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Jose Victor Oron Semper, Investigador del Grupo "Mente-Cerebro" del Instituto Cultura y Sociedad

Términos y mentalidades: pudor

               
mié, 03 jul 2019 10:02:00 +0000 Publicado en Educación Press

Parece que el término pudor despierta sentimientos contrarios porque a unos les encanta y otros lo rechazan de raíz. Pero, ¿Qué es el pudor? Tanto los amantes como los detractores del término estarían más o menos de acuerdo en que pudor es sinónimo de “tápate” (ante una exposición) o “protégete” (ante una acción de otra persona). El pudor pasa a circunscribirse a lo corporal y a la pretensión de controlar la exposición del cuerpo. Entendiéndolo así, no me extraña que surjan detractores. El pudor, según esa opción, sería el control de la exposición corporal.

El pudor, así visto, descansa sobre el NO a algo. Y ese es el gran problema de esa comprensión, pues ningún NO se justifica a sí mismo. La persona necesita saber a qué decir SÍ. Y del SÍ dicho se deducen los NOES. El NO sólo se justifica por el SÍ. Por eso, educativamente hablando, nunca debe empezarse por el NO. Con la comprensión del pudor como el tápate o protégete, no se sabe a qué se está diciendo que SÍ. No se trata de aprender a cómo NO relacionarse, sino a saber relacionarse. No se trata de aprender a cómo NO exponerse, sino de aprender a exponerse. No se trata de aprender a cómo NO tocar el cuerpo de otro, sino de aprender a tocarlo. Cuando el SÍ está claro, el NO se deducirá para poder garantizar el SÍ. Pero si la persona ve el SÍ, ella misma verá el NO. No hace falta ir haciendo ver nada a nadie, sino ayudar a que cada uno perciba.

En cambio, en UpToYou proponemos otra forma de entender el pudor como consciencia de la exposición de la interioridad. Hemos cambiado control por consciencia y corporal por interioridad. Esto implica que la persona es consciente de la relevancia de sus actos porque en ellos está exponiendo su interioridad.

La exposición del cuerpo no se relaciona directamente con la exposición de la intimidad. En el hospital, no sentimos que exponemos nuestra intimidad ante los cuidadores de la salud. En ciertas obras artísticas, ocurre algo similar.

Hay otros ámbitos donde la exposición del cuerpo, sí supone exponer la intimidad, por ejemplo, en el acto sexual. En tal caso, uno puede sentir el rubor asociado a la consciencia de la exposición y no por ello dejar de exponerse. Imaginemos el acto conyugal. Los dos pueden sentir rubor porque, gracias al pudor, son conscientes de su exposición y de la transcendencia del acto, pero deciden seguir adelante, ya que, precisamente, lo que se quiere es el encuentro de intimidades.

El tema del pudor, hoy en día, da mucho juego, aunque de distintas formas. Es un tema que aparece, aunque no se menciona, en el slogan del “no es no”. Otro ámbito donde aparece es en el tema de los abusos sexuales de menores.

Los del “no es no” lo dicen con claridad: “aunque esté desnuda, no es no”. En esa postura se sostiene que hay que respetar la voluntad de la mujer en todo momento. Lo cual es cierto. Pero, plantearlo tan unilateralmente genera varios interrogantes. ¿Eso significa que es conveniente cualquier forma de exposición? ¿Eso significa que el acto sexual se entiende como un contrato legal que requiere el consentimiento de las partes? Me centro en la primera pregunta, pues la segunda supone abordar el sentido del acto sexual y eso nos desviaría del tema.

Imaginemos una modelo que está posando desnuda y se encuentra tranquila, pero que en un determinado momento pasa a sentirse expuesta porque descubre que la mirada del artista ha pasado de artística a lasciva. En la mirada artística, la modelo no se siente cuestionada en su interioridad. En su interioridad, es tratada como persona. En la mirada lasciva, la modelo siente que su interioridad ha sido negada y su cuerpo simplemente es visto como objeto de placer. El pudor la hace consciente de que, en la mirada lasciva, su intimidad queda expuesta, pero, además, aparece negada, pues la mujer es considerada sólo como objeto. Quien quiera conocer los efectos negativos de la objetualización en las mujeres, puede encontrar bibliografía científica al respecto sin problemas. Gracias al pudor somos conscientes de la exposición.

El otro ámbito donde hoy en día surge el tema del pudor es en la prevención de abusos sexuales. A los niños se les enseña que hay partes del cuerpo que no deben ser tocadas por otros y, si alguien lo hace, es porque es una “mala” persona y, en tal caso, hay que avisar enseguida a un adulto de confianza. En verdad, pensamos, que esto no tiene nada que ver con educar en el pudor, sino con educar en el miedo. Esto es meter miedo a los niños cuando los padres no toman las adecuadas medidas preventivas. Evitar el abuso a base de meter miedo es evitar un mal con otro mal. Además, se habla de avisar a un adulto de confianza cuando existe la posibilidad de que el abusador sea precisamente el padre o la madre. Además del error que supone querer prevenir un mal potencial (el abuso) y puntual (en relación al abusador) con un mal real (la sospecha y el miedo) generalizado (a todo adulto), está el problema de querer prevenir un comportamiento sin atender sus causas. Ser padre o madre no es cualquier cosa y supone una responsabilidad evidente; pero en cambio, socialmente, es visto como un derecho y, de esa forma, parece inviable plantear que antes de ser padres sea necesaria una preparación y una mínima idoneidad.

No hay que pedirle al niño lo que él o ella no puede hacer. No se trata de que el niño evite el abuso, sino de que lo eviten sus padres. Lo que sí que tiene sentido es educar en el pudor. No creo que alguien niegue la bondad de ser consciente de la relevancia de nuestros actos y el pudor, en nuestra propuesta, es consciencia de la exposición de la intimidad. Veamos cómo puede educarse el pudor. Por ser el pudor consciencia de la exposición de la intimidad, se educará siendo conscientes de que somos intimidad y de lo que significa exponerla.

Veamos primero qué es ser consciente de que se es intimidad. Un día estaba jugando con un niño pequeño de unos tres años y, después de la comida, apoyé mi cabeza en su espalda y le dije “voy a dormir, tú haces de almohada” y él me dijo “no, porque yo soy persona, no almohada”. Y le dije: “tienes toda la razón”. Luego, le pedí a su padre que investigara qué entendía su hijo por eso de “soy persona”. Le dije que cuando fuera por la calle y viera personas desconocidas o perros, le preguntara ¿Es persona? Y resultó que el niño diferenciaba muy bien quién era persona y qué perro. Luego venía la prueba de fuego. El padre le preguntó si el perro que tienen en casa y al que el niño cuida todos los días era (o no) persona. La contestación fue “es persona y animal”. Así, el niño expresaba el afecto especial que sentía por ese perro en concreto. El niño entiende perfectamente que con la palabra persona nos referimos a una realidad singular y de especial valor, pues una almohada se usa, una persona no. Con tres años, ese niño es ya consciente de su interioridad.

Se educa en ser conscientes de nuestra intimidad tratando a tus hijos como personas. A una persona no se le usa. ¿Nuestra forma de hablar y actuar con los hijos y alumnos revela que les tratamos como personas? ¿Cómo van a ser conscientes de su interioridad si les tratamos como si no la tuvieran? Cuando nos relacionamos con un niño entendiendo nuestra relación como algo práctico (hay que comer u ordenar el cuarto) o técnico (hay que aprender a escribir o sumar) los estamos tratando como si no tuvieran intimidad. Cuando nos centramos en fomentar o evitar ciertos comportamientos, estamos ignorando su intimidad y evitamos que él o ella pueda entenderse como un ser con interioridad. El trato ha de ser siempre personal. Por otro lado, ellos también ven cómo tratamos a los demás. De forma especial, la calidad de la relación entre los cónyuges es fundamental para la consciencia del niño de su propia identidad. La identidad del niño (la identidad es la consciencia de lo que soy) depende de la calidad de la relación de los cónyuges percibida por el niño. Y en esa identidad, se percibirá como un ser con o sin interioridad.

Al mismo tiempo que se crece en ser consciente de ser intimidad, hace falta educar en la consciencia de la exposición de tal intimidad. La consciencia de la exposición se educa exponiéndola. No se puede ser consciente de algo que no se expone. La intimidad puede exponerse de muchas formas. Si se fuerza a un niño a hablar, se le está obligando a exponerse sin que él o ella quiera o esté preparado. Por el contrario, si a un niño no se le ayuda a expresarse, tendrá muchos problemas de madurez a todos los niveles. Es una cuestión de desarrollo humano saber hablar de la interioridad de uno. Los padres y educadores deben favorecer un diálogo sincero y auténtico. Conviene favorecer el diálogo familiar en sí y no sólo cuando surgen problemas o decisiones que tomar. Vale la pena hablar con tus hijos simplemente porque vale la pena hablar con tus hijos. Conocer su forma de pensar, disfrutar contándole tú a tus hijos tus alegrías y penas. Si un padre conversa con su hijo para conocer y darle a conocer su interioridad, el niño descubrirá que realmente tiene interioridad y que hay formas y lugares donde exponerla.

No se puede ser consciente de una mala exposición si no es con una buena exposición, pues el NO es un derivado del SÍ. Por ello urge que en la familia se dé una adecuada exposición que empieza por la exposición de los pensamientos y sentimientos. Hay formas de exponer el pensamiento y el sentimiento que no ayudan al encuentro interpersonal, lo que será determinante para en el futuro aprender a valorar una adecuada o no adecuada exposición. Es decir, la educación en el pudor no se basta a sí misma, pues además de ser consciente de la exposición, hace falta aprender a valorar si la exposición es adecuada o no y eso ya no lo da el pudor, aunque se educan las dos cosas a la vez.

Poco a poco, el niño descubre que hay lugares, formas y personas adecuadas para ciertas exposiciones y, derivadamente, otras donde no corresponde. Va descubriendo cómo a distintas personas, según el tipo de relación, se les saluda de diversas formas. Si ante el posible reparo que le produce saludar a un desconocido, le forzamos a una exposición íntima, por ejemplo, a un abrazo, no le estamos ayudando a saber entablar una relación, al igual que si le dejamos que no salude. Tal vez podamos animarle a que le dé la mano (dependerá de la cultura) para que aprenda ciertas formas de expresión ligadas a ciertos contextos. El niño descubrirá que la forma de expresión adecuada en cada caso es la que ayuda a la relación. Los dos extremos, no saludar o abrazar a un desconocido, no ayudan a la relación con él.

De forma similar ocurre con el vestido, pues el niño descubre la carga de significado que tiene. Por un lado, el vestido cumple una función de utilidad: no se va al colegio en bañador porque eso no ayudaría a centrarnos en lo que pretendemos hacer.  Por otro lado, el vestido ayuda a significar el cuerpo. De las distintas formas de vestir el cuerpo y del trato diferenciado que se les da a las distintas partes corporales, se deduce una significación distinta del cuerpo y de sus partes. Si todo se expusiera por igual, todo tendría el mismo significado. Pero toda realidad adquiere un significado (ver término) concreto por cómo esa realidad se introduce en las relaciones interpersonales. Los padres, de hecho, van transmitiendo su forma de entender el mundo y de entenderse a ellos mismos de multitud de formas. También de esta. ¿Qué significado hay que darle al cuerpo? Pues cada familia sabrá. Lo que todo el mundo tendría que saber es que no existe una forma asignificativa de relacionarse con la realidad (tampoco con el cuerpo). No existe la neutralidad, pues toda acción es siempre personal.

Con el recorrido hecho, se ha caracterizado el pudor como consciencia de la exposición y creo que interesa ser siempre consciente de la relevancia de nuestros actos. Pero el pudor no es bastante para saber si debe darse o no la exposición. ¿Quieres educar en el pudor? Trata a tu hijo o alumno como persona y ten diálogos de intimidad a intimidad según los diferentes contextos.