Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Bernini en el Museo del Prado
Las posibilidades de contemplar en estos días destacadísimas obras artísticas en diversas exposiciones de Madrid, son numerosas. Entre ellas citaremos las de Bernini y los Dibujos españoles en la Hamburger Kunsthalle en el Prado, la colección de pintura de Juan Abelló en el Centro Cibeles, la pintura flamenca en la Fundación Carlos de Amberes, Crónicas de la Conquista. La ruta de Hernán Cortés en la Fundación del Canal de Isabel II, la de impresionismo americano en el Thissen-Bornemisza y la centrada en el arte religioso bajo el título de A su imagen, arte cultura y religión en el Centro Cultural Villa de Madrid, en la que se exhibe la imagen románica titular del monasterio de Irache, hoy en la parroquia de Dicastillo.
Las ánimas y su mecenas
Centrándonos en la primera que lleva por título Las Ánimas de Bernini. Arte en Roma para la corte española, ha sido comisariaza por el profesor Delfín Rodríguez, catedrático de historia del arte de la Universidad Complutense de Madrid. Hay que hacer notar que se trata de la primera exposición monográfica dedicada al polifacético artista que alcanzó su cima en los pontificados de Urbano VIII Barberini, y de Alejandro VII Chigi, llegando a coordinar, seleccionar y dirigir los grandes proyectos de la Roma triunfans de su tiempo.
Bernini (1598-1680) fue el gran artista de la Roma del Barroco, en unos momentos que la ciudad vivía un glorioso atardecer como capital de las artes. Fue escultor, arquitecto, pintor y dibujante, caricaturista, escenógrafo y autor de obras de teatro. En algunos momentos todo pasaba por sus manos: el baldaquino, el argentado de platos de cobre, el diseño de marcos de ébano y tortuga, tasaba pinturas de la flota papal y se involucraba en labores propias de los artistas de corte, como los regalos diplomáticos.
La exposición se vertebra en tres secciones que glosan la compleja relación de Bernini con España, la vez que recorre la evolución del maestro como artista polifacético a través de algunos de sus grandes proyectos arquitectónicos y urbanísticos, sus escenografías en capillas, esculturas, fuentes, pinturas y dibujos. Las referidas secciones son los retratos del alma, en primer lugar, la ciudad de Roma como teatro de las naciones, en segundo, y el arte la religión y la diplomacia en torno a las últimas obras del artista, como tercer y último ámbito.
La muestra nos recibe con piezas excepcionales, algunas llegadas desde Roma: retratos del artista, el busto del cardenal Scipione Borghese y las pequeñas esculturas de el alma beatífica y el alma condenada, en donde un joven Bernini hace gala del retrato barroco que lo es de las pasiones o de los estados del alma. Estas últimas proceden de la Embajada de España ante el Vaticano y fueron un encargo del prelado español residente en la ciudad eterna Pedro de Foix Montoya, al que el escultor retrató hacia 1621. El mismo Bernini relató años más tarde lo ocurrido con el busto del eclesiástico en estos términos: "Urbano VIII, entonces todavía nada más que cardenal, vino a verlo con diversos prelados, y todos lo encontraron con un parecido maravilloso..., que hubo uno que dijo: Me parece Monseñor Montoya petrificado; y el cardenal Barberini dijo con mucha gracia: Me parece que Monseñor Montoya se asemeja a su retrato. Como después que este español le pagó sobremanera bien, pero que dejó su retrato muchísimo tiempo en su casa, sin enviar a buscarlo; extrañándose de la cual y comentando aquello con algunos, le dijeron que, como muchos cardenales y prelados veían este retrato en su taller, ello le suponía un honor a Monseñor Montoya, puesto que esos mismos cardenales, embajadores y prelados, encontrándoselo en al calle, mandaban parar sus carrozas para hablarle de su retrato, y que aquello le placía y halagaba, ya que no se había señalado en nada hasta entonces".
El busto del cardenal
Se trata de una obra que se sitúa cronológicamente en 1632, cuando estaba en la cúspide y su arte era inalcanzable para muchos, por lo que se ha señalado al propio Urbano VIII como el que le posibilitó la realización de la escultura, quizás para pagar el voto del cardenal Borghese en el cónclave. El precio de la pieza y el hecho de ser uno de sus grandes retratos nos sitúan ante una obra excepcional, en donde el cardenal parece conversar, con la mirada penetrante y sus pupilas talladas. Un amigo del artista sugirió su misma presencia del purpurado porque lo percibía "vivo, respirando", algo que se aviene con el modo de trabajar de Bernini, que observaba el modelo y tomaba numerosos apuntes del retratado en sus quehaceres diarios, en lugar del tradicional posado, tratando de captar su parecido físico y su viveza. Al respecto, hay que recordar que Bernini afirmó que "el secreto de los retratos es exagerar lo que es fino y darle un toque de grandeza, y disminuir lo que es feo o incluso hacer que desaparezca, pero sin adulación". Esa presencia real se aviene con el quien es quien o el quid pro quo, del que también tenemos testimonios en obras de Velázquez en su segunda estancia romana. Al respecto, cabe recordar que Velázquez y Poussin firmaron en Roma los más osados juegos miméticos, aunque también los más divergentes, llevando la representación por semejanza al más alto grado posible. El recurso fue muy abundante en la literatura de la época y proviene de las fuentes plinianas donde las anécdotas sobre el juego entre la imagen y la realidad se cuentan por decenas.
Se trata de una obra que se sitúa cronológicamente en 1632, cuando estaba en la cúspide y su arte era inalcanzable para muchos, por lo que se ha señalado al propio Urbano VIII como el que le posibilitó la realización de la escultura, quizás para pagar el voto del cardenal Borghese en el cónclave. El precio de la pieza y el hecho de ser uno de sus grandes retratos nos sitúan ante una obra excepcional, en donde el cardenal parece conversar, con la mirada penetrante y sus pupilas talladas. Un amigo del artista sugirió su misma presencia del purpurado porque lo percibía "vivo, respirando", algo que se aviene con el modo de trabajar de Bernini, que observaba el modelo y tomaba numerosos apuntes del retratado en sus quehaceres diarios, en lugar del tradicional posado, tratando de captar su parecido físico y su viveza. Al respecto, hay que recordar que Bernini afirmó que "el secreto de los retratos es exagerar lo que es fino y darle un toque de grandeza, y disminuir lo que es feo o incluso hacer que desaparezca, pero sin adulación". Esa presencia real se aviene con el quien es quien o el quid pro quo, del que también tenemos testimonios en obras de Velázquez en su segunda estancia romana. Al respecto, cabe recordar que Velázquez y Poussin firmaron en Roma los más osados juegos miméticos, aunque también los más divergentes, llevando la representación por semejanza al más alto grado posible. El recurso fue muy abundante en la literatura de la época y proviene de las fuentes plinianas donde las anécdotas sobre el juego entre la imagen y la realidad se cuentan por decenas.
Dibujos, proyectos
La singularidad y excepcionalidad de las piezas que componen la muestra nos hace comprender y valorar la inscripción que figura en la medalla que, en honor del artista, se acuñó en 1674 en la que se lee: "Singularis in singulis in omnibus unicus", o la calificación que hizo de él su gran mecenas, el Papa Urbano VIII, como "hombre extraordinario, inventor sublime, nacido por mandato divino para gloria de Roma e iluminar el siglo".
Se pueden contemplar diversas propuestas para la decoración de la capilla Cornaro den Santa María de la Vittoria de Roma, especialmente un boceto en terracota del éxtasis de Santa Teresa, su obra más importante de tema español. También se muestran proyectos para la ornamentación de las naves de San Pedro del Vaticano para la canonización de Santo Tomás de Villanueva, un momento especial para todo lo relacionado con la fiesta. En relación con esta última, en donde la cultura del Barroco alcanza su clímax, también se exhibe el diseño, conocido a través de la estampa de François Collignon, de sendas máquinas de fuegos artificiales para celebrar el nacimiento de la infanta Margarita, hija del cuarto de los Felipes.
A través de un audiovisual se hace un análisis de la estatua de Felipe IV y el frustrado proyecto de su colación en Santa María la Maggiore, en el contexto de las complejas relaciones diplomáticas de la Santa Sede con España y Francia.
El dibujo, propiedad del Prado, en el que se contempla la Verdad desvelada por el tiempo (c.1646-1647) debió ser realizado como desagravio a las críticas recibidas por algunas de sus actuaciones. Es una muestra más la genialidad y virtuosismo del maestro, y a la vez de lo sutil de su pensamiento. Su presencia contextualiza la faceta del Bernini arquitecto y los desencuentros con el papado por el diseño del campanario de San Pedro.
Particular interés poseen las figuras ecuestres, comenzando por los dibujos preparatorios para el Constantino a caballo de la Scala Regia, y siguiendo por el retrato de Luis XIV que no agradó al rey Sol y que con rostro de Carlos II fue encargado el año de la muerte del artista, muy posiblemente por don Gaspar de Haro, marqués del Carpio, embajador español y uno de los grandes coleccionistas de su tiempo que tuvo en su poder varios cuadros de Velásquez.
Delicada pieza es el leoncito procedente de un modelo en bronce de la Fontana dei Quattro Fiumi de la Piazza Navona de Roma que llegó a España en 1665 y que se conserva en la Palacio Real, a excepción de las piezas desmontables que la completaban, una de las cuales es el pequeño león.
Dos juicios sobre el artista
La visita a la exposición es, sin duda una buena ocasión para conocer el genio creativo de uno de los grandes señores del Barroco europeo, al que describía Chantelou con motivo de su estancia en París, en 1665, como un hombre de temperamento de fuego, con un talento "de los mejores que jamás haya formado la naturaleza; ya que, sin haber estudiado, tiene casi todas las ventajas que las ciencias dan al hombre. Por lo demás, tiene una buena memoria, la imaginación viva y presta y, por
lo que respecta a su juicio, parece tajante y sólido. Es muy buen conversador, y tiene un talento completamente particular para expresar las cosas con la palabra, el rostro y la gesticulación, y para hacerlas ver tan agradablemente como los más grandes pintores han sabido hacerlo con sus pinceles".
Un hombre que, como los genios, también tuvo sus enemigos que darían rienda a la envidia -siempre complejo de inferioridad- con graves acusaciones, en unos momentos en que el artista había perdido a favor papal y eclipsó momentáneamente su figura, durante el pontificado de Inocencio X, favoreciendo el patronazgo sobre otros proyectos. Un texto hostil lo pinta del siguiente modo: "aquel dragón que vigilaba continuamente los huertos de las Hespérides se aseguró de que nadie pudiera tomar las manzanas doradas del favor papal. Escupió veneno por doquier y siempre sembró de temibles dificultades el camino que llevaba a las ansiadas recompensas".