Alberto Fernández Terricabras, Profesor del IESE, Universidad de Navarra
Austeridad
Ahora que se acerca el verano y empieza la popularmente llamada «operación bikini» todo el mundo se acuerda de que hay que adelgazar. Las personas somos así, hacemos lo que conviene de vez en cuando y pensando más en la apariencia externa que en los beneficios que pueden representar, en este caso, para la salud. Como hay poco tiempo, muchos haremos dietas muy rigurosas y poco saludables, que nos ayudarán a bajar peso de golpe pero sin generar buenos hábitos de salud.
Con las empresas pasa exactamente igual. En épocas de bonanza gastan mucho más de lo que sería necesario o incluso razonable. Acumulan grasa en forma de demasiadas personas, demasiados bienes materiales innecesarios y demasiados gastos prescindibles. No se ocupan de controlar los gastos. Hasta que llegan épocas de vacas flacas -que en este caso deberíamos asociar más al frío y triste invierno que al caluroso y alegre verano- y todos pensamos en mejorar los beneficios prescindiendo de gastos que siempre fueron prescindibles. La crisis, como el verano, ha generado una necesidad. En un estudio realizado en el IESE, nueve de cada diez empresarios comentaron que con la crisis su empresa dedicaba más atención al control y a la reducción de los costes.
De todo se puede sacar algo positivo y, de la crisis, por supuesto, también. Ahora que en Europa algunos países ya están saliendo de la misma y que en España, en algún momento, también lo haremos, es bueno recordar la necesidad de ser austeros. No hay que confundir ser austero, que según la RAE significa «sencillo y sin ninguna clase de alardes», con tacaño, que según la misma fuente significa «miserable» o, lo que es lo mismo, escatimador del gasto. El directivo tacaño puede poner en peligro la competitividad de su empresa; el austero la potenciará, utilizando los recursos para aquellas actividades que realmente generan valor y en la cantidad adecuada, sin alardes de cara a la galería o simplemente para beneficio propio o de algunos. Además, dará ejemplo a sus empleados, con lo cual la austeridad pasará de ser la virtud de algunas personas a ser un valor de todas ellas y de la organización, lo cual redundará en su competitividad y en su buen hacer. Para reducir costes se han de conocer cuáles son y su importancia. Si hay que hacer sacrificios, mejor hacerlos en aquellos costes que generen más ahorros. En muchos casos, no es necesario hacer demasiados sacrificios sino simplemente, negociar mejor con proveedores y evitar gastos redundantes o que añadan poco valor.
En el caso de algunos costes concretos, se ha de explicar a la organización cómo reducirlos. Si alguien no sabe que la fruta después de comer engorda, no dejará de comer fruta de postre. Si a un trabajador le decimos que reduzca los gastos de compras y logística, sin darle la formación adecuada, difícilmente lo hará bien.
Pero aparte de análisis y de formación, lo clave será la actitud que tengamos frente a la reducción de gastos pues hay que dedicarle tiempo y cambiar ciertos hábitos de gasto. Esto sí puede comportar sacrificios. Ya lo dicen los médicos: para adelgazar, no basta con hacer más deporte, hay que comer menos. Esperemos que nuestras organizaciones generen los buenos hábitos necesarios para adelgazar bien y así, ya sea verano o invierno, gozar de mejor salud.