03/07/2023
Publicado en
El Día y El Diario Montañés
Gerardo Castillo Ceballos |
Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
Con frecuencia se dice que Internet es una gran fuente de información y también de conocimiento. Sin embargo, aunque haya personas que utilicen ambos términos como si fueran sinónimos, existe una distinción bastante manifiesta entre ellos. Mientras que la información presenta hechos y cifras, es el procesamiento de esos hechos y cifras lo que conduce al conocimiento, es decir, a la comprensión de un tema.
A quienes no distinguen entre información y conocimiento les resultará sorprendente e incomprensible la tesis de un libro que habla del lado oscuro de la sociedad del conocimiento. Para referirse a ella se denomina de estas tres formas: “La sociedad de la ignorancia” (Antoni Brey), “La sociedad del desconocimiento” (Daniel Innerarity) y “La sociedad de la incultura” (Gonzalo Mayos). El mensaje principal del libro es que los límites neuronales del hombre impiden asumir el actual crecimiento hiperbólico de la información disponible: “Dada la creciente desproporción entre la capacidad colectiva para generar saber y la capacidad individual para asumirlo e integrarlo en nuestra experiencia vital, parece justificado y quizás inevitable pensar en el advenimiento de una 'sociedad de la ignorancia o de la incultura”.
El lector corriente podría encontrarse intoxicado ante tanta información. Muchas cuestiones nuevas exigirían un tiempo, un saber y una capacidad de reflexión cada vez más escasos. Si esto es así, nos encontramos ante una tremenda paradoja: una potente y exitosa sociedad del conocimiento edificada en las sociedades postindustriales más avanzadas está derivando en la creación de una sociedad de incultos: los nuevos analfabetos funcionales generados por las nuevas tecnologías.
Según Brey, el camino hacia la ignorancia surge porque las connotaciones negativas de la ignorancia han ido desapareciendo. Incluso, al contrario, cierta ignorancia actuaría como un facilitador social capaz de producir simpatía en el resto de la gente. Se trataría de una sociedad de ignorantes fascinados por la tecnología. La sociedad del conocimiento -escribe el filósofo Gonzalo Mayos- no sólo se solapa con la sociedad de la incultura, sino que la crea o, al menos, la pone en toda su evidencia. Parece que la actual facilidad para el acceso al saber, en vez de estimular a las personas, las asusta.
La mayoría no están preparadas para este desafío y prefieren “pasar” del conocimiento y elegir el pasatiempo. Hemos llegado a un punto en que el ser humano evita el esfuerzo que requiere aprender y hasta lo justifica, conformándose con una cultura bajo mínimos. Esto se deriva del hecho de que actualmente muchas personas tienen éxito económico y social sin necesidad de estudiar. Surge así una nueva forma de analfabeto: la de quien teniendo todo el saber a su alcance no sabe. Se trata de un analfabetismo culpable.
Los analfabetos de antes eran esos que, por no tener recursos, no tener ganas o creer que no tenían necesidad se quedaban fuera de la evolución de la sociedad de su tiempo por no poder informarse leyendo en los libros, que es donde se depositaba el conocimiento en esa época. Hoy los nuevos analfabetos son los que no pueden beber de la fuente de la información que está en internet, los que tienen que pedirle a otro que averigüe cualquier cosa en la red. Para Jesús Iglesias, el imperio de las tecnologías de la información ha coincidido con una nueva corriente apóstata de la cultura. La sociedad hace apología de la ignorancia y se propaga una imparable tendencia de renuncia a todo aquello que tenga el aroma de la ilustración.
El analfabeto moderno es un ignorante vocacional cuyo déficit no consiste ya en no saber leer y escribir, sino en el hecho de que, disponiendo de estas capacidades, no las ejerce. Por su parte, Lotta Edholm, ministra sueca de Educación, considera que no se han constatado lo suficiente los posibles efectos que la digitalización puede tener en el aprendizaje. Añade que el abuso de las pantallas ha provocado el descenso del nivel de comprensión lectora entre los niños suecos, con riesgo de crear «una generación de analfabetos funcionales”. Por ello, ha decidido, a partir de junio de 2023, restringir la digitalización de las aulas y potenciar la lectura comprensiva.
Esa misma actitud la están adoptando muchos pedagogos actuales. Por ejemplo, Patricia Zeas Alarcón destaca la urgente necesidad de la lectura reflexiva en la era digital porque suple algunas de sus carencias: desarrollo del pensamiento, de la imaginación y de la creatividad; además enriquece el vocabulario y la expresión oral y escrita. Algunas investigaciones concluyen que el regreso a la escritura a mano es aconsejable debido a los habituales mensajes de texto en dispositivos móviles. Supone mejorar la caligrafía y la legibilidad de los textos.