Jorge Tárrago Mingo, Profesor titular de Proyectos en la Escuela de Arquitectura de la Universidad
¡Celebremos la arquitectura!
Con motivo del Día Mundial de la Arquitectura, que se celebra el primer lunes del mes octubre, desde hace unos años los colegios de arquitectos han extendido a toda una semana los actos, conferencias, exposiciones, jornadas de puertas abiertas, visitas guiadas a edificios o itinerarios por la ciudad y, en general, actividades de todo tipo dirigidas a todas las edades. En aquellos lugares donde además hay escuelas de arquitectura, la Semana de la Arquitectura se suele organizar conjuntamente con la implicación de alumnos y profesores. Y ya no es raro ver que las instituciones públicas y otras entidades culturales se sumen a una programación ambiciosa en los días anteriores o posteriores al 2 de octubre de este año.
La motivación es clara: acercar a la sociedad los mejores valores de la arquitectura, hacer más explícita la relevancia que tiene en la vida de todos y destacar los ejemplos en los que ésta es más positiva. Los arquitectos no compartiríamos la celebración, si no se creyera que el esfuerzo merece la pena. Porque es palpable el interés genuino y creciente de la sociedad por la arquitectura.
Parece obvio recordar que si se repasan las páginas de hoy de este diario, nos encontraremos con que buena parte de las noticias, polémicas y debates, tienen directa o indirectamente que ver con decisiones de planeamiento, la defensa de un modelo de ciudad o de un territorio, con la reclamación vecinal de algún espacio urbano o de su mejora, con la inauguración de un nuevo edificio, tristemente con algún desastre natural y el comportamiento mejor o peor de lo construido.
Sin llegar al “Todo es arquitectura” que sostenía el arquitecto austriaco y premio Pritzker Hans Hollein, afirmar que como ciudadanos la arquitectura no nos debe resultar ajena resulta otra obviedad. Afecta directamente a la calidad de nuestras vidas. Abundando en esta idea, ya prácticamente no hay concurso de arquitectura que no incluya una fase de participación o una votación popular. Muchas de las decisiones sobre cada barrio o sobre la ciudad se estudian en foros y grupos de trabajo donde cualquier ciudadano es convocado a expresar su opinión. Los poderes públicos alimentan esta tendencia. Los límites clásico entre cliente y arquitecto se desdibujan. Cada vez más se reclama, en fin, la contribución de todos. Quizá por eso, por si pueden mitigarse los efectos más discutibles de esta cooperación y mejorar sus ventajas, y por la responsabilidad que comporta decidir sobre el futuro de las generaciones venideras, no está de más que esta semana de la arquitectura sirva para acercarnos a sus mejores ejemplos. Y que del fomento de la responsabilidad ciudadana puedan esperarse las decisiones adecuadas. La arquitectura importa.
Este año en particular, la Unión Internacional de Arquitectos nos propone el lema ¡Actuemos contra el cambio climático! Este es uno de los retos más importante al que nos enfrentamos. El papel de los arquitectos es fundamental. La llamada a la acción es retórica, porque el cambio de paradigma es ya un hecho desde más de una década. Hoy resulta inconcebible no tener en cuenta el ahorro energético, la gestión de los recursos, las medidas para mejorar la eficiencia o el ciclo de vida de los materiales de cualquier proyecto de arquitectura. El énfasis sobre el medioambiente y su sostenibilidad, las políticas para promoverla y las tecnologías para transformarla lo impregnan todo. Muy pocos se atreverían hoy a desdeñar esta responsabilidad y eludir las consecuencias. El foco está hoy indudablemente en la gestión medioambiental.
Pero esto no quiere decir que no existan distintos enfoques para actuar. El más estimulante, en mi opinión, es el que traduce la sostenibilidad a una actitud más sensible hacia una realidad compleja, más allá de la simple aplicación de normativas y de la confianza ciega en las tecnologías y a veces en su uso abusivo. Me gustaría pensar que en los principios éticos y estéticos de la arquitectura reside todavía la mejor actitud medioambiental: en el análisis detenido de la realidad, en la observación de los aspectos naturales e históricos del contexto, en la calidad del espacio y en una buena estrategia urbana, en su dimensión social, en la función y en la belleza, en el uso de los recursos mínimos según cada caso y cada clima, en el uso de los materiales y técnicas locales, en la contención formal e incluso en la renuncia a construir, en despertar emociones a través de los mejores espacios posibles, de las soluciones adecuadas. En otras palabras, en el sentido común de la disciplina. Esta actitud, cabe señalar por otro lado, no es contraria al uso de las magníficas herramientas que nos proporciona la técnica y de quienes las defienden.
Estoy seguro de que todo esto es lo que pueden encontrar en los edificios y espacios urbanos que los arquitectos queremos enseñarles esta semana. Les invito a unirse a la celebración. Si pueden, consulten la programación y participen. Verán la ciudad con otros ojos. Descubrirán que la arquitectura es apasionante. Y muy hermosa.