01/12/2023
Publicado en
Ecclesia
Pablo Blanco |
Las últimas palabras de Benedicto XVI en su lecho de muerte, antes de morir, fueron “Señor te amo”. Se publicó entonces su testamento espiritual: una larga lista de agradecimientos junto a una petición de perdón. “Doy gracias a mis padres, que me dieron la vida en una época difícil”. Los padres de Ratzinger le facilitaron el primer paso para seguir su vocación. Un corazón humilde es un corazón agradecido. Así, “doy gracias a Dios por los muchos amigos, hombres y mujeres, que siempre ha puesto a mi lado; por los colaboradores en todas las etapas de mi camino; por los profesores y alumnos que me ha dado. Con gratitud los encomiendo todos a Su bondad”. No había sombra de rencor ni resentimiento, a pesar de los reveses que había tenido en su vida.
Un corazón libre, un corazón enamorado; un corazón de poeta: “Doy gracias a Dios por toda la belleza que he podido experimentar en todas las etapas de mi viaje, pero especialmente en Roma y en Italia, que se ha convertido en mi segunda patria”. Y añadía una petición: “A todos aquellos a los que he hecho daño de alguna manera, les pido perdón de todo corazón”. No quería dejar cuentas pendientes.
“Por último, pido humildemente: rezad por mí, para que el Señor, a pesar de todos mis pecados e insuficiencias, me reciba en la morada eterna. A todos los que me han sido confiados, mis oraciones salen de mi corazón, día a día”. Un buen recordatorio.
Tras el funeral, el papa Francisco presidió la última recomendación y la despedida, y el féretro del pontífice emérito fue trasladado a las grutas vaticanas para ser enterrado en la tumba que antes fue ocupada por los papas san Juan XXIII y san Juan Pablo II. Interesante coincidencia. Comenzaba una nueva etapa, también en la percepción de su persona y de su pontificado. Su sonrisa tímida y tranquila nos acompañará posiblemente en estos siguientes años.