Jaume Aurell, Instituto Cultura y Sociedad y Profesor del departamento de historia. Universidad de Navarra
Los gestos de los reyes y su significado
Al enterarme de la noticia de la abdicación de Juan Carlos I, por una extraña asociación de ideas, me he retrotraído con la imaginación ocho siglos atrás, rememorando el imperecedero gesto del rey Alfonso XI de Castilla. Tras haberse auto-investido caballero con la sola asistencia del brazo movible la escultura mecánica del Apóstol Santiago, decidió coronarse él mismo, sin la asistencia de autoridad eclesiástica alguna.
Es fácil imaginarse la sorpresa del arzobispo, el legítimo ministro de la ceremonia de la coronación, al tener que observar pasivamente la escena. Todavía hoy, que nos tenemos por una sociedad secularista y secularizada, nos quedamos admirados de un gesto valiente, de un rey determinado en demostrar, con un gesto solemne, la autonomía del poder secular respecto al ámbito espiritual. Todavía en pleno siglo XX, la última gran coronación seguida por todo el mundo, la de Isabel II de Inglaterra, tuvo que ser asistida por un ministro sacro para darle validez. El rey castellano se adelantó casi siete siglos a la reina de Inglaterra y nos legó con su gesto la dignidad de quien lucha por la autonomía de su jurisdicción, al tiempo que respeta la jurisdicción del otro.
Estos pensamientos en torno a la precoz secularización de la monarquía castellana, contrastando con la eterna clericalización de la inglesa, me han venido inmediatamente a la mente al reflexionar sobre el gesto de abdicación de Juan Carlos I.
Los comentadores indagarán estos días sobre las motivaciones de su la decisión, pero es evidente que este gesto tiene nada de excepcional, si consideramos los precedentes en la monarquía hispánica. Carlos V abdicó en 1555, para encontrar una paz que su galopante reinado no le permitía y, más recientemente, Alfonso XIII renunció en 1931 a la Jefatura del Estado (aunque sin una abdicación formal), ante el evidente avance del republicanismo en España. Ni una ni otra motivación son aplicables a Juan Carlos I, pero, junto a otros reyes españoles que abdicaron como Felipe V, Carlos IV e Isabel II, la historia nos demuestra que el gesto de la abdicación del rey no es algo extraordinario en España.
Estos días se va a debatir lógicamente mucho sobre la conveniencia y oportunidad de seguir manteniendo la monarquía. Solo quiero añadir que esta institución aporta dos valores que no son nada desdeñables en nuestra sociedad: permanencia y estabilidad. La monarquía española es heredera de las diversas monarquías peninsulares medievales (principalmente, la castellana, la aragonesa y la navarra) y, por tanto, cuenta con más de trece siglos de historia. La larga duración y el peso de la tradición no es en sí mismo un argumento definitivo, pero tampoco es como para despreciarlo frívolamente.
Con respecto a la estabilidad, es evidente que la historia reciente de España ha demostrado que, pese a sus vaivenes (y también a los errores cometidos por el propio rey), la monarquía se ha demostrado como una institución que ha garantizado la continuidad constitucional y una cierta sensibilidad para conjugar lo común con lo particular de las diversas regiones de España, algo muy necesario hoy en día. Sin embargo, arguyo que ni la propia monarquía debe estar exenta de la atenta vigilancia de la sociedad, por lo que, junto a estas cualidades evidentes, la responsabilidad de Felipe VI es, sin duda, enorme, y me atrevería a afirmar que no puede tomarse el lujo de cometer ningún error de bulto más. Cuenta sin duda con un apoyo real de amplios sectores de la sociedad, pero también debe tener la convicción de que debe ganarse su puesto, y la confianza del pueblo, como cualquier otro ciudadano que desarrolla su trabajo esforzada y dignamente.