Santiago Álvarez de Mon, Profesor del IESE, Universidad de Navarra
Adriá: Cambiar en la cima
Todos los periódicos se hacen eco del cierre temporal durante dos años de El Bulli. En Financial Times la noticia ocupa la primera página con una foto de Ferrán Adriá probando uno de sus platos. Desde el punto de vista de la gestión de carreras profesionales se pueden extraer multitud de enseñanzas. La primera de todas tiene que ver con el éxito. En lugar de morir atrapado en sus garras y empobrecerse en sus narcisistas redes, uno se aparta del camino, hace un alto y reflexiona sobre el futuro, ¿Mero descanso, por otra parte bien merecido? ¿Vacaciones más que justificadas? Pudiera ser, pero no, no va de eso. "No nos vamos de vacaciones, vamos a trabajar", matiza Adriá. ¿A hacer qué? Trabajar es un verbo demasiado amplio, hay que concretar. "Vamos a priorizar la investigación sobre la producción". No se entregan a una producción en masa para atender a una insaciable demanda social. Toca estudiar, airearse, pensar, innovar, investigar, tareas todas ellas con una fuerte proyección futurista. Es admirable ver como Adriá y Soler eluden la autocomplacencia, perciben los primeros síntomas de cansancio y actúan en consecuencia. Frente a un paradigma que se deja llevar por la tiranía de lo urgente e inmediato, protegen actividades importantes que, como tales, merecen su tiempo y prioridad.
Para una sociedad en crisis, leer que "el formato actual de El Bulli está agotado. Seguir haciendo creatividad bajo este formato es de locos", es un soplo de aire fresco. Renovarse o morir. En muchas industrias, por ejemplo los medios de comunicación, la crisis es de modelo, estructural, con profundas raíces sociales y culturales. La crisis económica es un inoportuno añadido.
Si El Bulli se tiene que reinventar, en plena cima como está, ¿qué decir de tantas y tantas organización obsoletas? Además, solo así se elude el tedio, se cultiva la creatividad, y se gestiona un cambio inherente al quehacer humano.
Ese profesor que se repite como un disco rallado, a investigar. Ese periodista que opina gratuitamente porque no sabe, a estudiar y documentarse. Ese directivo que sólo sabe mandar a gritos porque no lidera, a practicar el arte de decidir. Para un país como el nuestro, que tiende a pensar la carrera profesional como una línea recta ascendente, donde no caben contratiempos, retrocesos, paradas, sabáticos, errores, momentos catárticos, Ferrán Adriá manda un mensaje luminoso. A veces, para avanzar, hay que retroceder. Para aprender, desaprender hábitos viejos y viciosos. Tropezar para levantarse, y disfrutar el movimiento, consustancial a seres vivos. Perderse, para encontrarse. ¡Qué necesario todo ello, en una cultura que te encierra en un determinado sector y que observa tu futuro con los ojos sesgados y agotados de la experiencia pasada. Si algo necesita España, más allá de hipotécticas movilidades funcionales o geográficas, es movilidad mental, flexibilidad emocional, cintura intelectual, profundidad moral, que las neuronas se sometan al ejercicio diario de la novedad para no morir de sopor.
Gracias, señor Adriá. Con que algunos profesionales sigan su ejemplo, profesores, arquitectos, directivos, médicos, políticos, me doy con un canto en los dientes. Su decisión es un master en prudencia e inteligencia, amén de sacar sobresaliente en márketing.