Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte navarro
Los trabajos y los días en el arte navarro (20). De patrono principal a copatrono: San Francisco Javier, signo de identidad de Navarra
En pleno periodo de Reforma Católica, cuando corrían renovados ideales de santidad, la Diputación del Reino de Navarra, recibió como patrón a San Francisco Javier en 1621, proponiendo que las Cortes, como institución que encarnaba al propio Reino, ratificaran el patronato, algo que sucedió en 1624. En Navarra, los javieristas, muy influenciados por los jesuitas, tenían sus apoyos en las instituciones (Cortes y Diputación), entre cuyos miembros había exalumnos de la Compañía. Los ferministas, que no compartían aquella decisión, tuvieron sus partidarios en la ciudad de Pamplona y el cabildo de su catedral, junto a gran parte del clero, receloso del poder e influencia que venían acaparando los hijos de San Ignacio. Aquella lucha se debe contextualizar con otros enfrentamientos en la España del seiscientos, destacando lo sucedido con el patronato de Santiago y Santa Teresa.
Las diferencias entre ambos bandos se agudizaron a partir de 1643, cuando la Diputación publicó un bando declarando como único patrón del Reino a San Francisco Javier. Los esfuerzos de unos y otros para conseguir partidarios se intensificaron. Una relación de los adeptos a las posiciones del Reino, y por tanto javieristas, incluye a Tudela (deán, cabildo colegial, todas las parroquias y la cofradía de San Dionís), Viana (ciudad y cabildo eclesiástico), Cascante (ciudad y cabildo eclesiástico), Tafalla (ciudad y cabildo eclesiástico), Corella (ciudad y cabildo eclesiástico), Olite, que después de dar poder lo revocó, Puente la Reina (villa), Sangüesa (ciudad y cabildo eclesiástico), Aibar (villa y cabildo eclesiástico), Cáseda (villa y cabildo eclesiástico), Villafranca (villa y cabildo eclesiástico), Valtierra (villa y cabildo eclesiástico), Arguedas (villa y cabildo eclesiástico), Zúñiga (localidad y cabildo eclesiástico), Cintruénigo (villa), Monteagudo (villa), Buñuel (villa), Ablitas (villa), Barillas (villa), Fontellas (villa), Fustiñana (villa), Cortes (villa), Rocaforte (villa), Murchante (lugar), Mendigorría (cabildo eclesiástico), San Martín de Unx (cabildo ecliesiástico). Entre las poblaciones neutrales figuran Monreal, Estella, Lumbier, Aoiz, Espronceda, Santesteban, Aguilar y los monasterios de Irache, Marcilla y Leire. Los que habían apoderado a la ciudad de Pamplona y a los ferministas eran la ciudad de Olite, revocando el que había dado anteriormente para el Reino, las villas de Miranda, Mendigorría, Artajona y Burlada, la colegiata de Roncesvalles, el monasterio de Fitero -que varió su primer apoyo a Javier- y la catedral de Pamplona.
El enfrentamiento finalizó con un Breve Papal de 1657, que declaraba a San Fermín y San Francisco Javier aeque patroni principales del Reino, con ciertas preeminencias para el primero, por su condición de mártir. Unas celebraciones festivas por todo lo alto, vinieron a corroborar la salomónica decisión pontificia.
Gozos y música en la novena y cofradías
Al santo jesuita no sólo se le festejó en diciembre, sino también en marzo con la celebración de la Novena de la Gracia que, como es sabido, tuvo su razón de ser en la conmemoración de la fecha de su canonización, y su origen en la curación, en 1634, del Padre Marcelo Mastrilli, jesuita que estando punto de morir fue sanado por intercesión del santo navarro. Junto a aquel hecho, otro prodigio obrado con el Padre Alejandro Philippuci en 1658, dispararon la popularidad de la novena. Ésta se propagó, rápidamente, a través de los colegios de la Compañía. En Pamplona revestía gran solemnidad la del colegio de la Anunciada, dotada desde 1713 por Francisco Antonio Galdeano. En 1781, la Diputación del Reino se esforzó por conseguir gracias e indulgencias para los asistentes y, en 1922, el obispo de Pamplona la declaró obligatoria en todas las parroquias de la diócesis, ya que hasta entonces se celebraba por costumbre.
Los gozos se cantaban y recitaban al finalizar la novena. Su texto más difundido fue el del jesuita Francisco García (1641-1685), que también escribió una biografía del santo navarro. Sus coplas y estribillo tuvieron un gran predicamento en pueblos y ciudades por dos razones fundamentales. De una parte, constituían una forma muy sencilla de enseñar al pueblo la vida y obra de San Francisco Javier. De otra, al ser cantados y acompañados, bien con pequeña orquesta de cámara u órgano, se convertían en la parte que más expectación despertaba entre los asistentes al acto.
El contenido de aquellos gozos es una versión resumida y popular de la propia bula de canonización del santo navarro y de su amplia hagiografía. La primera de sus coplas reza: “Ser noble Navarra os dio / catedrático París/ Soldado a Ignacio seguís / Cuando el cielo os reformó / Despreciáis el valimiento/ y todo el aplauso humano”. A través de esa sencilla letra se daba cuenta de su origen y nacimiento. Muchas personas de Europa y América escucharían la referencia a Navarra en aquel momento. La musicalización de los gozos fue asimismo muy abundante hasta el siglo XIX.
En cuanto a cofradías en Navarra, dejando aparte la archicofradía fundada en la parroquia de San Agustín en 1885 y la hermandad establecida en 1940, las antiguas radicaban en Uztárroz (1676), Caparroso (1692), Isaba (1694), Mélida (1705), Estella (1706), Puente la Reina (c. 1714), Lesaca (1720, sólo de mujeres), Aoiz (1723), Javier (1726), Sangüesa (1742), Falces (refundada en 1784), Abaurreas (refundada en 1806) y Ochagavía.
Un sinnúmero de imágenes
La primera imagen de los copatronos es un lienzo de 1657 del Ayuntamiento de Pamplona, realizado por Juan Andrés de Armendáriz. En la portada de los Anales de Navarra del Padre Moret (1684), figuran en un grabado, que dio lugar a versiones pictóricas. En algunos casos, las representaciones de los copatronos llegaron a tierras americanas, como muestran un lienzo de Juan de Correa o los relieves de la iglesia de Santa Rosa de Michoacán, realizados bajo el patrocinio del obispo baztanés don Martín de Elizacoechea, que rigió aquella diócesis entre 1745 y 1756. Sin embargo, la consecuencia iconográfica más importante del Breve papal de 1657 fue la presencia de Fermín y Javier, haciendo pendant, en muchos retablos mayores navarros, construidos a partir de la segunda mitad del siglo XVII (Miranda de Arga, Larraga, Arizcun, Azpilcueta o Santiago de Sangüesa). En ellos figura San Fermín en el preferente lado del Evangelio, como mártir, mientras que Javier, en su calidad de confesor, aparece en el lado de la Epístola.
Más allá de la Comunidad Foral, varios grabados de Javier suelen hacer constar su naturaleza navarra. Series como las del Colegio Imperial de Madrid (Paolo de Matteis, 1692), hoy diseminada, las de México, la Merced de Quito o el castillo de Javier (Godefrido de Maes, 1692) constituyen un magnífico exponente de su culto, amén de sus capillas y retablos en la práctica totalidad de las iglesias de los jesuitas de todo el mundo. El lector interesado puede consultar la tesis doctoral de Gabriela Torres sobre las redes iconográficas que se generaron en torno a su imagen. En relación con su iconografía hay que recordar que la vida de los santos no finalizaba con su muerte, ya que, después de dejar el mundo terrenal, se iniciaba otra etapa, decisiva en su historiografía: la de fabricación y recepción de su figura transfigurada.
Grandes artistas de época barroca representaron a Javier como peregrino, misionero, o en escenas de su vida y obrando milagros. Rubens, Murillo, Zurbarán, Gregorio Fernández, Matteis y un largo etcétera dejaron excepcionales y numerosos ejemplos. Detrás de aquella abundancia hay que señalar unas causas ligadas a su papel de primer orden en la historia de la Compañía, junto a San Ignacio, así como su modelo de joven misionero que lo deja todo para seguir a Cristo. En muchos casos, los milagros de Javier están tras patronatos e imágenes. Los tiempos de la Contrarreforma fueron también de nuevos modelos de santidad, en sintonía con una Iglesia misionera y defensora de las obras de misericordia, como válidas para obtener la salvación. La construcción y difusión de la imagen de Javier como santo taumaturgo, misionero, estático y obrador de milagros fue algo que contribuyó a su fama internacional, siendo aclamado como patrón en ciudades de la categoría de Nápoles o Bolonia y contando con destacadas cofradías en distintos continentes. El siglo XVII requería santos taumaturgos y no bastaba que Roma presentase a Dios bienaventurados de grandes méritos y santidad, sino que Dios los ofreciera a Roma. El signo del beneplácito divino era el milagro, una señal que no dejaba duda alguna sobre la santidad.
Filiación con su tierra natal en obras literarias y en el proyecto del Nuevo Reino de la Nueva Navarra
El P. Ignacio Elizalde realizó un estudio sobre San Francisco Javier en la literatura española. Algunos textos filiaron y relacionaron al santo y Navarra. Sirvan de ejemplo las Xavieradas del Padre Bernardo Monzón (1600-1682), un poema repleto de simbolismo, en el que se dan cita los dioses del panteón greco-latino y un sinnúmero de alegorías. Al santo navarro le aplica todos los sobrenombres de los monarcas navarros, con su justificación: arista (atleta veloz en su juventud); trémulo (tembló una vez ante el juicio final, pero no desde que se le apareció San Jerónimo en Venecia); fuerte (en sueños cargó con el etíope); largo (generoso para con Dios); manso (con dulzura logró que un portugués que de siete mujeres dejara seis); sabio (venció en disputas a muchos bonzos); encerrado (por humildad ocultaba sus milagros); cruel (lo era contra sí al castigar su ligereza en el deporte); malo (porque hablaba mal de sí y bien de todos); hermoso (de rostro y sobre todo de alma); deseado (los parabas le tenían por Dios); mayor (fue mayor que todos los que dieron gloria a Navarra).
También podemos destacar una pieza teatral, en forma de diálogo escénico, representada en 1753 en Orihuela, en la que encontramos el tema del santo y Navarra, precisamente en varios pasos dramáticos, el primero de los cuales lleva por título: “Diálogo de San Francisco Xavier entre la India y Navarra”.
El famoso misionero jesuita, explorador y cartógrafo Padre Kino (1645-1711) que viajó a Nueva España con los navarros P. Goñi de Viana y el almirante Atondo de Valtierra, propuso el nombre de “Nuevo Reino de la Nueva Navarra” para una misión y un territorio de la Baja California, por su admiración al santo.
Más allá de las fronteras forales: patrono de las misiones, navegantes, del turismo, para tomar estado y abogado contra la peste
El sobrenombre de apóstol de las Indias para San Francisco Javier se hizo popular desde fines del siglo XVI. La propia bula de canonización (1622) vino a revalidar aquel estado de opinión, cuando al narrar su muerte le califica como “Apóstol de las Indias Orientales”. Un nuevo, aunque tardío refrendo, fue la designación, por parte de Benedicto XIV, como Patrono de Oriente, en 1748. En 1904 se le proclamó Patrono de las obras de la Propagación de la Fe, en 1927, Patrono de todas las Misiones junto a Santa Teresita del Niño Jesús, y en 1952 Patrono del turismo.
El periplo marítimo de San Francisco Javier y su especial protección en la navegación por tierras de Oriente hizo que los hombres de mar le invocasen, cuando los océanos constituían un cúmulo de adversidades. Diversos prodigios avalaban aquella protección, de modo muy especial el milagro de la devolución de su crucifijo por el cangrejo.
Como abogado de la buena muerte aparece en estampas sueltas y librescas. Asimismo, se le invocaba a la hora de tomar estado. En este último caso, algunos grabados le proponen como “Patronus de vitae statu deliberantium” y lo presentan como un joven ricamente vestido, con un Crucifijo, ante el libro de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, y junto a símbolos y atributos del mundo y sus vanidades: armas, yelmos, collares, coronas, capelos, libros, monedas y el cuerno de la abundancia.
Los espectaculares milagros obrados por su intercesión dieron lugar a pinturas como la de Rubens (1617-1621) y a numerosísimas estampas que divulgaron modelos retóricos en aras a presentar a Javier como simpar abogado contra la temible peste.
En la modernidad: en torno al castillo, las javieradas y el Día de Navarra
El siglo XIX, con sus vaivenes políticos, sin la presencia de la Compañía de Jesús en Navarra hasta fines de la centuria, no presentaba las mejores condiciones para que se produjesen novedades en torno al culto y la memoria de Javier. La sociedad liberal iba a entrar por otros derroteros y los signos de identidad también iban a pasar a engrosarse con otros, de distinta índole y carácter. Sin embargo, la figura de Javier siguió siendo muy popular, especialmente a partir de las últimas décadas del siglo XIX, cuando Pamplona se puso bajo su protección con ocasión de la epidemia de cólera, se fundó su archicofradía (1885) y se realizó la primera gran peregrinación a Javier, en 1886, con la asistencia de 12.000 personas. En el mismo contexto hay que situar la restauración del castillo y la creación del colegio de San Francisco Javier de Tudela.
Las celebraciones del IV centenario de su nacimiento y, sobre todo del III de su canonización en 1922, constituyeron unos hitos importantes también en Navarra, de modo muy especial el segundo. Las javieradas, el espectáculo Luz y Sonido y la construcción de la parroquia de San Francisco Javier de Pamplona, son otras muestras de cuanto se hizo a su sombra, a lo largo del siglo pasado.
En el preámbulo de la Ley Foral de 1985 sobre celebración del Día de Navarra se le señala como “ejemplo señero de inquietud humana e intelectual, de talante entregado y aventurero, del hombre que no desdeñó dificultades para recorrer las zonas más alejadas de la Tierra… prototipo de navarro universal abierto a las culturas y a los pueblos del mundo entero, recordado y admirado, todavía hoy, por comunidades de gran número de países en todos los continentes”.