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Neuromitos en educación: ¿necesita cada cerebro un estilo de aprendizaje a medida?

28/04/2022

Publicado en

The Conversation

José Manuel Muñoz |

Investigador en el Centro Internacional de Neurociencia y Ética (CINET) de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, y en el Grupo Mente-Cerebro, Instituto Cultura y Sociedad (ICS), Universidad de Navarra

Gonzalo Arrondo |

Investigador en el grupo Mente-Cerebro del Instituto Cultura y Sociedad, Universidad de Navarra

En los últimos años hay una tendencia hacia la búsqueda de nuevos enfoques basados en la neurociencia que refuercen la metodología didáctica de los docentes. Sobre todo en las etapas obligatorias de Primaria y Secundaria. Es lo que algunos denominan “neuroeducación”.

Sin embargo, la comunicación interdisciplinar entre neurociencia y educación no resulta sencilla. A menudo se ve contaminada por la presencia de mitos cuya aceptación puede resultar nociva para el aprendizaje, e incluso para la salud. Importantes trabajos realizados con docentes de diversos orígenes geográficos y culturales (Reino Unido, Países Bajos, Grecia, Turquía, China) han estudiado la prevalencia de esos neuromitos dentro de las comunidades educativas.

Los tipos de mitos son muy variados y pueden relacionarse con el funcionamiento cerebral en general, la relación entre biología y comportamiento, o directamente con intervenciones educativas supuestamente basadas en el conocimiento neurocientífico.

El cerebro inactivo
Un mito altamente extendido sobre cómo funciona el cerebro es la afirmación de que los seres humanos utilizamos solo el 10 % de este órgano. Parecería que si sabemos cómo estimular nuestras partes inactivas podremos lograr un mayor rendimiento intelectual.

Por supuesto, dicha afirmación es rotundamente falsa: aunque en ciertas circunstancias puede haber algunas regiones que no estén trabajando, casi en todo momento el cerebro se encuentra activo en su totalidad.

Además, no parece haber una relación directamente proporcional entre el grado de activación del cerebro y su rendimiento. No debemos esperar, por tanto, que el uso de herramientas de entrenamiento como el neurofeedback en individuos sanos vaya a despertar nuestro “cerebro dormido” ni que, gracias a ello, vaya a convertirnos en genios.

Azúcar y rendimiento
De entre los neuromitos centrados en relacionar comportamiento y biología son llamativos los que tienen que ver con la ingesta de alimentos y bebidas. No solo abundan entre los docentes, sino que también son altamente respaldados por muchos padres.

Es frecuente oír que los estudiantes que consumen bebidas y aperitivos azucarados padecen una pérdida en su nivel de atención, llegando incluso a sufrir hiperactividad. Nada más lejos de la realidad si atendemos a sólidos estudios que muestran que el azúcar no tiene un efecto significativo en el comportamiento y el rendimiento intelectual de los niños.

Aunque no negamos los posibles efectos perniciosos para la salud del abuso de los alimentos azucarados es importante señalar que, en términos exclusivamente relacionados con la búsqueda de rendimiento, la creciente obsesión de muchos padres y centros educativos por controlar la ingesta de estos productos por parte de los estudiantes parece poco justificada.

Beber para que el cerebro no se encoja
Otro extendido mito consiste en creer que no consumir un mínimo de ocho vasos de agua al día puede encoger el cerebro y empeorar el rendimiento.

De nuevo, la creencia es falsa: en la cantidad de agua diaria ingerida debe siempre contabilizarse la que contienen los alimentos. Además, un excesivo consumo de agua puede producir una hiperhidratación potencialmente fatal, como demuestran al respecto algunos casos mortales.

De modo que, como bien explica esta columna del New York Times: “No, no tienes que beber ocho vasos de agua al día”.

Pseudoneurociencia
Los ejemplos comentados hasta este momento pueden parecer pueriles o claramente superados, incluso si los estudios nos indican que siguen estando presentes en las aulas y el folclore popular.

El tercer tipo de mitos se relaciona con intervenciones educativas basadas en pseudoneurociencia y son por ello más difíciles de detectar y rebatir, además de ser muy dañinos para el aprendizaje y el funcionamiento en las aulas.

Quizás el prototipo entre estos mitos sea la propuesta de que cada persona tiene un estilo de aprendizaje derivado de su estructura y función cerebral. ¿Quién no ha oído a algún conocido decir que él o ella era más verbal o más visual para aprender? ¿O que era más de hemisferio derecho o izquierdo?

Es un mito pensar que algunas personas tienen un procesamiento mental fundamentalmente de tipo creativo u holístico o, por el contrario, analítico, y que esto además deriva de un funcionamiento predominante del hemisferio izquierdo o derecho, respectivamente.

Por un lado, el cerebro trabaja siempre de manera coordinada. Por otro, las personas, dependiendo del problema a resolver utilizarán estrategias más holísticas u analíticas. De manera similar, una y otra vez se ha demostrado que no existe una afinidad sistemática individual por un tipo de material (verbal vs. visual vs. manipulativo) ni, especialmente, que presentar los materiales didácticos a cada persona según estas preferencias mejore el rendimiento.

Por ello, utilizar pruebas de evaluación psicológica en las aulas dirigidas a evaluar estos estilos de aprendizaje en los alumnos y fomentar que los profesores creen materiales múltiples que se adecúen a estos estilos supone un gasto inútil de tiempo, esfuerzo y recursos que podría utilizarse en métodos de aprendizaje y atención individualizada probados.

Aunque existen otros muchos neuromitos en el mundo educativo, en este artículo hemos querido destacar algunos de los que nos parecen más llamativos y perjudiciales.

La prevalencia de estos mitos debería hacernos reflexionar sobre hasta qué punto deberíamos buscar con ahínco soluciones milagrosas que den, por fin, un empuje definitivo a nuestro sistema educativo.

La neurociencia, al menos en el corto o medio plazo, no será a nuestro juicio esa solución. Quizá, después de todo, nuestros maestros y profesores, magníficos profesionales en su mayoría, no necesiten recomendaciones paternalistas o de carácter pseudocientífico.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.