Publicador de contenidos

Volver 2023_05_02_FYL_mujeres_literatura

Las Mujeres en las Artes y las Letras en Navarra (9). Las mujeres en la historia literaria de Navarra (I). De la Edad Media al Siglo de Oro

02/05/2023

Publicado en

Diario de Navarra

Carlos Mata Induráin |

Grupo de Investigación del Siglo de Oro.

Diario de Navarra, en colaboración con la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra, aborda, mensualmente, de la mano de especialistas de diversas universidades e instituciones, aspectos sobre la relación de la mujer con las artes y las letras en Navarra.

Al recorrer la historia literaria de Navarra, el primer nombre femenino que nos encontramos es el de la reina doña Leodegundia, si bien no se trata de una escritora, sino de la destinataria de una obra. El Poema de la reina Leodegundia (“Versi domna Leodegundia regina”), escrito a finales del siglo X y conservado en el misceláneo Códice de Roda, es una canción epitalámica (ochenta y siete versos latinos distribuidos en trísticos) compuesta para las bodas de esta princesa, hija de Ordoño I de Asturias, con un infante o rey navarro. Avanzando un poco más en los siglos medievales, debemos referirnos al fenómeno de la juglaría. Aunque los testimonios literarios de esta actividad son más bien escasos, parece que estaba bastante extendida en Navarra, y también que no era solo cosa de hombres, pues está documentada la existencia de juglaresas, como por ejemplo una tal Graziosa que recitaba en la Corte de Carlos III el Noble. Más allá de estas referencias mínimas en la Edad Media, será en el Renacimiento y el Barroco (siglos XVI y XVII) cuando encontraremos los primeros nombres de escritoras en el ámbito navarro.

Margarita de Navarra

La primera figura importante es la de Margarita de Navarra (de Angulema, de Francia, de Valois…), conocida como “la perla de los Valois”. Madame Margarita (Margot) de Angulema, hija de Carlos de Angulema y Luisa de Saboya, hermana mayor del rey Francisco I de Francia, nació en Angulema en 1492. Gran lectora, poetisa y cazadora, casó a los diecisiete años por razones políticas con el duque de Alençon, y en segundas nupcias con Enrique de Albret, pretendiente entonces al trono de Navarra. Manifestó simpatías por Lutero y Calvino y fomentó el movimiento hugonote, aunque en el momento de su muerte (acaecida en Odas, Bigorre, 1549) había vuelto al seno de la religión católica. Como escritora (y dejando de lado otros títulos menores, algunas poesías, etc.), compuso en lengua francesa una colección de relatos a la manera del Decamerón de Boccaccio que se presenta bajo el título de L’Heptaméron (El Heptamerón).

En el “Prólogo” asistimos a la reunión, en los baños de Cauterets, de tres gentilhombres, Hircan, Dagoucin y Saffredent, que junto con otros personajes irán enhebrando los setenta y dos relatos de que consta la obra (L’Heptaméron se divide en ocho jornadas, siete de las cuales incluyen diez relatos y la octava tan solo dos; al parecer, la reina de Navarra quiso escribir un total de cien relatos, distribuidos en diez jornadas, pero no pudo culminar su propósito). Son narraciones de temas y contenidos bastante desenfadados, en las que se describen las prácticas amatorias de principios del Renacimiento, sin que la autora rehúya algunos temas escabrosos. Todos los relatos se caracterizan por la viveza de las descripciones, la naturalidad del lenguaje y la finura psicológica en el retrato de los personajes, ya sean nobles, campesinos, burgueses, clérigos o menestrales.

Sor Leonor de la Misericordia

Nacida en 1552, Leonor de Ayanz y Beamonte era hija de don Carlos de Ayanz, señor de Guenduláin, y doña Catalina de Beamonte y Navarra. Ingresó en el Carmelo con el nombre de Leonor de la Misericordia y fue discípula de santa Teresa de Jesús y secretaria personal de la madre Catalina de Cristo. Escribió con prosa sencilla y sobria una Relación de la vida de la venerable Catalina de Cristo (Barcelona, 1594), obra importante para la historia de la reforma teresiana, de la que contamos con una edición crítica preparada por Pedro Rodríguez e Ildefonso Adeva (1995). En su introducción encontrará el curioso lector abundante información sobre su linaje, su vida, su relación con santa Teresa y la madre Catalina, la tradición textual del libro, etc. El manuscrito autógrafo que la religiosa había preparado para dar la obra a la imprenta se conserva en el convento de San José de las Carmelitas Descalzas de Pamplona. Leonor de la Misericordia compuso además algunos textos poéticos (un soneto, unas octavas y unos tercetos) dedicados “A nuestra Madre Catalina de Cristo”, que acompañan a la Relación como textos preliminares.

Sor Jerónima de la Ascensión

Sor Jerónima de la Ascensión —en el siglo Jerónima de Agramont y Blancas— es una religiosa clarisa nacida en Tudela en 1605. Hija del escribano Pedro de Agramont y Tello y de Jerónima de Blancas, su familia se contaba entre las más acomodadas de su ciudad natal. Tomó el hábito de Santa Clara, en el convento tudelano, el 25 de agosto de 1633, profesando el 27 de agosto del año siguiente. Desempeñó los cargos de enfermera y sacristana, y llegaría a ser, desde 1658, abadesa de su comunidad. Fallecería en su convento de Santa Clara de Tudela el 11 de octubre de 1660. Por encargo de su confesor había escrito, entre noviembre de 1650 y febrero de 1651, unos Ejercicios espirituales, obra en la que expone una vía de perfeccionamiento interior carente casi por completo de visiones y revelaciones. Los Ejercicios espirituales que en el discurso de su vida, desde que tuvo uso de razón, hizo y ejercitó con el favor divino la venerable madre sor Jerónima de la Ascensión se publicaron de forma póstuma en Zaragoza, en la imprenta de Miguel de Luna, en 1661, y ahí se incluyen algunos poemas suyos (capítulo XXIX, “Pónense algunos versos que fervorosa escribió”).

En efecto, en los folios 150v-157v figuran recogidos once poemas. Son versos que, como afirma fray Miguel Gutiérrez, provincial de los franciscanos, escribió fervorosa “sin haber estudiado el arte poética” (fol. 150v). Cuatro de las composiciones se dedican a cantar el tema de la unión mística de la amada y el Amado, el alma y Dios, al tiempo que son expresión de algunos de los favores recibidos por la religiosa carmelita. Otras cuatro corresponden al ciclo de la Navidad, otras dos se dedican al Santísimo Sacramento (guardan relación con las del primer grupo) y la última a san Pedro. Cabe decir, en lo que respecta a los temas, que estos poemas presentan escasa originalidad (no es fácil lograrla, tocando como tocan asuntos tan trillados). Más allá de las habituales metáforas de la herida, la llama y el fuego de amor divino, mencionaré la predilección por la metáfora del trueque divino (aplicada un par de veces al alma y otra más a san Pedro). Por lo que hace a la métrica, la única forma estrófica empleada es el romance (y algunos de los poemas presentan un estribillo o, más frecuentemente, van rematados con una seguidilla). Cabe destacar el buen ritmo y la musicalidad de estos versos, dentro siempre de su sencillez. Se aprecia, en fin, cierta elaboración retórica (además de las metáforas, se encuentran anáforas, polisíndeton, perífrasis, etc.). En suma, los temas y el estilo de estas composiciones no ofrecen rasgos de especial originalidad, pero tampoco carecen de interés y emoción.

Sor Ana de San Joaquín

La religiosa carmelita sor Ana de San Joaquín (Villafranca, Navarra, 1668-Tarazona, Zaragoza, 1731) fue hija de don Juan Jiménez de Maquirriain y Rada y doña Antonia Martínez de Sarasa. Tras recibir una cuidada educación, tomó el hábito el 16 de abril de 1697, en el convento de Santa Ana del Carmen de Tarazona. Ahí desempeñó “con notable perfección” los oficios de tornera, sacristana y enfermera, y llegó a ser subpriora, pero nunca fue priora de la comunidad. Su biógrafo (y sobrino suyo), fray Buenaventura de Arévalo, nos refiere su vida ejemplar y sus arrebatos místicos, de los que Silverio de Santa María ofrece un compendioso resumen: así, nos recuerda en su trabajo la humildad de la madre Ana, su trato continuo con Dios, su ejercicio de los tres votos (pobreza, castidad y obediencia), sus continuos actos de fe, esperanza y caridad, su carácter disciplinado y su observancia de las leyes, su gusto por el silencio, su amor por la Pasión de Cristo y el Santísimo Sacramento, su devoción por san Joaquín y Santa Ana, por san José y la Santísima Virgen, su conformidad con la voluntad divina, etc. Es también el padre Arévalo quien nos habla de su afición a la poesía, dejando transcritas algunas de sus composiciones poéticas (y también algunos fragmentos de sus cartas).

La producción poética de sor Ana de San Joaquín está formada por un total de siete poemas, los cuales se nos han conservado al haber sido incluidos por su sobrino fray Buenaventura de Arévalo en su Vida ejemplar y doctrinal de la venerable madre Ana de San Joaquín (en Pamplona, en la oficina de Josef Joaquín Martínez, 1736). Esta poesía se mueve entre lo ascético y lo místico. En varias de estas composiciones (“Muda elocuencia de amor…”, “Yo soy la serranita…” y “Del divino amor herida…”) sor Ana de San Joaquín maneja recursos e imágenes propios de la poesía mística para tratar de explicar el amor inefable entre el alma y la divinidad, entre la Esposa y Dios (la herida, la llaga, el vuelo amoroso, etc.). Canta asimismo su amor por Jesús, su devoción por su nombre y por su Pasión y Muerte (¡En desierto mi alma y todo consuelo sensible desterrado…” y “¡Oh, Jesús, dulce memoria!…”). Y apreciamos también cierta variedad de registros, pues en algunos de los poemas (concretamente en “Para gloria de Jesús…” y “En habiendo aposentado…”) se advierte un tono burlón y chancero. Desde el punto de vista métrico, predominan como era de esperar los versos de arte menor en formas estróficas tradicionales (romance, romance endecha, décimas). Ciertamente, sor Ana de San Joaquín no es una poetisa profesional (su sobrino expresa que sus metros “carecen del rigor del arte”), pero su producción merece la pena ser recordada.

Doña María de Peralta

Muy pocos —por no decir inexistentes— son los datos biográficos de que disponemos acerca de esta “poetisa” corellana del siglo XVII (en realidad, se trata más bien de una autora de algunos versos circunstanciales, e ignoramos si llegó a componer más…). Su nombre se cita como María Peralta, María de Peralta o María de Peralta y Corella, anteponiéndosele a veces el tratamiento de “doña”, como le correspondía por pertenecer a la noble familia de los Peralta, con amplia representación en Corella. Una glosa poética suya se incluyó en el volumen Retrato de las fiestas que a la beatificación de la bienaventurada virgen y madre Teresa de Jesús… hizo… la imperial ciudad de Zaragoza (Zaragoza, por Juan de Lanaja y Cuartanet, 1615). Su texto optaba al premio convocado en el “Quinto certamen” poético, cuyas bases pedían una glosa de esta redondilla: “No siendo Madre de Dios, / no hallo santa a quien le cuadre / llamarse Virgen y Madre, / Teresa, mejor que a vos”.

En fin, quede para una próxima entrega el examen de las escritoras navarras desde el siglo XVIII hasta nuestros días.