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Asier Santas Torres, , Subdirector Departamento de Proyectos, Urbanismo Teoría e Historia de la Escuela de Arquitectura

La ciudad feliz

El autor indica que es prioritario evitar la pérdida de identidad a la que se han sometido nuestras urbes en las últimas décadas al haber propiciado una sistemática extensión

dom, 01 nov 2015 12:04:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

Ayer 31 de octubre, como cada año, se celebró el Día Mundial de las Ciudades. Somos casi 4.000 millones viviendo en ellas, el 54% de toda la población, y según la ONU se estima que en el año 2050 superemos la cifra de los 6.000 millones. En gran parte debido al incremento de las conurbaciones de India, China y Nigeria. Ahora bien, mientras que uno de cada ocho ciudadanos vive en alguna de las 28 megametrópolis que tienen más de 10 millones, la mitad de la población urbana lo hace en ciudades de tamaño medio, de menos de quinientos mil habitantes. Es más, si consideramos que se ha pasado desde los 746 millones de 1950 hasta los actuales 4.000 millones, y en previsión de que las ciudades medias sigan creciendo constantemente -tal puede ser el caso de Pamplona y su comarca-, es necesario actualizar nuestras estrategias de planificación urbana de la manera más urgente. Porque sin duda estamos ante uno de los retos más grandes del siglo XXI: convertirlas en el mejor lugar para vivir.

En este sentido, las ciudades medias condensan lo mejor de la condición humana. Bien dirigidas, ofrecen importantes oportunidades para el desarrollo personal porque permiten el acceso a una vivienda y trabajo dignos, sanidad y educación como necesidades básicas. Pero también, y como afirma Edward Glaeser en su libro El triunfo de la ciudad, ofrecen intercambios, decisiones e ideas, y es por eso que son los motores del progreso y el bienestar: la ciudad
ha sido siempre y será manantial de esperanza, porque para muchos deposita la Ilusión por una vida mejor, más completa y más prometedora.

En consecuencia, quienes gestionan, proyectan, construyen y habitan la ciudad deben acercar voluntades para encontrar lugares de consenso con el principal objetivo de beneficiar a todos. Siempre con la máxima de anteponer los intereses humanos a los intereses económicos o políticos, para lo cual los responsables hemos de participar activamente en su configuración: urbanistas, arquitectos, paisajistas, ingenieros, sociólogos, legisladores, economistas, políticos y administradores, constructores públicos y privados, filósofos y artistas. Incluso los mismos ciudadanos. Insisto, todos tenemos en nuestras manos el progreso de la ciudad y nuestro propio bienestar.

Cuando se trata de pensar, proyectar y determinar la urbe el objetivo fundamental es el equilibrio entre ésta, sus habitantes y el territorio del que dependen. Para conseguirlo debemos mejorar las estructuras que hemos heredado y evitar los errores cometidos en el pasado; ser conscientes de la obligación de proyectarlas no mediante el mecanismo de la extensión, olvidando así el cuidado y las carencias de lo existente, sino actuando con la misma energía en la cuidad que ya es. Hemos de procurar urbes con una densidad de habitantes moderada, priorizando la movilidad universal y pública frente al automóvil, incluyendo más naturaleza y procurando consumos energéticos racionales, dotándola de servicios y cultura al alcance de cualquiera; y configurándola con ordenaciones residenciales en las que por encima de excesivos lucros inmobiliarios se antepongan las bases formales y legales ideales para una tipología de vivienda que aún está por venir.

Precisamente hemos de buscar un entorno legal más adecuado a los tiempos actuales, articulando instrumentos de planeamiento flexibles, adaptables a los plazos y tendencias de transformación urbana; es muy importante regular y valorar el suelo de modo más justo y real, buscando la armonía entre intereses privados y colectivos; y reclamar inversiones públicas meditadas y necesarias, no ocurrentes o basadas en decisiones peregrinas. También es deseable incorporar las aspiraciones y deseos de sus habitantes mediante mecanismos de participación dirigidos por técnicos cualificados; cuidar la escala humana de los barrios, tratando de recuperar el olvidado concepto de vecindad y haciéndolo compatible con un mundo globalizado (recordemos que las ciudades son los puntos del planeta en los que lo global mejor se articula con lo local). Pero por encima de todo, es prioritario evitar la pérdida de identidad a la que se han sometido nuestras urbes medias -y sobre todo sus extensionesen las últimas décadas, apostando por fortalecer la singularidad de cada una y ofreciendo a sus habitantes espacios urbanos domésticos y singulares con los que sentirse identificados. Porque es preciso entender, hoy más que nunca, que parte de nuestra felicidad depende del sentimiento de pertenencia a la ciudad en la que somos.