Ramiro Pellitero, Profesor de Teología
Verdad y comprensión en el acompañamiento espiritual y pastoral
La exhortación Amoris laetitia, del Papa Francisco, sobre el amor en la familia, puede verse en continuidad con lo que Juan Pablo II enseñó sobre la familia y dejó escrito en la exhortación Familiaris consortio (1981). El filósofo Henri Hude, que comenzó analizando la Amoris laetitia, ha explicado posteriormente esta continuidad, en relación con el contexto actual, con la misericordia y con algunas consideraciones de tipo filosófico y teológico.
1. Como Juan Pablo II, y todos los Papas antes y después, también Francisco está al frente de este “avión” que es la Iglesia Católica. El Papa Francisco afirma que no es buena una mirada unilateral solo a los principios generales de la doctrina católica o solo a la subjetividad personal. En efecto, hacer eso, observa Hude, sería una imprudencia; porque laprudencia se ejercita en un acto práctico, que mediante la deliberación busca discernir cómo en la situación concreta se aplican los principios generales del obrar humano.
Para ello, señala Hude, la atención a la situación concreta pide siempreatención a la realidad y a las circunstancias. Entiende que en las últimas décadas el ambiente general de la cultura occidental, afectado por una seria crisis moral, hace más difícil el claro conocimiento de la doctrina católica y la toma de decisiones acordes con ella, como también han cambiado algunos parámetros desde los que se puede determinar si una determinada acción puede producir o no escándalo moral (que siempre hay que tener en cuenta).
Por eso el Papa Francisco insiste en que es necesario que, sobre todo los confesores, ayuden a las personas a formar su conciencia y les den los auxilios que necesiten y estén en condiciones de recibir. Además aduce Hude que Cristo asumió no una naturaleza humana en abstracto y perfecta, sino la naturaleza que en cada uno de nosotros se manifiesta débil e inclinada al pecado, si bien Cristo no tuvo pecado alguno (cf. Rm 8, 2-4). Así es, pues Cristo padeció, tuvo hambre, sed y cansancio, experimentó la soledad y el miedo, asumió todas nuestras flaquezas. Por eso los débiles (que somos todos) necesitamos hacer nuestra la ayuda divina que Cristo nos da por medio de la Iglesia.
2. Profundizando en el contexto actual, observa este filósofo que el Papa se preocupa sobre todo por una gran cantidad de personas sin formación, más aún bastante ignorantes –muchas veces sin culpa alguna o con una responsabilidad muy disminuida– en las cuestiones doctrinales y morales de la fe católica. Muchos de ellos están en una situación muy penosa: imbuidos por un espíritu de duda, recelo y sospecha ante todo planteamiento de “verdad” y “bien”, pues eso es lo que se les ha enseñado y se les recalca continuamente. Están, por tanto, profundamente afectados por el relativismo. Con todo, sugiere Hude, siguen siendo personas, es decir, seres que piensan y sufren precisamente las consecuencias de ese ambiente relativista. Por eso no podemos dejarles solos o exponerles a una religiosidad sea de tendencia fundamentalista, sea de tipo panteísta. No podemos ser personas estrechas de miras (que no perciben la situación) o tímidas (que no la afrontan).
3. También en referencia a la misericordia, explica Hude que, tanto desde el punto de vista humano como cristiano, es necesario considerar las situaciones personales y las condiciones del contexto sociocultural, para mejorarlas. Esto último –mejorarlas– corresponde sobre todo a los fieles laicos (es decir, a los cristianos que están en los trabajos, en las familias, en las encrucijadas de la sociedad). En segundo lugar, sostiene que el matrimonio es ciertamente un “ideal” sobre todo para estas personas que vienen muy de lejos y que se debaten para salir quizá de un lodazal. Por eso la Iglesia se ha esforzado siempre en ayudarles, a condición de que tengan un mínimo de arrepentimiento.
Por otra parte, añade Hude, no cabe olvidar que todos necesitamos de tiempo para avanzar a través de sucesivas conversiones en nuestra vida, para cambiar planteamientos y actitudes. Por tanto todo esto no se dice para oscurecer la claridad de los principios bajo la complejidad de las situaciones, sino para impedir que los caminos de la gracia y de la fe queden aplastados bajo el peso de actitudes desmedidamente legalistas o racionalistas. Y no solo eso, pues Francisco quiere acercar a todas esas personas al sacramento de la confesión (muy atacado por la cultura dominante), en un momento necesario y propicio, con una sensibilidad que todos los católicos deberíamos de secundar.
4. Finalmente Hude expone algunos argumentos que parten del Evangelio y tienen también dimensiones culturales y filosóficas.
El Papa Francisco conoce bien que la sexualidad es parte esencial del don de Dios, que pide constante purificación y conversión. Al mismo tiempo, desea hacerlo entender a los que no tienen ni siquiera las bases para comprender lo que significa “pecado”. Por parte de los católicos bien formados, esto pide, según Hude, “que no se comporten como el difícil hijo mayor de la parábola evangélica, sino que compartan la bondad que proviene del Padre y de su alegría por la vuelta del hijo pródigo”.
Para todo ello, argumenta el filósofo francés, es preciso fomentar una cultura humanista que tenga en cuenta la miseria y la misericordia. El Papa Francisco acusa de “fariseos” a los pastores que no tuvieran en cuenta las situaciones personales de las ovejas. Hude dice que si un pastor no se siente culpable de eso, probablemente es que a él no se le aplica el reproche del Papa. Pero advierte que, de todas formas, conviene examinarse de si realmente uno no está incluido en cierto fariseísmo e hipocresía.
Ante los que desearían una definición neta de si se puede o no ayudar con los sacramentos a determinados divorciados vueltos a casar, Hude reitera que eso lo debe decidir un confesor, teniendo en cuenta todos los datos del caso. En ese sentido escribe que “la novedad de Amoris laetitiaconsiste en tratar en un documento público cuestiones que derivan de la práctica del confesor, y si no se comprende esta novedad, uno se arriesga a confundir ciencia y prudencia”.
Hude subraya que un comportamiento objetivamente pecaminoso puede corregirse y cambiar como fruto de un proceso de reforma y evolución espiritual, bajo el impulso de la gracia y el influjo de amigos y sacerdotes. Insiste a la vez en que ningún comportamiento es pecaminoso automáticamente (ni siquiera la poligamia), entiéndase no en el sentido objetivo sino en el sentido de imputabilidad moral, que siempre depende de la advertencia y el consentimiento, que a su vez pueden estar disminuidos por diversos factores psicológicos o culturales.
Por último, ante la opinión de que habría una ruptura entre Juan Pablo II y Francisco en estos temas, Hude explica que no existe tal ruptura, sino una diferente perspectiva. Esto desemboca en el diálogo entre una concepción más contemplativa de las verdades eternas inmutables y una visión más personalista de la limitación humana. Pero eso no quiere decir que las dos perspectivas se contradigan. Juan Pablo II ve el proyecto divino del amor matrimonial en su “perfección originaria”, que desde su belleza llama a la libertad y a la responsabilidad. Francisco arranca de las dificultades de la vida ordinaria, en la misma perspectiva de la Alianza y como un camino con sentido redentor (cf. por ejemplo, Amoris laetitia, n. 66). De esta maneracada una de las dos perspectivas enriquece a la otra.
Como se ve, estos planteamientos son útiles en general para el acompañamiento espiritual y pastoral, pues el Espíritu Santo se nos da en la Iglesia tanto objetivamente como subjetivamente.
Para concluir, cabría evocar la oración del Papa Francisco en una de sus homilías en Santa Marta, el 20 de mayo pasado, cuando pide que Jesús nos enseñe una gran adhesión a la verdad y una gran comprensión para el acompañamiento de todos nuestros hermanos que pasan alguna dificultad.