Araceli Arellano, Profesora de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
Celebremos la diversidad
Hoy, 3 de diciembre, Día Internacional de las Personas con Discapacidad, celebramos la diversidad, con buenas palabras y campañas amables. Hoy nos sentimos empáticos y comprensivos con aquellos que durante todo el año viven la discapacidad. Nos sumamos a su lucha, a sus historias, a su revolución y a su voz. Es un día en el que debe primar un mensaje positivo: las personas con discapacidad forman parte de la sociedad y afrontan día a día alegrías y penas, logros y fracasos, como todos los demás. Aman, trabajan, sufren, juegan, tienen deseos y metas, ríen, participan, conviven, luchan. Y, también como todos, tienen vidas propias, únicas e irrepetibles. Las personas con discapacidad nos han enseñado, sin pretenderlo, que hay formas diferentes de ser y estar. Y no significa peor.
Pero también es el día en el que nos toca reconocer el largo camino que queda por andar. Las personas con discapacidad quieren decidir y ser escuchadas. No se conforman con ir siempre un paso por detrás de los demás. Quieren arriesgarse y ser protagonistas de sus vidas. Y esto es incómodo de escuchar. Porque seguimos pensando que las personas con discapacidad son menos, son débiles. Seguimos convencidos de que no están preparadas para formar parte del mismo mundo que los demás, cuando todas las evidencias apuntan a que es el contexto, construido en torno a parámetros de normalidad que no dejan de ser una ficción, el que no es capaz de responder a sus necesidades. Es precisamente esta idea la que se defiende al proponer el concepto de Diversidad funcional, que supone ir más allá del modelo médico y social de etapas anteriores. Dicho término enfatiza, desde una postura realista, el valor de la diversidad como riqueza y se rebela contra las injusticias cometidas, desde buena parte de las mayorías, hacia aquellos considerados diferentes. Ya desde los años 60, con una de las primeras iniciativas del movimiento de Vida Independiente, originado en la Universidad de Berkeley, se viene denunciando la discriminación social, económica, política y educativa sufrida por mujeres y hombres con diversidad funcional. Históricamente, son muchas las iniciativas de lucha que tratan de combatir esta discriminación. En marzo de 1990, por ejemplo, cientos de personas con discapacidad se reúnen en Washington, a las puertas del Capitolio. Dejan sus sillas de ruedas, que quedan abandonadas, vacías, en la acera y comienzan a subir, arrastrándose como pueden, las 83 escaleras del edificio. Representan así, los obstáculos que tienen que afrontar día a día, en cualquiera de sus actividades: ir a un restaurante, asistir a la escuela… No están pidiendo favores, están pidiendo acabar con la segregación y contar con las mismas oportunidades que todos los demás. Recientemente, en nuestro país, la movilización de las personas con discapacidad ha conseguido que el Congreso apruebe por unanimidad una reforma que reconoce su derecho a voto, independientemente de su forma de ejercerlo y de los apoyos requeridos para ello.
Sin embargo, y aún con todo lo que hemos avanzado, siguen existiendo limitaciones importantes para que todas las personas participen y sean reconocidas como ciudadanas de pleno derecho. La manera en que hemos construido la sociedad hace que no hayamos dejado lugar a la diversidad en muchos ámbitos (educación, comunicación, ocio, etc.). No hemos sabido eliminar las barreras para personas que funcionan de otra manera. Con frecuencia, han sido discriminadas en distintos ámbitos y por diversas razones: miedo, inseguridad, desconocimiento, o incluso a veces, por motu propio. Se les ha dificultado su oportunidad de vivir la vida tal y como se merecen. Afortunadamente, nos hemos dado cuenta de que eso no es justo. Estamos obligados, familias, administración y sociedad en su conjunto, a asegurar la igualdad de condiciones. ¿Cómo sabemos hasta dónde puede llegar una persona si no se le ofrecen oportunidades para desarrollar sus capacidades?
No es momento de buscar culpables sino de ir todos a una. Hay que superar la creencia de que estas personas necesitan ser curadas, y asumir que requieren ciertos apoyos por parte de su entorno. Es hora de resaltar la diferencia como parte inherente de la realidad y reflejo de la diversidad humana, que no roba ni un ápice de dignidad a la persona ni la hace menos merecedora de derechos.
Un día de celebración al año es el modo de difundir este mensaje. Pero, ojalá sea así, llegue el momento en que no haga falta una fecha en el calendario para recordar algo que nunca tuvimos que haber olvidado: todos/as somos iguales y diferentes. Y no son ellos quienes tienen que cambiar. Un mundo mejor para las personas con discapacidad es un mundo mejor para todos. Construyamos uno nuevo entre todos/as. Empecemos celebrando la diversidad.