03/05/2022
Publicado en
Plaza Nueva
David Thunder |
Investigador Ramón y Cajal del Instituto Cultura y Sociedad (ICS) de la Universidad de Navarra.
La adquisición de Twitter por parte del empresario y magnate Elon Musk -por la cuantiosa suma de 44.000 millones- tendrá seguramente consecuencias de gran alcance para el funcionamiento de la esfera pública mundial. A pesar de que la base de usuarios de Twitter es mucho menor que las de otras plataformas como Facebook, se percibe como el principal foro digital para la deliberación pública, ya que allí están presentes muchas figuras influyentes de todo el espectro político e ideológico.
Musk ha defendido fervientemente que, aunque Twitter esté en manos privadas, funciona de facto como la plaza de una ciudad, donde el pueblo y las personalidades destacadas debaten sobre numerosos asuntos públicos importantes y, por tanto, desempeña una función pública vital en una democracia. Así, Musk ha declarado públicamente que “la libertad de expresión es la base de una democracia que funciona” y que cree que la plataforma podría equivocarse al permitir contenido legal, así como actuar con lentitud en la suspensión permanente de cuentas.
Si el Sr. Musk se toma en serio la idea de hacer de Twitter una plataforma que puedan utilizar y respetar personas de todo el espectro de opiniones y se equivoca al permitir el libre discurso en lugar de restringirlo, su adquisición de la compañía debería derivar en una liberalización significativa de sus políticas de moderación de contenidos.
En la medida en que Twitter se ha alineado cada vez más con determinadas posiciones políticas en disputa, ha socavado su propia credibilidad como plataforma abierta para el discurso y ha empobrecido artificialmente la calidad y amplitud del debate público.
La compra de Twitter por parte de un ferviente defensor de la libertad de expresión brinda una oportunidad única para transformar esta red social. Puede pasar de ser una plataforma ideológica, política y científicamente partidista a otra en la que las voces de la izquierda y la derecha -y todas las posturas entre ambas- puedan competir en un campo de juego más o menos igualitario.
Bajo la dirección de Musk, Twitter podría convertirse en un foro donde se puedan contraponer perspectivas en conflicto, de modo que queden sujetas a un escrutinio racional sin temor a ser baneadas o bloqueadas por ofender a algún miembro de la junta directiva.
Sin embargo, las cosas no son tan simples. La calidad de nuestra esfera pública no solo depende de la libertad de expresión, sino también de la calidad moral y científica del discurso público. Una esfera pública libre es buena y deseable, pero si está llena de trolls y acosadores incívicos puede volverse tóxica desde el punto de vista moral y político.
Para Musk, la compra de Twitter también incluye la tarea poco envidiable -pero importante- de diseñar reglas y procedimientos para decidir qué contenido debe restringirse y cuál tolerarse en esta parte tan trascendente de la esfera pública global.
Flexibilizar las reglas de moderación de contenidos permitiría, sin duda, que las voces inteligentes que disiden en la comunidad política y científica puedan enriquecer y ampliar el debate público y desafiar a las ideas preconcebidas que predominan. No obstante, también es cierto que hacerlo daría manga ancha a intervenciones de baja calidad, mal informadas y ofensivas. Probablemente sea un precio que merezca la pena pagar por una plataforma abierta y gratuita, pero sigue siendo un precio.
Asimismo, resulta difícil determinar cuándo una intervención roza la ilegalidad o la violencia. Por ejemplo, ¿expresar un deseo de dañar a alguien o de que le sucedan cosas malas es una incitación a la violencia? ¿Hacer insinuaciones falsas y perjudiciales sobre su conducta supone una forma de difamación ilícita? Cualquier política de moderación de contenidos se verá obligada a tomar decisiones difíciles de manera habitual sobre este tipo de preguntas complicadas.
La libertad de expresión es un bien importante para el progreso social, pero no es una panacea para las numerosas y diversas patologías de la esfera pública digital, incluidas sus estructuras de propiedad altamente centralizadas, su tendencia a favorecer intervenciones sensacionalistas y con alta carga emocional; y su generación de comunidades de usuarios ideológicamente uniformes o cámaras de eco ideológicas.
Si Musk cumple su promesa de hacer de Twitter una plataforma menos sujeta a la censura y más abierta ideológicamente, al menos será un paso en la dirección correcta.