Alejandro Navas García,, Profesor de la Facultad de Comunicación
Made in France
Los mercados financieros están muy preocupados con Francia, «una bomba de relojería en el corazón de Europa», en palabras de The Economist. Un gran país no se viene abajo en dos días, pero la decadencia económica francesa es inequívoca: pérdida de competitividad, empresas agobiadas por una regulación laboral demasiado rígida, impuestos excesivamente altos, cargas laborales insoportables, elevado déficit exterior por cuenta corriente, reducido número de empresas pequeñas y medianas, que son el auténtico motor del desarrollo. La economía se estanca y el país podría entrar este trimestre en recesión. De ahí la alarma de analistas e inversores. También se inquieta el Gobierno alemán, pues una Francia tan debilitada pone en peligro el liderazgo europeo que viene desempeñando el eje francoalemán.
El Gobierno de François Hollande declara ser consciente de la gravedad de la situación, pero no muestra una voluntad decidida de acometer las reformas necesarias. Hollande acaba de reconocer que no van a alcanzar el objetivo de crecimiento económico para 2013. Los analistas esperan que el Gobierno presente un plan creíble de reducción y control del gasto, lo que afectaría de modo inevitable a las pensiones, la sanidad y el funcionariado. Esta perspectiva tiene bloqueado al Ejecutivo, que no se atreve a adoptar medidas impopulares. Los franceses son reconocidos especialistas en la movilización callejera, y las autoridades quieren evitar por todos los medios que imágenes de los suburbios en llamas den una vez más la vuelta al mundo. Hay que hacer algo para atajar el deterioro económico, pero sin apretar el cinturón a la ciudadanía de modo excesivamente doloroso.
El Gobierno ha encomendado la iniciativa al ministro de Industria, Arnaud Montebourg. El 19 de febrero inició una campaña para promover el eslogan 'Made in France'. Su primera actuación tuvo lugar en un teatro en París y se convirtió en todo un show. Solo en el escenario, sin corbata, con un micrófono en la mano, el enardecido ministro se dirigió a un público de seiscientas personas con un llamamiento solemne a «emprender la tercera revolución industrial». Como prólogo a su intervención sonó la canción Eye of the tiger, de la película Rocky III. Durante los próximos meses el ministro repetirá la actuación en ocho ciudades de Francia.
Uno siente perplejidad y lástima al contemplar a todo un ministro haciendo el payaso. Parece que pretende imitar a Steve Jobs, que utilizaba espectaculares shows para las presentaciones de sus nuevos productos, pero se ha fijado en lo más superficial. ¿Dónde queda el sentido del ridículo? ¿Dónde la antigua grandeur?
No hace muchos años, las autoridades francesas imponían a sus científicos la obligación de exponer en francés si querían acceder a subvenciones públicas para asistir a congresos en el extranjero. Ahora se recurre a un eslogan en inglés, acompañado por música estadounidense, para galvanizar a los actores económicos. ¿Cree realmente el Ejecutivo que esa tournée del show ministerial va a ser el catalizador que dará a la economía el impulso perdido? Si esto es lo que da de sí el Gobierno de Hollande, tendrán razón los expertos que cuestionan el futuro de la política económica francesa. Hollande no tuvo que hacer gran cosa para suceder a un Sarkozy desgastado y sin crédito, como tampoco tuvo que hacerlo Rajoy para relevar a un Zapatero superado por la crisis.
La herencia recibida puede estar envenenada, pero al gobernante se le pide determinación para hacer lo que debe. No se le exige que arregle de golpe el país. En economía, basta con que no ponga trabas al libre desenvolvimiento de los actores, asegurando un marco legal fiable.