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Artistas navarros (4). Juan de Villarreal, un referente en la arquitectura navarra del siglo XVI

02/12/2024

Publicado en

Diario de Navarra

Mª Josefa Tarifa Castilla |

Diario de Navarra, en colaboración con la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra, aborda, mensualmente, de la mano de especialistas de diversas universidades e instituciones, una serie sobre artistas navarros

Juan de Villarreal (1517-1584) fue una de las figuras más polifacéticas y de referencia en el panorama artístico navarro de la segunda mitad del siglo xvi, que ejerció su carrera profesional como cantero, entallador, artillero y veedor de obras eclesiásticas del obispado de Pamplona.

Nació en 1517 en Villarreal de Urrechua (Guipúzcoa), denominación toponímica que tomó como apellido al llegar a Pamplona, ya que en los territorios guipuzcoanos siempre se le denominó con su verdadero nombre, San Juan de Altuna. Hijo de Pedro de Altuna, artesano dedicado al trabajo del cuero, y de María de Alzola, en 1542 contrajo matrimonio con María Juana de Iturbe, con la que tuvo cinco hijos, de los cuáles solo uno, Miguel de Altuna (1549-1601), siguió su oficio. Por tanto, el contacto de Villarreal con el mundo de la construcción no fue endogámico, como ocurría con la mayor parte de los artistas de las edades media y moderna.

El conocimiento de la teoría artística

La primera obra documentada de Villarreal en suelo navarro es la portada del antiguo hospital de Nuestra Señora de la Misericordia de Pamplona (actual Museo de Navarra), fechada en 1556 y acometida bajo el mecenazgo de Remiro de Goñi, arcediano de la Tabla de la catedral pamplonesa. En este trabajo hizo gala de su conocimiento de la tratadística arquitectónica de la época, que utilizó como un excelente repertorio de imágenes en el que inspirarse. Así lo reflejan los estípites antropomorfos dispuestos a los lados del arco de medio punto de acceso, soportes con forma humana inspirados en las portadas del Tercero y Quarto Libro de Architectura de Sebastiano Serlio, publicado en Toledo en 1552 (fig. 1), que denotan su habilidad como entallador en la labor ornamental del trabajo de la piedra con un repertorio renacentista.

Al menos desde 1558 ostentó el cargo de maestro de artillería del rey en Navarra, lo que revela su experiencia en el ámbito de la arquitectura militar. En dicho año proporcionó la traza de la belena de Lumbier, con el alzado de los muros de las casas existentes a ambos lados de la calle, que hasta el momento es el primer documento gráfico localizado salido de sus manos, conservado en el Archivo General de Navarra. También tomó parte en obras de ingeniería, como ejemplifica la traza del puente de Asiáin.

El oficio de veedor de obras eclesiásticas

En el panorama artístico de la Navarra del siglo XVI, únicamente los maestros de la construcción más cualificados tenían la habilidad de diseñar trazas, plasmando sobre el papel o pergamino la concepción teórica del proyecto arquitectónico. Entre ellos destacan los veedores de obras eclesiásticas del obispado pamplonés, profesionales del mundo de las artes al servicio de la Iglesia que desarrollaron su labor en los territorios navarros y guipuzcoanos dependientes de la diócesis pamplonesa. El primero del que hay evidencia escrita es Villarreal, que desempeñó el oficio al menos desde 1563 hasta su fallecimiento en 1584.

Esta figura profesional quedó fijada en las Constituciones Sinodales del Obispado de Pamplona compiladas por el prelado Bernardo de Rojas (1591), recogiendo una práctica existente décadas atrás. El ejercicio del veedor en el ámbito arquitectónico requería elaborar la traza y aprobar los planos de cualquier edificio dependiente del obispado, como parroquias, ermitas, cementerios, casas abaciales y vicariales. También debía visitar las obras para asegurarse de la buena ejecución de las mismas de acuerdo al contrato establecido, emitir informes o valorar los trabajos realizados por los maestros. En ocasiones Villarreal estimó construcciones en compañía de artistas relevantes que estaban trabajando en Navarra. Así, en 1576 tasó las obras realizadas en el monasterio de Leyre junto al genovés Juan Luis de Musante, maestro mayor de obras reales al servicio de Felipe II, que desde 1575 dirigía la edificación de la ciudadela proyectada por el ingeniero de rey Jacobo Palear Fratín. En 1577 Musante emparentó con Villarreal, al casarse con su hija Catalina, como era habitual en la endogamia profesional de la época.

Villarreal no solo intervino en cuestiones relativas al ámbito de la cantería y albañilería, sino también en otros ámbitos artísticos diferentes al mundo de la construcción, como piezas artísticas de amueblamiento litúrgico. De hecho, la primera vez que lo hemos documentado como veedor es en 1563 con motivo de tasar el retablo mayor de la iglesia de Mués, labor de supervisión que desempeñó en numerosas ocasiones, también en el ámbito de la pintura junto a Miguel de Aldaz. Asimismo, proporcionó la traza para la ejecución de retablos, como el de San Miguel Arcángel de Sarría, Ániz (1577), Sarriguren, retablo mayor de San Vicente de San Sebastián (1583) o el sagrario de Ciga (1576), lo que revela su capacidad para diseñar estas piezas arquitectónico-escultóricas, al igual que hicieron otros arquitectos de renombre en el siglo xvi, como Juan de Herrera al proyectar el tabernáculo del retablo mayor de la basílica de San Lorenzo del Escorial.

Los diseños arquitectónicos

Un elemento fundamental que definió el estatus profesional del artífice del Renacimiento, además del conocimiento de la teoría artística, fue su formación en el diseño. De hecho, la capacidad del arquitecto para delinear trazas fue una de las características fundamentales por la que se le diferenció a partir de los siglos xv y xvi del maestro de cantería y albañilería tradicional, considerado como un artesano que trabajaba a pie de obra con un adiestramiento práctico. Así lo expresaron Alberti o Diego de Sagredo en sus tratados de teoría artística, donde definieron la arquitectura como un arte liberal que requería ingenio. Idear la traza significaba, por tanto, ejercer este nuevo concepto de maestro proyectista, independientemente de la posterior dirección y ejecución material de la fábrica, que tan sólo podían desempeñar los profesionales de la construcción más cualificados, dotados de una sobresaliente capacidad para las mediciones, los cálculos y los diseños, plasmando en cada dibujo la solución más adecuada.

De las dotes que poseía Villarreal para la creación del dibujo arquitectónico dejan constancia las numerosas trazas que en la década de 1560 proporcionó para las iglesias parroquiales de Villafranca, Caparroso, Izu, Elizondo, Arrayoz, Ciga, Garísoain, Errazu, Villanueva de Yerri y Olza (fig. 2), entre otras. Una actividad que creció en la década de 1570, facilitando diseños para la parroquia de Sagüés (1570), monasterio de Irache (1570), el crucero y cabecera de la parroquia de Larraga (1571), cabecera de la iglesia de Ciga (1571), la sacristía de la catedral de Pamplona (1572) o iglesia guipuzcoana de Oyarzun (1574). A ello se sumaron las trazas de las torres parroquiales de Azoz (1579), Monteagudo (1578), Arre (1579), Anchóriz (1580), Cildoz (1581), o de casas de la primicia como las de Olloqui (1576) y Cildoz (1581).

La mayor parte de los dibujos que ejecutó fueron realizados en papel, con tinta de un solo color, en los que anotó inscripciones aclaratorias, medidas y escalas gráficas, junto a su firma. Sirva de ejemplo ilustrativo para este texto la traza que dio en 1577 para reformar la nave de la iglesia medieval de San Miguel de Artazu, perteneciente a los fondos del Archivo Diocesano de Pamplona (fig. 3). La planta del templo de una sola nave, articulada en tres tramos, identificados en el dibujo como capilla, debían cubrirse con una bóveda nervada de terceletes de cinco claves, que formalmente se asemeja a una estrella de cuatro puntas. A su derecha Villarreal delineó el alzado de la torre campanario a edificar, con el despiece de sillares, los dos vanos de medio punto para las campanas y el tejado rematado por una cruz. Un proyecto que permite conocer el edificio existente a comienzos de 1570, del que apenas quedan restos tras las remodelaciones que sufrió posteriormente.

El prestigio profesional que Villarreal alcanzó motivó que incluso dibujase trazas para localidades que no pertenecían a la diócesis pamplonesa. Así, en 1577 se trasladó por orden del Consejo Real navarro a Monteagudo para facilitar el modelo de la torre campanario que los responsables de la parroquia querían edificar más alta. A esta obra se opusieron los Beaumont, como alcaides del castillo, dada la proximidad de la iglesia con la fortaleza, desde cuyo campanario podían ser atacados en caso de conflicto. Por ello, Villarreal también elaboró una vista general de la localidad para los señores de la villa, en la que se identifican los edificios más importantes, como el castillo de diseño centralizado que emerge sobre la roca y la iglesia en el centro del núcleo urbano rodeada por viviendas (fig. 4). Un dibujo muy detallado que presenta gran valor histórico para la reconstrucción del paisaje monumental de Monteagudo a finales del siglo XVI, en la línea de las panorámicas de ciudades y pueblos hispanos realizas por otros artistas del Renacimiento, como las del flamenco Anton Van den Wyngaerde entre 1562 y 1570 por encargo de Felipe II. Su quehacer como veedor también le llevó a hacer planos topográficos más sencillos, como el de Izcue (1581), Uterga y Olandáin (c. 1579-80).

A Juan de Villarreal le sucedió como veedor de obras su hijo Miguel de Altuna (1584-†1601), que recibió de su padre los primeros conocimientos teóricos y prácticos del oficio, haciéndose cargo tras su fallecimiento de la conclusión de las fábricas que aquel dejó inacabadas, por ejemplo, en las iglesias de Ibiricu (fig. 5), Huarte, Ardanaz (Egüés), Barañáin y Artica.

En definitiva, Juan de Villarreal fue una de las figuras más sobresalientes de la arquitectura navarra del segundo tercio del siglo XVI. Con sus proyectos arquitectónicos marcó las directrices artísticas por las que discurrió la arquitectura navarra del último tercio del Quinientos, con una fuerte presencia de la tradición tardogótica en las plantas, generalmente de una nave con capillas, y la preferencia en las cubriciones con bóvedas de crucería de diferentes diseños, frente a la escasa asimilación de las fórmulas clasicistas más vanguardistas, que apenas calaron en la zona.