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Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Exvotos, una religiosidad perdida

vie, 03 mar 2017 13:12:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

Las últimas décadas del siglo XIX y la primera mitad del XX fueron momentos en los que algunas artes, de las denominadas como “populares”, corrieron muy mala suerte, al no gozar de consideración social, ni ser valoradas por parte de los especialistas. Si a ello añadimos que, en algunos casos como los exvotos, sin tener en cuenta todos sus valores, se juzgaban como expresiones de una religiosidad caduca que había que superar, la consecuencia fue su pérdida y destrucción casi en su totalidad. Los pocos que hoy conservamos, son testigos de unos usos y costumbres desaparecidos, que nos sirven como fuentes para el conocimiento de nuestro pasado.

Hasta hace poco tiempo, no se ha comenzado a valorar y por tanto a estudiar y  exhibir todo el patrimonio ligado a la religiosidad popular, representado por estampas, exvotos, capillitas, medallas, escapularios, velas, medidas de imágenes insignes y un sinfín de elementos que, como mucho, únicamente se custodiaban en museos etnográficos o de  tradicionales populares.

El objeto principal de los exvotos fue, sin duda,  el agradecimiento, pero también el dejar memoria y recuerdo del suceso, contribuyendo de ese modo a la fama del intercesor, generando emociones y reacciones en cuantos contemplasen el exvoto. Como ha escrito Freedberg, el hecho de hacer una promesa a una imagen, en momentos de desesperación, implicaba un compromiso por una parte y esperanzas por otra, en una relación directa entre la solución del problema y la creación del icono, así como la convicción de que la gratitud llegara de esta forma a la divinidad.

 

Los exvotos pintados

Algunas regiones ya cuentan con catálogos de los exvotos pintados, incluso han sido protagonistas de exposiciones temporales, como en La Rioja (1997). Su estudio y exhibición han servido para concienciar a la sociedad sobre su importancia, así como para intervenir en ellos, con restauraciones que han evitado que se pierdan para siempre.

Ex voto es una expresión latina que significa cumplimiento de un voto ofrecido a una divinidad o ser sobrenatural en agradecimiento por algún favor recibido. Existe una gran variedad de exvotos: figuras de cera que reproducen partes del cuerpo humano, muletas, escayolas, ropas, trenzas, cartas, armas, dibujos, medallas, grilletes, condecoraciones … etc. Aquí nos referiremos a una tipología: los exvotos pintados en los que el donante opta por la pintura como vehículo de expresión para referirse al prodigio o hecho sobrenatural. Sus dimensiones suelen ser medianas, en formato vertical. Miden en torno a 75 cm. de altura por 50 de anchura, aunque no faltan los de mayores proporciones.

En Navarra hemos contabilizado veintinueve exvotos pintados, la mayor parte de ellos en deficiente estado de conservación. El más antiguo es el de las hermanas Aznar de Cintruénigo, datado en 1659 y no en 1699, como se viene repitiendo. La mayor parte pertenecen al siglo XVIII. En este tipo de pintura no encontramos especiales valores de creación artística, porque en la mayor parte de los casos ni había pintores capaces para hacer un buen retrato, ni tampoco medios por parte de los que encargaban para pagar cantidades elevadas. Salvo el retrato de niño con San Francisco Javier del Museo de Navarra, que atribuimos en su día al aragonés Pablo Rabiella, el resto son obras con mayor interés antropológico, que ayudan a comprender las mentalidades de siglos pasados, así como algunas prácticas muy usuales de la religiosidad tradicional y popular. Tan sólo uno está firmado, en 1793, por Diego Díaz del Valle y otro fue realizado por el pintor establecido en Tudela, José Eleicegui, en 1739.

 

Los protagonistas, los temas y la ambientación

Entre los exvotos destacan los de índole particular y los de carácter colectivo por haber afectado a una comunidad o a una localidad. La pertenencia social a distintos estamentos se pone de manifiesto en los objetos de mobiliario y sobre todo en las vestimentas de los protagonistas, así como en la utilización del “don” en la inscripción. Respecto a la edad, dieciocho pertenecen a niños, seis a personas adultas, tres a grupos colectivos y dos a jóvenes. Con ello se daba un mensaje unificador ante la sociedad por pregonar que todas las personas estaban sujetas a enfermedades, accidentes y para librarse de aquellas contingencias hacían falta valedores celestiales. El beneficio divino a través de la intervención de santos y advocaciones marianas se lograba mediante las devociones y las limosnas a los santuarios.

En cuanto al discurso, los exvotos pintados poseen además de la dimensión divina, una representación textual con una inscripción y otra terrenal, con el retrato del agraciado y en ocasiones también una escena con más personajes y una ambientación concreta de la enfermedad o el accidente.

La composición o estructuración del espacio en los que hemos localizado es muy variada. La mayor parte lo hace en un ámbito atemporal, con fondos neutros u oscuros en donde destaca únicamente el retrato del donante. En algunos casos también se pinta la imagen a la que se pidió la intercesión, generalmente en los márgenes superiores. Nunca falta el texto narrativo, con el nombre y la fecha del acontecimiento, casi siempre enmarcado en una cartela. El hecho de que los textos sean largos se debe a aclarar lo pintado, pero también a la intención de magnificar el suceso. Excepcional por su ambientación es un exvoto del Yugo de Arguedas, de 1696, que representa el interior de una casa de Esteban de Cegama, contador del rey, cuya mujer sanó tras invocar a la Virgen del Yugo. La cama con dosel, el altar con su estrado, la recámara, las pinturas de la Soledad y los paisajes, a una con el retrato real y el espejo, son un excelente exponente de cómo eran los interiores de las casas de la Corte en la época de Carlos II.

 

Niños con hábitos religiosos y amuletos

Dentro del conjunto destaca, por su número, el grupo de niños con una importante presencia de dieciocho de un total de los veintinueve que conocemos, que se localizan en Pamplona, Puente la Reina, Cascante, Estella, Cintruénigo, Codés y sobre todo, en Santa Felicia de Labiano.

Gemma Cobo, al estudiar los exvotos de los niños en la España dieciochesca,  recuerda que proporcionan información sobre emociones y afectos, espacios, indumentaria y las tradiciones propias de la niñez, así como códigos propios de representación. Por otro lado, permiten conocer prácticas devocionales públicas y privadas, así como las creencias taumatúrgicas de las imágenes y datos sobre la extensión de algunas enfermedades.

La abundancia de ejemplos infantiles se explica por la desprotección de aquel sector de la sociedad en el que se daba una gran mortandad, lo que provocaba incertidumbre, angustia e impotencia y motivaba que los familiares buscasen amparo en la protección divina, ofreciendo votos que conllevaban el vestir con hábito religioso o portar medallas y otros signos religiosos, así como costear el exvoto.

Algunos niños visten hábitos religiosos: dominicos, trinitarios, franciscanos y mínimos de San Francisco de Paula. El hábito se utilizaba como medio profiláctico o a raíz de una promesa realizada por los padres, antes del nacimiento, para que el infante naciera sin problema. Asimismo, se utilizaba para superar las experiencias de un mal parto o para que sanara de una determinada enfermedad, ya después del nacimiento.

Respecto a los amuletos, es usual encontrarlos colgando de cinturones junto a cruces –a veces de las utilizadas para los exorcismos-, medallas, relicarios, evangelios, reglas de órdenes religiosas o cédulas de otro tipo. Su presencia tiene que ver mucho con la protección infantil y particularmente contra el mal de ojo. La condesa D´Aulnoy, en su Relación del viaje de España (1679-1680), lo explica como una especie de veneno que ciertos ojos tienen, que se descarga en la primera mirada. La utilización de los amuletos consistía en lograr por su medio que el aojador desviase la atención, pues su veneno se descargaría sin afectar al niño. Así, la garra de tejón, servía con sus múltiples pelillos para entretener al encantador, quien se vería preso en ellos, obligado a contarlos.

El más común de los amuletos es la campanilla que alejaba los malos espíritus. Le sigue el de una garra de tejón, engarzada en plata, para defenderse del mal. También encontramos castañas, chupadores, higas, perfumadores y cascabeles. La castaña, también engastada en plata, era utilizada contra la erisipela, las hemorroides y el reumatismo, por lo que la llevaban niños y adultos. Al chupador de vidrio se le atribuía el preservar de las enfermedades de la vista y de las miradas dañadoras. A las higas o puños cerrados se les reconocía acción beneficiosa y protectora para ahuyentar enfermedades. Se realizaban, preferentemente en azabache, cristal o coral, y en su defecto por vidrio negro, pasta roja o hueso, respectivamente. Las conchas, al evocar las aguas donde se forman, participaban del simbolismo de la fecundidad propio del agua, las portaban los niños como protección y las mujeres para propiciar la concepción.

En cuanto al perfumador, hay que recordar que el uso de pomas o pomanders era una solución elegante y llamativa, no sólo como ornamento, sino también para los sentidos, pues su portador se beneficiaba de sus efectos aromáticos y a la vez se creía que preservaba contra enfermedades y males ajenos. Respecto a los cascabeles y sonajeros, hay que recordar que entretenían e identificaban a los niños, ejerciendo también como atributo profiláctico, transmitiéndoles fuerza y valor.

 

Con carácter colectivo

Caparroso, Luquin y, sobre todo, Sangüesa poseen algunos exvotos de un grupo de personas o una localidad salvadas de catástrofes en naufragios o plagas. El de Caparroso narra, de un modo ingenuo, un suceso acaecido en 1701. Muestra una barca atestada de trece hombres de distinta condición, a juzgar por sus vestimentas, otros tres ya en el agua y todos ellos encomendándose a la Virgen del Soto, que aparece con resplandores en el cielo, junto a la primitiva ermita.

En la basílica de las Virgenes del Remedio y del Milagro de Luquin, hay una pintura de un navío a la deriva con su capitán don Pedro de Colmenares, en 1794, salvado por intercesión de las titulares de aquel templo. De fines del siglo XVIII es el exvoto de la ciudad de Sangüesa que recoge un suceso acaecido el siglo anterior, concretamente en 1687 y 1688, cuando San Francisco Javier libró a la ciudad de la plaga de la langosta. Las gentes juzgaron por milagrosa la desaparición de la temible plaga por intervención del santo jesuita y el hecho quedó muy presente en la conciencia colectiva. El lienzo representa la procesión con el santo en andas, acompañado del cabildo y autoridades municipales.

 

Múltiples y variados accidentes

Entre los accidentes narrados en algunos exvotos, llaman la atención por la espectacularidad del suceso los de Sangüesa, Lerín, Cintruénigo y Arguedas. El primero de ellos, data de fines del siglo XVIII aunque recoge un suceso de siglos atrás y ha sido estudiado minuciosamente por Juan Cruz Labeaga. En él se relata el milagro legendario de un caballero, que se salvó de muerte segura, invocando a la Virgen de Rocamador, pues, acorralado en el puente de Sangüesa, se lanzó al río para evitar ser apresado, momento en el que intercedió la patrona de Sangüesa, librándole de la desgracia.

En Lerín, una ingenua pintura recuerda la caída sin fatales consecuencias desde la torre de la parroquia de Pedro Ibiricu, el día de la Virgen del Pilar de 1709, mientras veía un espectáculo taurino que tenía lugar en la plaza. En Cintruénigo un lienzo de una colección particular de 1739, publicado por F. J. Alfaro, representa la salvación milagrosa, gracias a la Inmaculada, de don Pedro Andrés Monreal al cruzar el río Alhama, a caballo, desde su finca de La Cebolluela. Finalmente, en el santuario del Yugo, otra pintura muestra el agradecimiento de un cazador de codornices, don Diego Martín de Ciga que, en 1719, sobrevivió a la explosión de su escopeta.

 

Algunos alcanzaron notoriedad

Algunos de los retratados, con el paso del tiempo alcanzarían notoriedad por distintas circunstancias. Así el niño Juan Martín Andrés, vestido de trinitario de la ermita de Santa Felicia de Labiano, cuyo exvoto data de 1739, representa al futuro escultor que se hizo cargo del retablo de la capilla de la Virgen del Camino. Juan Martín Andrés (1737-1790) fue hijo del carpintero Juan Antonio Andrés, natural de Cuebas de Cañada en Aragón y de María Antonia Roldán y nació en 1737, por lo que en el exvoto cuenta con algo más de dos años. En 1760 obtuvo el título de ensamblador y, entre sus obras, destacan el mencionado retablo de la capilla de la Virgen del Camino en San Cernin de Pamplona (1766-73), el de San Lorenzo de Tafalla y el mayor de Subiza.

    En el Romero de Cascante se conserva el de Sebastián de Baños, datado en 1749, a los nueve años de edad. El retratado viste a la dieciochesca, con una vistosa chupa floreada y casaca roja, arrodillado ante la imagen de la Virgen. En la inscripción se anotan sus progenitores, Juan de Baños y Arellano y Francisca Manrique y Almanza, ambos de Corella y el motivo del exvoto, en este caso, unas viruelas que pusieron en peligro su vida. Su familia, oriunda de Jaca, contaba con ejecutoria de hidalguía, había sido favorecida por la princesa doña Catalina y poseía la capilla de Santa Ubaldesca en la Merced de Corella. Don Sebastián fue familiar del Santo Oficio, rehabilitó la citada ejecutoria, en 1776,  y fue alcalde de Corella en 1797.

    Por último, citaremos otro exvoto del santuario de Codés, en este caso obra del pintor cascantino Diego Díaz del Valle, que lo firma en 1793. En él figura junto a una rica consola rococó la niña María Luisa Acedo y González de Castejón, a los cinco años de edad, por haberse librado de una grave enfermedad el año anterior. La niña había nacido en, en 1787 en Mirafuentes, y algunos años más tarde contrajo matrimonio con don Vicente de Eulate y Tobía (1771-1838) de la Real Compañía de Guardamarinas, señor de varios mayorazgos, capitán de fragata y teniente de navío de la Real Armada.