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Testimonios gráficos de la religiosidad de antaño en el día de Difuntos

01/11/2011

Publicado en

Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

La costumbre de inhumar los cuerpos por parte de los cristianos data de los primeros siglos de nuestra era, cuando optaron por el entierro de los cuerpos, frente a la costumbre de cremación de los romanos. Al principio, lo hicieron en los jardines de las casas de determinados fieles, posteriormente, en las catacumbas y, más tarde, en sepulcros pétreos.

Durante la Edad Media, se extendió la creencia de que los cuerpos de los sepultados dentro de las iglesias se beneficiaban más de los oficios litúrgicos que se celebraban en ellas y, por tanto, alcanzaban antes el perdón divino. Es por ello por lo que las tumbas más cercanas al altar tenían más valor que las que estaban más alejadas.

Las Partidas de Alfonso X el Sabio establecían en Castilla qué personas se podían enterrar en las iglesias: “reyes e las reynas y sus fijos, et los obispos e los abades, e los priores e los maestros e los comendadores que son perlados de las eglesias conventuales, e los ricos ommes e los otros ommes onrados que fiziessen eglesias de nueuo o monesterios e scogiessen en ellos sus sepulturas; et todo otro omme quier fuesse clérigo o lego, que lo metiesen por sanidat de buena vida e de buenas obras”.

Los interiores de las parroquias poseyeron secularmente su plan de sepulturas familiares o encajonado que, en algunos casos, se conservan y en otros conocemos por diseños dibujados. Otros cementerios ubicados en los atrios o junto a los templos nos han legado interesantes estelas funerarias.

La celebración del día de las Ánimas o de los fieles difuntos revestía un carácter importante pues estaba prescrito que, desde el mediodía del día 1 de noviembre, fiesta de Todos los Santos, a la media noche del día siguiente, se debían hacer determinados rezos, responsos y la petición por las intenciones del Papa, ganándose

Dos interiores de iglesias baztanesas en el día de Ánimas

La instantánea plasmada en una postal comercializada por el establecimiento local de G. Marín de Elizondo a comienzos del siglo XX, muestra el aspecto que presentaba el interior del templo parroquial en el día de las Ánimas o su novenario, con todo dispuesto para cantar el responso con absolución al catafalco, pieza que vemos frente al altar, junto al comulgatorio. Pero es todo el pavimento de la nave de la iglesia, desde el sotacoro, lo que llama la atención por estar cubierto por las tumbas familiares con ofrendas de cirios y panes. Como es sabido, en la sociedad tradicional, la sepultura era considerada como una prolongación de la casa nativa. Se encontraba en la iglesia y se conocía con los nombres de fosa o fuesa. Las ofrendas citadas se colocaban sobre la sepultura, cubierta con un paño de difuntos, de ordinario negro, sobre el que se disponían un soporte para las velas o las hachas, o para la cerilla enroscada en la argizaiola, un cestillo y un reclinatorio. La postal pertenece a una serie de la localidad y se deberá datar, por supuesto antes de la construcción de la nueva parroquia, en 1916, quizás hasta media docena de años antes.

En la fototeca del Archivo General de Navarra se conserva una fotografía de gran calidad de la parroquia de Arizcun, vista desde el presbiterio hacia los pies, en las mismas fechas del mes de noviembre. Se trata de una instantánea realizada por Félix Mena. En su anverso figura la inscripción: “F. Mena - Pamplona”. En el reverso: “FOTOGRAFIA DE F. MENA. PREMIADO CON MEDALLA DE ORO. Calle Mayor, 86. PLANTA BAJA. PAMPLONA”. La instantánea no sólo es interesante por presentarnos la iglesia en día de responsos, sino por hacerlo en un momento anterior a las últimas reformas, que eliminaron las alas laterales del coro y rasgaron los óculos primitivos para convertirlos en grandes ventanales. El autor de la fotografía, Félix Mena (Burgos,1861 - Pamplona, 1935), se estableció en la capital navarra hacia 1884, asociándose pronto con José Roldán, entre 1888 y 1899. Más tarde y ya independizado trabajó en Pamplona y Elizondo. Tratando de fijar la cronología de la fotografía de Arizcun, ha sido básica la consulta del libro de cuentas de la citada localidad y comprobar que entre 1923 y 1924 se pintó la iglesia y se hicieron otras muchas obras, entre ellas el órgano. Por tanto, la foto será de 1924 y de gran valor porque es anterior a las reformas llevadas a cabo cincuenta años más tarde, muy desafortunadas desde el punto de vista del patrimonio cultural.

Los encajonados de San Cernin y la parroquia de Leiza

El encajonado o plan de sepulturas de madera de San Saturnino de Pamplona fue realizado en 1756 por Miguel Antonio Olasagarre y José Antonio Huici, dándolo por bueno Juan Antonio Andrés. Poco antes, en 1753, se hizo el de la parroquia de San Nicolás por el carpintero Francisco de Aguirre, según el modelo que acababa de hacer en la parroquia de San Lorenzo. El de San Nicolás de la capital navarra se conserva, al igual que el de los Dominicos de la misma ciudad. Entre los encajonados de piedra destaca el del claustro de Los Arcos, ejecutado por el cantero vizcaíno Antonio de Barinaga con diseño del monje cisterciense fray Pascual Galbe, en 1752. Pero el más sobresaliente fue el del claustro de la catedral pamplonesa, con 316 sepulturas, realizado en 1771 por los maestros de obras José Echeverría y Miguel Armendáriz, siguiendo el plan diseñado por el prestigioso Juan Miguel Goyeneta.

Centrándonos en el de San Saturnino, un plano del templo, conservado en el archivo parroquial y fechado en 1796, contiene la relación de todas las sepulturas numeradas por filas. Don Juan Albizu publicó, en su monografía de 1930, los poseedores de todas ellas, junto a unas reflexiones sobre una moda que se abría paso hace un siglo, la de flores y coronas, que critica al amparo de la legislación canónica y civil para los que no fuesen niños, citando la Novísima Recopilación de Navarra y otros textos jurídicos. Tras ello concluye: “pero, desgraciadamente, en esto como en muchas cosas, las leyes son cosa muerta y se abandonan  costumbres piadosas y tradicionales por adoptar otras exóticas: los oficios litúrgicos y tiernas plegarias de la Iglesia cantadas por sus ministros; las misas; las devotas oraciones; los cirios de cera iluminando los sepulcros; las ofrendas para contribuir al sostenimiento del clero y sus ministros, todo eso lleva el sello tradicional y cristiano; pero las flores a granel, las coronas, los cinco minutos de silencio … eso trae la etiqueta de América y algo huele a paganismo

La sepultura podía ser con derecho exclusivo a una persona, extensivo o no a sus descendientes. Esto último quedaba en manos de la Obrería, especie de Junta Parroquial con amplísimos poderes. Los poseedores tenían obligación de llevar el día de Todos los Santos un robo de trigo y un hacha de cera, que tras estar allí aquella fiesta la del día siguiente de las Ánimas, quedaban para la parroquia. Algunas personas dejaban esa carga a sus herederos y su cumplimiento era obligatorio para continuar con el derecho a la sepultura. Otros preferían dotar la sepultura con 50 ducados y entonces era la Obrería la que corría con la colocación del trigo y el hacha, respetando la exclusividad. Las que ostentan la letra D en el plano indican que estaban dotadas y en las que figura DD, quiere decir que estaban doblemente dotadas.

La documentación del encajonado de Leiza (1773) resulta muy interesante, no sólo por haber conservado su diseño, sino por las ideas que contiene en torno a la salubridad. En el condicionado se exigía que las fosas se abrirían como puertas, por la comodidad de los fieles y por la simetría con el templo, porque “si parece mal a la vista vestido un hombre bellamente en el cuerpo y en los bajos feamente, también parecerá feamente entrar en un templo hermoso y que en su entrada ofenda a la vista su pavimento”. En cuanto a la salud, “prenda más amable que tenemos en lo temporal en este mundo”, apuesta por no respirar el aire corrupto evitando su exhalación cerrando perfectamente las sepulturas, sin que quedase grieta alguna. Argumenta que algunos países del norte habían optado por enterrar lejos de las iglesias, práctica que se impondría unos años más tarde en España. Por ello se pide que las sepulturas tuviesen sus marcos ajustados y previene sobre la necesidad de hacer una rendija con su tapón, para introducir en la misma un hierro o llave para abrir la cubierta de la fosa.

Unas instantáneas de Ochagavía y Villanueva de Araquil

En 1924 el estudio fotográfico pamplonés de Roldán realizó un amplio reportaje para la Exposición sobre El Traje Regional e Histórico (Madrid, 1925), por encargo de la Comisión del Traje Regional de Navarra. Para la instantánea que presentamos posaron un grupo de mujeres ataviadas con el traje tradicional salacenco en la escalinata de la parroquia de Ochagavía, portando la ofrenda tradicional a los difuntos o luz de los muertos con una "argizaiola" sobre cesto de mimbre o "eskozaria". La primera, según Iribarren está formada por una tabla rectangular y un mango para arrollar las madejas de cera que llevan las mujeres a la iglesia para alumbrar la fuesa o sepultura familiar durante los funerales, misas y aniversarios.

La foto de Villanueva de Araquil con sus vecinos y vecinas en la puerta de la iglesia ante un féretro, en el día de difuntos, se publicó en la revista La Avalancha, en el mes de noviembre de 1931. Fue realizada por Roldán con título de “Responso por los difuntos en el atrio de la iglesia”. Es una lástima que, a diferencia de otras fotografías de aquella publicación, no se explica el contenido de la misma. Sin duda, también obedece al mismo fin que las realizadas por el mismo fotógrafo para la mencionada exposición. Se aprecia la preparación de la instantánea con personas vestidas ad hoc, con la indumentaria tradicional y la absolución al catafalco, en este caso un simple féretro, en el día de difuntos, con el ceremonial prescrito por la Iglesia para tal celebración.