Alberto Fernández Terricabras , Profesor de IESE, Universidad de Navarra
Yo sé escribir, no leer
Todos conocemos a alguien que, cuando algo nos sale mal, sentencia con un inapelable e injusto «te lo dije». Es inapelable porque ese alguien suele, efectivamente, haber avisado (aunque en voz bajita) y es injusto cuando el mal resultado ha sido a pesar del y no debido al esfuerzo. Lo inapelable hace que el «te lo dije» apabulle al «deja que te explique» y que se nos quiten por una temporada las ganas de volver a intentarlo. El protagonismo del «te lo dije» se debe, en parte, a que vivimos en un mundo obsesionado con los resultados y desdeñoso con el esfuerzo: cuenta más el llegar que el cómo se ha llegado cuando, precisamente, el aprendizaje está en el cómo y no en el haber llegado. La expresión «el fin justifica los medios», que supedita de forma atroz el cómo al resultado y abre la puerta a todo tipo de tropelías, es otra variación de la misma actitud.
Los resultados son importantes pero obsesionarse con éstos limita el aprendizaje, única garantía de futuros resultados. El «te lo dije» nos hace intransigentes, son las buenas decisiones que pueden haber terminado mal y complacientes con las malas decisiones que hayan terminado bien.
Es cierto que esta actitud es parte de lo que somos, de la naturaleza humana, pero podemos elegir bando: el de los que, a sabiendas del riesgo, lo intentan y el de los que prefieren esperar en la meta mientras ensayan formas de decir «te lo dije».