Antonino Vaccaro y Joan Fontrodona, IESE Business School, Universidad de Navarra
Lo que hemos aprendido de 2010
¿Qué lecciones podemos sacar de las cosas que sucedieron en 2010? ¿La herencia de 2010 es sólo un montón de problemas que van desde unos déficits públicos astronómicos a unos mercados financieros inestables? ¿Podemos resignarnos a aceptar que hemos caído en una debacle socioeconómica de la que no hay forma de escaparse? ¿Estamos ante un horizonte gris y sin ninguna esperanza?
Frente a los pesimistas, que siempre ven las cosas en negativo, cabe una reflexión un poco más ponderada, en la que a la hora de hacer balance aparezcan otros elementos además de los problemas y dificultades. Puestos a equilibrar la balanza, vemos al menos tres rasgos positivos que surgen en medio de la tormenta.
Durante 2010 hemos visto algunas reacciones en la gestión del gasto por parte de las Administraciones Públicas. Países como España, Italia o Portugal han entendido finalmente (con algún que otro consejo y advertencia externa) que su forma de enfrentarse al déficit público no era sostenible. Alguien dirá (y no le faltará razón) que las medidas que se han adoptado son todavía insuficientes, pero –en nuestro afán por ser optimistas– hay que resaltar que esos primeros pasos han supuesto un cambio cultural y mental muy significativo.
Gasto público
La importancia de controlar el gasto público parece que va siendo ampliamente reconocida; el principio básico de la economía doméstica, que dice que no hay que alargar el brazo más que la manga, y que muchos no veían necesario en el ámbito de la gestión pública, parece que empieza a ser aceptado como una sencilla regla de elemental prudencia.
En contrapartida, los políticos empiezan a descubrir que tienen el deber de rendir cuentas de cómo gastan el dinero de los contribuyentes. Recordemos la indignación que suscitó en Francia la noticia de la compra de cigarros por valor de 15.000 euros por parte de una oficina ministerial, sin olvidar casos más cercanos.
También ha habido buenas noticias en relación a la lucha contra el fraude corporativo. Durante 2010 hemos visto varios países actuando no sólo en el lado de la penalización del delito, sino también en la toma de medidas preventivas para evitar las malas prácticas empresariales. En Italia, el antiguo propietario de Parmalat, responsable de un fraude de 14.000 millones de euros, ha sido condenado a 18 años de prisión; con él, otros 16 directivos recibieron también penas de prisión.
A finales de diciembre, Deutsche Bank llegó a un acuerdo con la Administración norteamericana para pagar una multa de 553 millones por casos de evasión fiscal. En España hemos acabado el año con la reforma del Código Penal, en la que las empresas pueden ser condenadas por corrupción y fraude.
También a finales de año, el Estado Vaticano anunció la creación de un nuevo organismo para prevenir el blanqueo de dinero de acuerdo con la legislación europea. Todas ellas son buenas noticias por cuanto suponen un sistema económico más seguro y una mayor conciencia del papel activo que los Estados y las instituciones comunitarias deben jugar contra el fraude corporativo.
También han llegado buenas noticias desde los mercados financieros. El año 2010 supuso un mayor compromiso de las instituciones nacionales y comunitarias para luchar contra las anomalías y los movimientos especulativos de las entidades bancarias. Los presidentes Obama y Sarkozy, junto con otros ministros de los principales países del mundo, manifestaron sus preocupaciones por la salud y estabilidad del sistema financiero. La presión a favor de una mayor transparencia, equidad y responsabilidad es ahora mayor.
Por una parte, tanto los gobiernos como agencias internacionales están presionando a los bancos a través de acciones reguladoras. Por otra parte, los consumidores están siendo más conscientes y activos a la hora de ejercer sus decisiones de inversión. Los incrementos en volumen de negocio de los llamados fondos éticos o de iniciativas de banca cooperativa son un claro indicador de esta tendencia.
En resumen, aparte de las dificultades, problemas y escándalos, 2010 nos ha dejado dos importantes avances. Primero, una mayor conciencia de la responsabilidad tanto individual como colectiva. Segundo, nuevas iniciativas que van en la línea de mejorar la ética y la justicia del sistema socio-económico.
Ahora nos toca a nosotros no dejarnos abatir por los coros de pesimistas y plañideros, mirar con optimismo el futuro y apoyarnos en estas oportunidades para seguir trabajando por mejorar, siquiera un poco, el mundo en el que vivimos. Este es el reto que tenemos por delante.