Gerardo Castillo Ceballos, Facultad de Educación y Psicología
Urge recuperar el liderazgo moral
En el liderazgo existe siempre un proceso de persuasión por el que se induce a otras personas a perseguir unos objetivos comunes. La persuasión más eficaz es el buen ejemplo del líder, su testimonio, su coherencia. El auténtico líder hace lo que predica, es un referente moral.
Los referentes morales son especialmente necesarios en una sociedad con crisis de valores, como es la actual. Esa crisis se transmite como algunas enfermedades, por contagio, y el líder no está vacunado contra la influencia de ese mal. De hecho para algunos líderes políticos el fin (ganar) justifica los medios (por ejemplo, financiar las campañas electorales con los supuestos donativos de empresas agradecidas al partido que está en el gobierno).
Los líderes de épocas anteriores solían someterse a la «prueba del espejo», una autoevaluación con la que comprobaban si la persona que veían en el espejo cada día era la que querían ser. Así se fortalecían contra una de las mayores tentaciones del líder: ceder ante lo que en cada momento tiene una aprobación general.
Esa tentación implica, a veces, sacrificar la verdad a la verdad útil y el bien a las leyes morales establecidas por consenso o por los votos de una mayoría. Quienes lo hacen o lo toleran inducen a la confusión entre lo legal y lo moral (no todo lo que es legal es moral). Además, suelen acabar siendo víctimas de su propia falacia (se lo acaban creyendo).
El criterio para discernir entre lo que moralmente está bien o está mal no puede proceder del número de votos; con ese procedimiento lo que hoy se declara bueno mañana puede considerarse malo, y viceversa. El subjetivismo moral desemboca siempre en el relativismo, en un callejón sin salida.
Los líderes de los partidos políticos modernos suelen adaptar y sacrificar el mensaje inicial de sus campañas electorales a las sucesivas predicciones de las encuestas. Por ejemplo: “vamos perdiendo porque la gente quiere que seamos más “liberales” en la cuestión del aborto; para remontar hay que prometerles que, si ganamos, el aborto libre será un derecho.
La moda de las encuestas no ha impedido que los aurúspides de siempre sigan con su obsoleto oficio, aunque con otro nombre (adivinos, videntes, etc.) y cambiando la inspección de las entrañas de las víctimas por las cartas y las bolas de cristal. Esa sobrevivencia de los adivinos puede deberse a que sus clientes (a diferencia de los analistas de los resultados de las encuestas) nunca se sienten decepcionados; también a que es un recurso mucho más barato.
El liderazgo auténtico está muy relacionado con la autoridad moral. En el pensamiento romano la autoridad no consistía tanto en el ejercicio del poder (potestas) como en su fundamento (auctoritas), que significaba dos cosas:
1.El argumento personal cualitativo logrado en el transcurso de una vida ejemplar; 2.El resultado de un crecimiento biográfico al servicio de la comunidad.
Esta calidad personal justificaba que a determinadas personas se les otorgara las responsabilidades del mando. Sus valores vividos les investía de autoridad y les legitimaba para tomar decisiones que afectaban a los demás. Esa autoridad se basaba en la confianza y en el crédito que se concede a una persona cuando en ella reconocemos una superioridad moral.
El mejor espejo en el que pueden y deben mirarse los líderes que gobiernan un país es el de algunos líderes históricos con mucho prestigio por su calidad personal y liderazgo moral. Por ejemplo, Mahatma Gandhi, Tomás Moro, Abraham Lincoln, Conrad Adenauer, Nelson Mandela, Corazón Aquino.
Pericles ejerció un gobierno y un mecenazgo que convirtió a Atenas en el principal foco cultural de la época. La gran influencia sobre su pueblo (fue elegido 14 veces consecutivas como estratego) se debía a su autoridad moral. El poder no era un fin en si mismo, sino un medio para gobernar de acuerdo con la areté (virtud). Plutarco elogió sus cualidades dominantes: afabilidad, moderación, concordia, honradez, prudencia.
Lincoln usaba el poder no para dominar, sino para hacer el bien a los demás, para servir. Hizo de su bondad personal un principio político y un código de comportamiento gubernamental. Su integridad moral le daba credibilidad. La gente le seguía por su veracidad y porque era fiel a sus convicciones, incorruptible y dedicado a la causa de los humildes. Aceptó con valentía el gran desafío de abolir la esclavitud yendo contracorriente de medio país y estando dispuesto a pagar un alto precio por ello. Aportó una valiosa herencia espiritual, inspirando a otros pueblos la defensa de la democracia.
¿Cuántos dirigentes políticos españoles estarían dispuestos hoy a mirarse en ese limpio espejo?