Ramiro Pellitero, Profesor de Teología Pastoral, Universidad de Navarra
Un torrente de luz y fuerza (En el aniversario de la encíclica "Caritas in veritate")
Decía Gustave Thibon: "No es la luz la que falta a nuestra mirada, sino nuestra mirada la que falta a la luz" (Nuestra mirada ciega ante la luz, ed. Rialp 1973). Podría haber dicho también algo así: no es la fuerza y la vida de Dios la que falta a nuestro corazón, sino nuestro corazón el que falta a esa fuerza y a esa vida. Y es que la vida de Dios se nos regala como un torrente que busca transformar nuestra vida, tantas veces ciega y débil.
Todo esto puede estar sucediendo con la encíclica "Caritas in veritate" (29-VI-2010), que cumple un año por estas fechas.
Es un aniversario que ha pasado, en efecto, bastante inadvertido. Y esto, paradójicamente, no debe dejar de llamar la atención. Sobre todo, en contraste con la reacción que suscitó la primera encíclica de Benedicto XVI, Deus caritas est, lo que tiene su lógica al resultar inesperado el tema y novedoso para muchos su tratamiento, integrando el eros con el agapé. En cambio ahora no se ha captado algo fundamental: la profundización y el impulso práctico a vivir el amor y la verdad en el ámbito social, particularmente en las actuales circunstancias de globalización y de crisis.
No pretendía la encíclica, por tanto, plantear "novedades" de tipo teórico en la Doctrina Social, sino impulsar, en profundidad, la vida de la caridad, en coherencia con el Evangelio y la Ley natural.
En "Deus caritas est" se vio una interpelación a la vida cristiana desde la raíz fundamental del amor. ¿Por qué ahora no se ha visto una interpelación semejante en la repercusión de eso mismo en la sociedad?
Quizá el documento se ha leído poco, deprisa, o con el prejuicio de que trataría "más de lo mismo"; quizá porque en las dos encíclicas anteriores se afrontaban en primer plano temas que llamaban la atención, o se enfocaban desde una perspectiva original; pero es probable que las mismas "cargas de profundidad" que entonces no se captaron del todo, sigan sin estallar en las mentes y en los corazones de muchos, un poco dormidos, entumecidos o acostumbrados a considerar cómodamente las cosas de la vida social bajo un prisma ya conocido y que, en el fondo, no se tiene mucho interés en cambiar.
En psicopatología se describen las sensaciones del "déjà vu" (ya visto) y "déjà vecu" (ya vivido), que pueden sucederle alguna vez a cualquiera, pero que, de repetirse con frecuencia denotan una enfermedad de base que es preciso investigar. Tal vez nuestra civilización occidental padezca con demasiada frecuencia estos síntomas y necesite una medicina eficaz.
Quizá se tiende, inconscientemente, a considerar lo "social" como terreno que afecta exclusivamente a políticos, empresarios y economistas, sin caer en la cuenta de que la sociedad la construimos entre todos y que lo social exige una respuesta comprometida por parte de cada cristiano. No se trata sólo de "entender" la dimensión social de la persona y del cristiano, sino de "vivir" con hechos lo que la encíclica propone. ¿Y qué propone?
De una manera síntética cabría decir: propone creer en el amor y ponerlo por obra; conocer y abrirse al Evangelio como fuerza principal del desarrollo para las personas y las culturas; vivir la caridad en la verdad, junto con todos los valores humanos nobles.
En las actuales circunstancias de globalización y crisis, esta encíclica es un torrente de luz y de fuerza que espera todavía ser atendido con hechos.