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Omnesmag
Ramiro Pellitero |
Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra
Nos referimos, en su unidad, a tres intervenciones del Papa Francisco en relación con el comienzo del “sínodo sobre la sinodalidad”: su discurso ante los fieles de Roma (día 18 de septiembre), su reflexión al inicio del proceso sinodal (día 9 de octubre) y la homilía del día siguiente, en la celebración de apertura del sínodo (día 10).
En las tres ocasiones ha proporcionado luces para “caminar juntos” en este sínodo que comienza ahora en su fase local, continúa, a partir de marzo de 2022, en una fase nacional-continental, y se clausura en la reunión de los obispos en Roma, en octubre de 2023.
1. “Tomarse en serio el sínodo”
En su intervención ante los fieles de la diócesis de Roma (18-IX-21), recordó Francisco el tema del presente sínodo o mejor del presente proceso sinodal: Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión. Y explicó que no se trata de una encuesta para recoger opiniones, sino de escuchar al Espíritu Santo.
Añadió que tampoco se trata de un “capítulo” añadido a la eclesiología, y menos de una moda o un eslogan; sino que “la sinodalidad expresa la naturaleza de la Iglesia, su forma, su estilo, su misión”. Hablar de “Iglesia sinodal” es dar un nombre a lo que ya vivían los primeros cristianos según el libro de los Hechos de los apóstoles: “un caminar juntos” desde Jerusalén a todos los lugares para llevar la Palabra de Dios y el mensaje del evangelio. Todos se sabían protagonistas y responsables de servir a los demás. Todos sostenían a la autoridad desde la vida y a su discernimiento sobre lo que era mejor hacer, mantener o evitar.
Inevitablemente, continuaba el Papa, ese caminar supone los contrastes, y a veces algunas tensiones. Pero la experiencia de la acción del Espíritu Santo y su inspiración sobre los apóstoles les ayudó a comprender y decidir: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que las necesarias” (Hch 15,28). Esa es, señala Francisco, la orientación fundamental para la sinodalidad y concretamente para el proceso sinodal que comenzamos. Siempre está la tentación de hacerlo solos. Pero tenemos al Espíritu Santo como testigo del amor de Dios y de esa “amplitud hospitalaria”, esa catolicidad, que quiere decir universalidad a través de los tiempos y lugares.
A continuación Francisco destacaba la importancia de la fase primera, la fase diocesana del proceso sinodal, donde se manifiesta el “sentido de la fe” del pueblo de Dios (el “olfato” de las ovejas, que somos todos), con la guía de los pastores y los fieles ayudándoles a guiar el rebaño de Cristo (infalible “al creer”, como dice el Concilio Vaticano II); con la capacidad, por tanto, para encontrar nuevos caminos o recobrar el camino perdido.
Efectivamente. La participación en la vida de la Iglesia no es solo un saberse y sentirse parte de ella, interior y espiritualmente, y participar adecuadamente de sus sacramentos para luego cada uno en su lugar hacer fermentar el mundo con la vida y la luz del Evangelio. Esto sería ya muy importante, como base de la traducción operativa de ese misterio de comunión y de misión que es la Iglesia. Además, la participación en la vida de la Iglesia lleva también a sentirse responsables de la institución eclesial, divina y la vez humana y social, cada uno según su condición y vocación, para el bien de la misión evangelizadora.
Se trata de contar con todos, como subrayan los documentos para orientar el proceso sinodal (el Documento preparatorio y el Vademecum). Todos, también los pobres, los marginados, los que la sociedad descarta, aunque esto parezca difícil o utópico. Acogiendo las miserias de todos, también las de cada uno, las nuestras. “Pero –señala el Papa– si no incluimos a los miserables –entre comillas– de la sociedad, a los descartados, nunca podremos hacernos cargo de nuestras miserias. Y esto es importante: que las miserias de uno puedan surgir en el diálogo, sin justificaciones. ¡No tengáis miedo!”. Así podrá ser la Iglesia, como quería el Concilio Vaticano II, escuela de fraternidad (cf. Enc. Fratelli tutti). Francisco insiste para que todos tomemos en serio el sínodo, sin dejar a nadie fuera o atrás.
Esto, en efecto, tiene muchos aspectos: espirituales, sacramentales, disciplinares, en la unidad de la acción del Espíritu Santo y en la diversidad de sus carismas en la Iglesia y para el mundo. También está, como decíamos antes, el camino institucional de la Iglesia en el concierto de la historia y en medio de la sociedad. Todos, en “cooperación orgánica”, hemos de poner nuestra parte en ese camino, cada uno según la concreta vocación, dones, ministerios (ordenados y no ordenados) y carismas. Es también una manifestación de la relación entre institución y carismas.
2. Claves, riesgos y oportunidades
Posteriormente, en su Discurso de inauguración del proceso sinodal (9-X-2021) Francisco ha concretado claves (comunión, participación, misión), riesgos (formalismo, intelectualismo, inmovilismo) y oportunidades (Iglesia sinodal, escucha, cercanía).
En primer lugar, tres claves. La comunión expresa la naturaleza de la Iglesia. La misión, su tarea de anunciar el Reino de Dios, del que es germen y semilla. Según san Pablo VI, “dos líneas maestras enunciadas por el concilio”. En el quinto aniversario señaló que sus líneas generales habían sido: “la comunión, es decir, la cohesión y la plenitud interior, en la gracia, la verdad y la colaboración […], y la misión, que es el compromiso apostólico hacia el mundo contemporáneo» (Ángelus, 11 octubre 1970).
Veinte años después, clausurando el sínodo de 1985 san Juan Pablo II quiso reafirmó la naturaleza de la Iglesia como “comunión” (koinonia), de donde surge la misión de ser signo de la íntima unión de la familia humana con Dios. Y expresó la conveniencia de que se celebraran en la Iglesia sínodos que estuvieran preparados desde las Iglesias locales con la participación de todos (cf. Discurso en la clausura de la II Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos, 7 diciembre 1985).
Es así, señala ahora Francisco, porque la participación auténtica es expresión viva del ser Iglesia, como exigencia de la fe bautismal. Del bautismo deriva “una idéntica dignidad de hijos de Dios, aun en la diferencia de ministerios y carismas”.
Esto que dice el Papa es importante. En la teología católica se subraya la realidad del sacerdocio común de los fieles, que confiere la dignidad común (profética, sacerdotal y real) a los bautizados y los impulsa (con el servicio que les presta el sacerdocio ministerial) a todas las tareas que como cristianos pueden y deben afrontar. Además, el sacerdocio común tiene la potencialidad de asumir dinámicamente muy diversos carismas al servicio de la misión de la Iglesia. Y hoy vemos cómo algunos de esos carismas se relacionan con los “ministerios” (ordenados o no) o funciones que los fieles pueden asumir.
Continuaba Francisco diciendo que el sínodo debe tener presentes tres riesgos. El formalismo, que lo reduciría a una hermosa fachada, en lugar de un itinerario de discernimiento espiritual efectivo. Para ello “necesitamos la sustancia, los instrumentos y las estructuras que favorezcan el diálogo y la interacción en el Pueblo de Dios, sobre todo entre los sacerdotes y los laicos”, evitando el clericalismo.
El intelectualismo, en segundo lugar: “es decir, la abstracción; la realidad va por un lado y nosotros con nuestras reflexiones vamos por otro”. Con ello se correría el peligro de convertir el sínodo en un grupo de estudio que no incidiera en los problemas reales de la Iglesia y los males del mundo.
Y también está la tentación del inmovilismo. La tentación de no cambiar invocando el principio de “siempre se ha hecho así” (cf. Evangelii gaudium, 33), sin tener en cuenta la acción del Espíritu Santo, el tiempo en que vivimos, las necesidades y la experiencia de la Iglesia también en el presente. Si se hubieran aferrado a ese principio, Pedro y Pablo no habrían podido discernir la extensión del evangelio a los gentiles.
Por tanto, el sínodo es una ocasión de encuentro, escucha y reflexión. Un tiempo de gracia que nos puede permitir captar al menos tres oportunidades. La oportunidad, primero, de “encaminarnos no ocasionalmente sino estructuralmente hacia una Iglesia sinodal”, es decir “un lugar abierto donde todos se sientan en casa y puedan participar”. En efecto, y eso por fidelidad al evangelio: una fidelidad que es dinámica como siempre que se trata de personas: sabiendo cambiar en los modos de expresarse o de hacer cuando cambian las circunstancias o surgen nuevas necesidades.
Otra oportunidad es la de ser Iglesia de la escucha, a partir de la adoración y de la oración. Y luego “escuchar a los hermanos y hermanas acerca de las esperanzas y las crisis de la fe en las diversas partes del mundo, las urgencias de renovación de la vida pastoral y las señales que provienen de las realidades locales”. Así es, también porque el evangelio cuenta con la diversidad de las culturas (inculturación) para extenderse y enriquecerse en sus expresiones.
Por último, el sínodo es la oportunidad de ser una Iglesia de la cercanía, lo que se de la compasión y la ternura. Una Iglesia que fomenta la presencia y la amistad. “Una Iglesia que no se separa de la vida, sino que se hace cargo de las fragilidades y las pobrezas de nuestro tiempo, curando las heridas y sanando los corazones quebrantados con el bálsamo de Dios”. No olvidemos, pide Francisco, el estilo de Dios que nos ha de ayudar: la cercanía, la compasión y la ternura.
3. Encontrar, escuchar, discernir
Finalmente, en la homilía durante la apertura del sínodo de los obispos (10-X-2021), el Papa ha resumido la finalidad del proceso sinodal con tres verbos: encontrar, escuchar, discernir.
Tomando pie del evangelio del día, (cf. Mc 10, 17 ss.), Francisco evoca cómo Jesús camina en la historia y comparte las vicisitudes de la humanidad. Se encuentra con aquel hombre rico, escucha sus preguntas y lo ayuda a discernir qué tenía que hacer para heredar la vida eterna.
Primero, el encuentro. También nosotros debemos tomarnos tiempo para estar con el Señor en la oración y la adoración, y luego “encontrarnos cara a cara, dejarnos alcanzar por las preguntas de las hermanas y hermanos, ayudarnos para que la diversidad de los carismas, vocaciones y ministerios nos enriquezca”. “Sin formalismos, sin falsedades, sin maquillajes”.
Segundo, la escucha. Jesús escucha sin prisa la inquietud religiosa y existencial de aquel hombre. No le ofrece una solución prefabricada, para librarse de él y proseguir el camino. “Y lo más importante, Jesús no tiene miedo de escucharlo con el corazón y no sólo con los oídos”. No se limita a contestar su pregunta, sino que le contar su historia y hablar con libertad. “Cuando escuchamos con el corazón sucede esto: el otro se siente acogido, no juzgado, libre para contar su experiencia de vida y su camino espiritual”
Y aquí el Papa nos interpela para ver si es así nuestra capacidad des escucha, para descubrir con asombro el soplo del Espíritu Santo, que sugiere recorridos y lenguajes nuevos. “Es un ejercicio lento, quizá cansado, para aprender a escucharnos mutuamente —obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, todos, todos los bautizados— evitando respuestas artificiales y superficiales”. “El Espíritu nos pide que nos pongamos a la escucha de las preguntas, de los afanes, de las esperanzas de cada Iglesia, de cada pueblo y nación. Y también a la escucha del mundo, de los desafíos y cambios que nos pone delante”. Y para todo ello el Papa nos pide: “No insonoricemos el corazón, no nos blindemos dentro de nuestras certezas. Las certezas tantas veces nos cierran. Escuchémonos”.
Por último, el discernimiento. En su diálogo con el joven rico, Jesús le ayuda a discernir: “Le propone que mire su interior, a la luz del amor con el que Él mismo, mirándolo, lo ama (cfr. v. 21), y que con esa luz discierna a qué está apegado verdaderamente su corazón. Para que luego descubra que su bien no es añadir otros actos religiosos sino, por el contrario, vaciarse de sí mismo, vender lo que ocupa su corazón para hacer espacio a Dios”.
Esto, observa Francisco, es una indicación valiosa también para nosotros. “El sínodo es un camino de discernimiento espiritual, de discernimiento eclesial, que se realiza en la adoración, en la oración, en contacto con la Palabra de Dios”. No es una “convención” eclesial, ni una conferencia de estudios ni un congreso político. No un parlamento, sino un acontecimiento de gracia, un proceso de sanación guiado por el Espíritu.
Jesús nos llama a nosotros ahora para vaciarnos y liberarnos de lo que es mundano, también de nuestras cerrazones y acostumbramientos. Para interrogarnos sobre lo que Dios nos quiere decir en este tiempo y en qué dirección quiere orientarnos. Para que estemos abiertos a las sorpresas del Espíritu Santo. Y para ello el Papa nos convoca de forma que aprendamos a ejercitar la sinodalidad haciéndolo de hecho. Esto requiere, además de la oración, un compromiso por mejorar la formación de todos, poco a poco, teniendo en cuenta las circunstancias actuales.
La finalidad de un sínodo no es simplemente la visibilidad de la participación ni la producción de documentos. Como recoge el Documento preparatorio, de modo poético y citando a Francisco, es “hacer que germinen sueños, suscitar profecías y visiones, hacer florecer esperanzas, estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, resucitar una aurora de esperanza, aprender unos de otros, y crear un imaginario positivo que ilumine las mentes, enardezca los corazones, dé fuerza a las manos» (Discurso al inicio del sínodo dedicado a los jóvenes, 3-X-2018.)