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Alejandro Llano: un líder a su pesar

02/10/2024

Publicado en

Diario de Navarra

Guido Stein |

Profesor del IESE. Secretario General de la Universidad (1992-2003)

Acabo de terminar una clase de liderazgo, y mi hijo José-Otto  me llama desde Pamplona para darme la noticia de que Alejandro acaba de fallecer de modo repentino.  La última vez que lo vi en junio me convenció de que su simpatía le ayudaría a seguir llevando a pulso y en vilo su propia vida. Los recuerdos y los sentimientos se atropellan en mi cabeza y en mi corazón. Tras rezar en el oratorio del IESE a Dios para que acoja su alma en el cielo, me pongo en corto y por derecho a pergeñar unas líneas que se me escapan, tan subjetivas como verdaderas.

Aunque nos habíamos tratado someramente, en la primavera de 1991 Alejandro me propuso incorporarme al Rectorado de la Universidad de Navarra como Secretario General. Al parecer, cumplía el requisito de venir de fuera, y unas altas dosis de insensatez. Tras hablar con él un rato en Madrid y luego unas horas en un viaje a Pamplona, sus ideas envueltas en sus palabras y empujadas por su personalidad me encandilaron. Atrás quedaron mis sueños de ser banquero, o, mejor, bancario: ¡gracias a Dios!

Dejarme llevar me “rentó”, porque rápidamente supe que había apostado por lo “sólido”, como dicen mis alumnos más jóvenes. Trabajar para Alejandro era no trabajar, sino contemplar el funcionamiento de la inteligencia de un jefe muy inteligente; compartir el día de cada día de una buena persona, y buena; pero, sobre todo, era muy divertido porque envolvía el día de cada día con toques innovadores y renovadores, frutos de su singular originalidad: a las personas y a los asuntos los abordaba desde el origen.

De él aprendí la distinción entre personas desaprensivas y patéticas. Los desaprensivos tienden a ejercer la autoridad sin complejos ni inhibiciones, son decididos y arriesgados, no paran mientes en los efectos menos amables que sus conductas imprimen en los otros, ni tampoco en las críticas que suscitan. Deciden sin complejos, y no les duelen prendas. Resuelven muchos problemas y alimentan otros tantos. Son el prototipo hinchado de la persona eficaz.

Por el contrario, a los patéticos les duele el mundo (la etimología procede del verbo griego, pathein, que significa sufrir, padecer) y tienden a contemplar la realidad en toda su rica complejidad, lo que les impide decidir cursos de acción simplificados. El cuidado por no herir al mandar les llega a atenazar. No son buenos ejecutores, pero tienen unas condiciones naturales para la reflexión y la ponderación de los matices que es donde viven los aciertos. Son más sensibles a las críticas y sospechan de modo casi connatural lo que puede salir mal. Por cierto, Alejandro dominaba el arte de evitar conflictos. 

Saben cuándo hay que cambiar, pero necesitan a un desaprensivo para hacerlo. Dominan el arte de decidir no hacer nada, lo que a menudo reporta cuantiosos beneficios de variada índole. Ahora bien, no suelen ser puestos como ejemplo social.

Alejandro era un patético singular, con ideas repletas de magnanimidad, que le infundían una audacia definitiva.

A estas altura de las líneas atropelladas, he sonreído pensando, por ejemplo, en el decano perplejo que recién estrenado nos vino con “una bomba” y que nosotros ya no podíamos pasar a nadie; o en la preparación (Alejandro preparaba todo a fondo, para que luego surgiera con espontaneidad) de la importante entrevista con Inés Artajo para El Diario de Navarra en la que contaría sus planes para los próximos años de la Universidad, porque Alejandro sabía que la mejor comunicación interna es la externa; en tantos Actos Académicos donde Navarra se vestía de gala académica, y política, y en la que se notaba que toda la corporación universitaria estaba detrás del Rector, como nunca después lo he notado en ninguna empresa. Y él detrás del Gran Canciller.

La mejor versión de Alejandro, para mí tan magno, no obstante, la descubrí en su trato regio (algo que se entiende bien en el Viejo Reyno) con María Teresa, MariAsun, Leonor, Carlos, o Pachi, por citar una muestra innumerable.