política, ni ideológica, ni de partidos, sino que está en el centro del Evangelio. La vida de Jesús sus enseñanzas y sus seguidores se reconocen “por su cercanía a los pobres, a los pequeños, a los enfermos y a los presos, a los excluidos, a los olvidados, a quien está privado de alimento y ropa” (cfr. Mt 25, 31-36), y con ese parámetro seremos juzgados todos.
“La fe, la esperanza y el amor necesariamente nos empujan hacia esta preferencia por los más necesitados, que va más allá de la pura necesaria asistencia. Implica de hecho el caminar juntos, el dejarse evangelizar por ellos, que conocen bien al Cristo sufriente, el dejarse ‘contagiar’ por su experiencia de la salvación, de su sabiduría y de su creatividad”.
Por tanto, hay que trabajar para sanar y cambiar las “estructuras sociales enfermas”, porque de la pandemia, como de toda crisis, se sale mejores o peores. Y querríamos salir mejores.
“¡Sería triste si en la vacuna para el Covid-19 se diera la prioridad a los ricos! (…) Hay criterios para elegir cuáles serán las industrias para ayudar: las que contribuyen a la inclusión de los excluidos, a la promoción de los últimos, al bien común y al cuidado de la creación. Cuatro criterios”.
El cuarto día –26 de agosto– se centró en el destino universal de los bienes y la virtud de la esperanza. Una economía está enferma si promueve “el pecado de querer poseer, de querer dominar a los hermanos y las hermanas, de querer poseer y dominar la naturaleza y al mismo Dios”. La subordinación del legítimo derecho a la propiedad privada al destino universal de los bienes es una ‘regla de oro’ del ordenamiento ético-social (cf. Laudato si’, 93).
¿Pienso en las necesidades de los demás?
La semana siguiente –2 de septiembre– volvió el Papa de sobre la virtud de la fe, esta vez en relación con la solidaridad. La solidaridad no consiste solo en ayudar a los demás, sino que es cuestión de justicia, con “fuertes raíces en lo humano y en la naturaleza creada por Dios”. En el relato bíblico de Babel, lo que primaba era el querer ganar a costa de instrumentalizar a las personas; en Pentecostés sucede lo contrario: triunfa la armonía, porque cada uno sirve como instrumento para edificar la comunidad. La pregunta clave es: “¿pienso en las necesidades de los demás?”
Posteriormente trató sobre el amor y el bien común. La respuesta cristiana a la pandemia y a las consiguientes crisis socioeconómicas se basa en el amor. Y el amor es expansivo e inclusivo, llega a todos, a las relaciones cívicas y políticas, y también a los enemigos.
“El coronavirus nos muestra que el verdadero bien para cada uno es el bien común, no solo (el bien) individual –de personas, empresas o naciones– y, viceversa, el bien común es un verdadero bien para la persona” (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1905-1906). Un virus que no conoce barreras debe afrontarse con un amor sin barreras. Y esto debe traducirse en las estructuras sociales. Pero el bien común es, para comenzar, tarea de todos y cada uno. Y para los cristianos es además una misión.
“Los cristianos, especialmente los fieles laicos, están llamados a dar un buen testimonio de esto y pueden hacerlo gracias a la virtud de la caridad, cultivando su intrínseca dimensión social”. Cada uno debe manifestarlo en su vida corriente, hasta en los gestos más pequeños.
Cuidar y contemplar
En la séptima catequesis enfocó el cuidado de la casa común y la actitud contemplativa. El cuidado de los enfermos, de los ancianos y de los débiles debe asociarse al cuidado por la tierra y sus criaturas. Y para eso, como enseña la encíclica Laudato si’, se precisa la contemplación. Sin ella se cae fácilmente en “el antropocentrismo desequilibrado y soberbio” que nos convierte en dominadores déspotas sobre los demás y sobre la tierra.
“Los que no saben contemplar la naturaleza y la creación no saben contemplar a las personas en su riqueza. Y quien vive para explotar la naturaleza acaba explotando a las personas y tratándolas como esclavas”.
En cambio, asegura Francisco, “el contemplativo en acción tiende a convertirse en guardián del entorno (…), tratando de combinar conocimientos ancestrales de culturas milenarias con nuevos conocimientos técnicos, para que nuestro estilo de vida sea siempre sostenible”. Por eso contemplar y cuidar son dos actitudes fundamentales. Y no vale decir “Pues yo me apaño así”: “El problema no es cómo te apañes tú, hoy; el problema es: ¿cuál será la herencia, la vida de la generación futura?” Es importante contemplar para sanar, proteger y dejar un legado a los que vienen detrás.