Ramiro Pellitero, Profesor de Teología
El rostro joven de la misericordia
En el parque Blonia de Cracovia Francisco se ha encontrado con el rostro joven de la misericordia (cf.Discurso de acogida a los jóvenes, 28-VII-2016). El lema de esta Jornada Mundial de la Juventud, “Bienaventurados los misericordiosos, porque encontrarán misericordia” (Mt, 5, 7), lo ha traducido así: “Bienaventurados son los que saben perdonar, que saben tener un corazón compasivo, que saben dar lo mejor a los demás; lo mejor, no lo que les sobra: ¡lo mejor!”.
El Papa ha conectado estas actitudes con la capacidad de cambiar, propia de un corazón joven, que tiene sueños para compartir, preguntas y deseos de hacer un mundo mejor. Por eso la Iglesia y el mundo miran a los jóvenes, “para renovar su confianza en la Misericordia del Padre que tiene el rostro siempre joven y no deja de invitarnos a formar parte de su Reino, que es un Reino de alegría, es un Reino siempre de felicidad, es un Reino que siempre nos lleva adelante, es un Reino capaz de darnos la fuerza de cambiar las cosas”.
La misericordia de Dios tiene el rostro siempre joven precisamente porque nos invita a un Reino que nos estimula a ir adelante, cambiando lo que sea necesario primero dentro del propio corazón; pues un corazón misericordioso es aquel capaz de soñar, de ir siempre adelante movido por el amor:
“La misericordia tiene siempre el rostro joven. Porque un corazón misericordioso tiene el valor de dejar las comodidades; un corazón misericordioso sabe ir al encuentro de los demás, logra abrazar a todos. Un corazón misericordioso sabe ser un refugio para quien no ha tenido nunca una casa o la ha perdido, sabe crear un ambiente de casa y de familia para quien ha tenido que emigrar, es capaz de ternura y de compasión. Un corazón misericordioso sabe compartir el pan con quien tiene hambre, un corazón misericordioso se abre para recibir al prófugo y al emigrante. Decir misericordia con vosotros, es decir oportunidad, es decir mañana, es decir empeño, es decir confianza, es decir apertura, hospitalidad, compasión, es decir sueños. ¿Pero vosotros sois capaces de soñar? […] Y cuando el corazón es abierto y capaz de soñar hay sitio para la misericordia, hay sitio para acariciar a los que sufren, hay sitio para ponerse junto a los que no tienen paz en el corazón o les falta lo necesario para vivir o le falta lo más bonito: la fe”.
Por eso añade Francisco que le duele encontrarse con jóvenes (y recordemos que esto sirve también para la juventud del espíritu a cualquier edad) que se han jubilado de soñar, que han tirado la toalla antes del partido, que van tristes o amargados y aburridos por la vida. O que se han refugiado en un vértigo vacío (de las drogas, de la violencia, del sexo, del consumismo, etc.), corriendo tras las falsas ilusiones de los “vendedores de humo”, que les han robado las energías y la alegría.
Y a los jóvenes entregados a ese vértigo alienante, les pregunta: “¿Queréis para vuestra vida ese “vértigo” alienante o queréis oír la fuerza que os haga sentiros vivos y plenos? ¿Vértigo alienante o fuerza de la gracia? ¿Qué queréis: vértigo alienante o fuerza de plenitud? ¿Qué queréis? […] Para ser plenos, para tener una vida renovada, hay una respuesta, hay una respuesta que no se vende, hay una respuesta que no se compra, una respuesta que no es una cosa, que no es un objeto, es una persona, se llama Jesucristo”.
Jesucristo, explica el Papa, es aquél que sabe dar verdadera pasión a la vida, Jesucristo es el que nos lleva a no contentarnos con poco y nos lleva a dar lo mejor de nosotros mismos; quien nos interpela, nos invita y nos ayuda a levantarnos cada vez que nos damos por vencidos; quien nos empuja a alzar la mirada y soñar alto.
Y continúa el diálogo con los jóvenes: “Pero padre —puede decirme alguno— es tan difícil soñar alto, es tan difícil subir, estar siempre de subida. Padre, yo soy débil, yo caigo, yo me esfuerzo, pero tantas veces me vengo abajo”.
Recuerda el Papa una canción de los alpinos, cuando suben las montañas: “En el arte de subir, lo que importa no es no caer, sino no permanecer caído”.
Así nosotros ante Jesús: “Si tú eres débil, si caes, mira un poquito a lo alto y está la mano tendida de Jesús que te dice: ‘Levántate, ven conmigo’”.
Y esto, aunque haya de suceder “setenta veces siete”, como el Señor le dijo a Pedro; porque la mano de Jesús siempre está tendida para levantarnos, cuando caemos.
Sobre todo, insiste el Papa, Jesús nos pregunta si queremos ser felices de verdad, si queremos una vida plena. ¿Y –podemos replicar nosotros– dónde y cómo se encuentra esa felicidad, esa vida plena?
Respuesta breve y central para los jóvenes del mundo: “La felicidad germina y brota en la misericordia: esa es su respuesta, esa es su invitación, su desafío, su aventura: la misericordia. La misericordia tiene siempre un rostro joven”.
Ese rostro, observa Francisco, lo vemos en María de Nazaret, que con su “sí” se lanza a la aventura de la misericordia. Por eso será llamada bienaventurada (feliz con Dios y desde Dios) por todas las generaciones y Madre de Misericordia.
Por eso es necesario pedir al Señor la capacidad para reproducir ese sí de María en nuestra propia vida:
“¡Señor lánzanos a la aventura de la misericordia! Lánzanos a la aventura de construir puentes y derribar muros (sean recintos o redes); lánzanos a la aventura de socorrer al pobre, a quien se siente solo y abandonado, a quien ya no encuentra un sentido para su vida. Lánzanos a acompañar a los que no te conocen y decirles lentamente y con tanto respeto tu nombre, el porqué de mi fe. Empújanos (…) a la escucha de los que no comprendemos, de los que vienen de otras culturas, otros pueblos, también de los que tememos porque creemos que pueden hacernos daño. Haz que dirijamos nuestra mirada, como María de Nazaret con Isabel, que volteemos nuestras miradas a nuestros ancianos, a nuestros abuelos para aprender de su sabiduría”.
La misericordia, concluye el Papa, es parte sustancial de una vida plena, como es, debe ser, la vida cristiana:
“Queremos afirmar que la vida está llena cuando se vive a partir de la misericordia, y que esta es la parte mejor, es la parte más dulce, es la parte que nunca nos será quitada”.