03/01/2021
Publicado en
Diario de Navarra
Ignacio López-Goñi |
Profesor de la Facultad de Ciencias y catedrático de Microbiología de la Universidad de Navarra
Leo con interés, y cierta preocupación, el escrito del doctor J. M. Hermoso de Mendoza Urrizola publicado en DdN el 28/12/2020. Conozco el doctor desde hace años y no tengo duda de su profesionalidad y buen hacer como médico. Coincido con él en la necesidad de informar al paciente con absoluta claridad, con el correspondiente consentimiento informado y en la no obligatoriedad de la vacunación, pero discrepo en cómo ha planteado algunas de sus consideraciones sobre la vacunación contra la COVID-19.
La vacuna que ha comenzado a distribuirse está basada en la tecnología ARN. Es cierto que es la primera vez que se autoriza su uso en humanos, pero se viene trabajando en vacunas ARN desde hace más de diez años, se han ensayo contra otros virus y contra el cáncer, e incluso ya se habían realizado ensayos clínicos en fase I previamente. Se ha dicho que estas vacunas basada en ARN mensajero pueden modificar las funciones de nuestro genoma y causar daños desconocidos e irreparables. Sin embargo, lo cierto es que no hay ningún dato que sugiera que este tipo de vacunas pueda alterar nuestro ADN. La infección natural con coronavirus también produce millones de ARN mensajeros y no supone ningún riesgo para nuestro ADN. De hecho, jamás se ha detectado un gen de un coronavirus insertado en nuestro genoma. La molécula de ARN es muy frágil, el tiempo que permanece en las células es muy corto y desaparece fácilmente. Además, el ARN no llega a encontrarse con el ADN: el ADN se encuentra en el núcleo de la célula y el ARN mensajero en el citoplasma. Para que el ARN mensajero llegue a integrarse en el ADN nuclear debe tener unas secuencias o señales específicas, que la vacuna no tiene. Por último, en el hipotético caso de que el ARN de la vacuna se integrara en el genoma de una de nuestras células musculares, el efecto biológico en nuestro organismo probablemente sería nulo. Las vacunas ARN no modifican nuestro genoma porque no afectan a nuestras células germinales o gametos. En resumen, no hay ninguna evidencia científica en base a lo que conocemos sobre biología molecular que indique que el ARN mensajero usado en las vacunas frente a la COVID-19 pueda tener la capacidad de alterar nuestro genoma. Tampoco hay ningún indicio de que estas vacunas supongan un riesgo para la fertilidad. De hecho, se han realizado experimentos en animales y no se han observaron efectos relacionados en la fertilidad femenina, la gestación ni el desarrollo embrionario, fetal o de las crías.
Respecto a los efectos secundarios, se puede consultar la ficha técnica de la vacuna en internet en la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios. Ahí se indica claramente que es un medicamento sujeto a un seguimiento adicional. Efectivamente, la aprobación ha sido condicional porque no hay que olvidar que estamos en situación de emergencia sanitaria internacional, una pandemia que ya ha costado más de 1.700.000 muertes solo durante este año 2020. La seguridad se ha evaluado en 21.744 participantes en las fases clínicas que recibieron al menos una dosis de la vacuna. Al igual que todas las vacunas, puede producir efectos adversos leves, aunque no todas las personas los sufran. La mayoría de estos efectos leves son debidos a que la vacuna funciona, a que estimula nuestro sistema inmune. Efectos adversos leves muy frecuentes (más de 1 de cada 10 personas): dolor e hinchazón en el lugar de inyección, cansancio, dolor de cabeza, muscular, en las articulaciones, escalofríos y fiebre. Efectos frecuentes (hasta 1 de cada 10 personas): enrojecimiento en el lugar de inyección y náuseas. Efectos poco frecuentes (hasta 1 de cada 100 personas): aumento de tamaño de los ganglios linfáticos, malestar, dolor en la extremidad, insomnio, picor en el lugar de inyección. Efectos raros (hasta 1 de cada 1000 personas): parálisis temporal de un lado de la cara. Frecuencia no conocida: reacción alérgica grave. Si leer todo esto le inquieta, le recomiendo que vaya ahora mismo al armario donde guarda medicamentos y lea el prospecto del ibuprofeno. Y es que todos los medicamentos tienen efectos secundarios y suponen un riesgo. Sobre todo si tenemos en cuenta que cada uno de nosotros podemos responder de manera distinta (por eso es tan importante la medicina personalizada).
Es verdad que todavía no tenemos datos de posibles efectos a largo plazo, sencillamente porque no ha dado tiempo. Por eso, ahora comienza lo que se denomina la fase IV de farmacovigilancia en la que se sigue evaluando la seguridad (posibles efectos secundarios muy poco frecuentes que es imposible detectar con miles de voluntarios pero que se ponen de manifiesto cuando se prueba en millones de personas), y su efectividad (si realmente funciona en el control de la epidemia). Por eso, no nos debería extrañar que, como ocurre con otros medicamentos, alguna vacuna pueda llegar a retirarse del mercado posteriormente, si se detecta que no es segura o efectiva.
Por último, recordar que las agencia evaluadoras valoran también el riesgo-beneficio: el beneficio de la vacuna debe ser razonablemente mayor que el riesgo del coronavirus. Uno debería valorar qué prefiere: más de 74.000 muertos que está dejando el coronavirus y sus “efectos colaterales” en España o algún posible efecto secundario grave por la vacuna. La probabilidad de que te contagies con SARS-CoV-2, de que enfermes y tenga consecuencias graves e incluso mortales y de que contagies a otros, es mayor que los posibles efectos secundarios que pueda tener la vacuna. Yo me vacuno para proteger también a mi hija que está embarazada, a mis nietos que son pequeños y a mi suegra que tiene ya más de 80 años.
Nos enfrentamos a un virus silencioso y peligroso, para el que la población no está previamente inmunizada, que se transmite por el aire vía aerosoles, que puede ser transmitido por personas antes de presentar los síntomas e incluso por personas que nunca manifestarán síntomas y cuya dosis infectiva probablemente sea muy baja. Es una auténtica bomba de relojería, muy difícil controlar. Solo las vacunas nos sacarán de está lo ante posible. En 2020, este virus ha causado más de 74 mil muertos solo en España, se han cerrado colegios y universidades, ha destrozado miles de empleos y hundido nuestra economía, ha modificado nuestras costumbres, miles de personas han perdido a sus seres queridos sin poderse siquiera despedir. El 2020 ha sido el año del coronavirus. El 2021 puede ser el año de las vacunas. Podemos esperar varios años mientras seguimos ensayando las vacunas y analizando su efecto a muy largo plazo. Tú decides.