04/03/2022
Publicado en
Diario de Navarra
Alicia Ancho Villanueva |
Restauradora del Servicio de Patrimonio Histórico. Gobierno de Navarra
Diario de Navarra, en colaboración con la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra, aborda, mensualmente, de la mano de especialistas de diversas universidades e instituciones, aspectos relativos a las restauraciones e intervenciones en grandes conjuntos de nuestro patrimonio cultural.
Una larga historia que sigue haciendo posible la emoción frente a una obra de arte
Desde un anillo romano hasta un monumental retablo barroco, pasando por un manuscrito medieval con sus sellos, o un gran tapiz, si puede transportarse se considera “patrimonio mueble”.
Los primeros responsables de la conservación eran los propios autores. Tenían en cuenta su envejecimiento desde el momento en que la obra no era más que una idea, un proyecto. Buscaban los mejores materiales según sus posibilidades, conocían las técnicas de elaboración, transmitidas generación tras generación, y sabían que el fruto de su trabajo iba a ser algo que perduraría en el tiempo. Este conocimiento de técnicas y materiales hacía que fueran llamados para “reparar”, “componer”, “adrezar”, o “refrescar” cuadros, retablos, piezas de platería, e incluso esculturas antiguas extraídas de yacimientos. En ocasiones quienes entraban en faena eran personas más o menos habilidosas, amantes del patrimonio, con muy buena voluntad, pero poco conocimiento. Esta combinación no siempre lleva a buen puerto, especialmente si se acompaña de grandes pretensiones. Son conocidos numerosos ejemplos, algunos bien cercanos.
Actualmente la Conservación y restauración tiene sus paralelismos en Medicina: en ambos casos se necesita una sólida formación, respeto por el paciente, y se debe continuar aprendiendo durante toda la vida. Dada la complejidad de cada campo se trabaja por especialidades: no es lo mismo tratar un infarto que una fractura de un hueso, y tampoco restaurar una pieza de procedencia arqueológica que un pergamino medieval.
La restauración en tiempos remotos
Para tener una idea de lo que ha sido la restauración del patrimonio mueble en Navarra a través de los siglos, podemos ver qué nos cuentan las propias obras. Echando un vistazo a los miles de piezas que se conservan en el Almacén de Arqueología, es posible advertir que muchas obras, desde vasijas hasta mosaicos, presentan signos evidentes de haber sido restaurados estando en uso, hace casi dos milenios. También hay referencias escritas: una de las más antiguas en la catedral de Pamplona. Tras el hundimiento de 1390, el pintor Alfonso llevó el retablo de San Luis a su taller, donde lo restauró en tres días. No conocemos el retablo, no sabemos si era muy grande ni el alcance de los daños, lo cual impide hacerse una idea aproximada del trabajo. En Tudela, en 1611, se limpió el retablo mayor de la catedral, y le quitaron las puertas (dichosas modas, cuánto hemos perdido a su costa…). Algo más tarde, en 1617, el obrero mayor cobró por andamiar, limpiar y sujetar las guarniciones del retablo mayor. Le llevó 3 días ayudado por dos oficiales. Detectaron numerosas faltas, que reparó en 1669 el ilustre pintor Vicente Berdusán. Hoy día, cuando la restauración de un gran retablo implica estudios previos muy minuciosos, y minucioso es también el trabajo que se realiza sobre la obra, sorprende que emplearan sólo tres días. Mágica cifra. La última restauración de este retablo, realizada entre 1999 y 2001, supuso aunar el trabajo de más de 20 personas, entre técnicos y colaboradores, que trabajaron a lo largo de tres años en una obra ejemplar.
Los cambios del siglo XX
Hasta 1940 el patrimonio de Navarra recibía los cuidados habituales de quienes convivían con él. Ha seguido siendo así para la mayor parte del arte mueble, pero la fecha es importante porque supone el comienzo de una etapa de profesionalización y sistematización de las restauraciones. Entre los años 40 y 60, restauradores de la Junta de Conservación de Obras de Arte del Museo del Prado se trasladaban cada verano a Navarra para tratar los principales retablos. También intervenían sobre pinturas, como los grandes lienzos de Paret de Santa María de Viana, que, tras ser intervenidos en 1945, hoy se encuentran en los talleres del Museo del Prado recibiendo nuevos cuidados de cara a lucir espléndidamente en una próxima exposición.
El criterio aplicado para la selección de las obras era, y sigue siendo, el de su importancia y estado de conservación. El primer retablo que restauraron fue el mayor de La Oliva, que tras la desamortización se había llevado a las Recoletas de Tafalla, y actualmente está en San Pedro de Tafalla. Tras él restauraron muchos otros. Además, trasladaron al taller del Museo del Prado el Tríptico flamenco de Roncesvalles, y la tabla gótica de la Crucifixión de la Catedral de Pamplona. La Institución Príncipe de Viana resume su actividad en Los Trabajos y los Días, señalando que tanto el pueblo como el párroco asumen los gastos, sin indicar coste ni plazo empleados. Tampoco tenemos memorias de los trabajos, ni aquí ni en el Museo del Prado.
Para acompañar el lucimiento de los retablos lamentablemente se puso de moda “sacar la piedra”, actuación que además de considerarse hoy en día una destrucción gravísima de los revestimientos históricos de un edificio, no ayuda en nada al disfrute del ajuar de nuestros templos, que quedan descarnados. No obstante, la pintura mural antigua figurativa era muy apreciada. Mientras picaban unas iglesias sin sospechar que bajo la cal y los despieces modernos había un tesoro, se procedía al arranque y restauración de numerosos conjuntos murales con destino al Museo de Navarra, comenzando por el Palacio de Oriz.
Además del desastroso picado, se retiraba todo ajuar mueble considerado prescindible. Los motivos para esa retirada se tomaron en base a criterios litúrgicos, fruto de una incorrecta interpretación de las disposiciones del Vaticano II, y también estéticos, como la pretendida unidad de estilo que, de un plumazo, borró las huellas de nuestros predecesores a través de los siglos. Desde hace unos años se está intentando remediar, y así, en la última restauración de Ujué recuperamos algunos de los elementos retirados en restauraciones antiguas. Otros se perdieron para siempre.
La actividad de los técnicos del Museo del Prado, enriquece la que realizaban en Navarra artesanos como los Istúriz, que además de ser los últimos constructores de retablos ejercían como restauradores. Además, en 1951 se instala en el Museo de Navarra un taller de carpintería especializado en patrimonio. Organizado por la Institución Príncipe de Viana comenzó ocupándose de las restauraciones de los coros de Sangüesa y Puente la Reina.
En la década de los 50, y con la cruz de Monjardín como protagonista, comienzan las restauraciones de obras de platería en Madrid. Los orfebres tradicionalmente se ocupaban de “componer” estas piezas. Son también ellos los artífices de las restauraciones de imágenes revestidas de plata, siendo la Virgen de Ujué la primera en ser intervenida. Esta tradición de que los propios plateros restauren las obras de arte se ha mantenido hasta nuestros días. Su fuerte es el conocimiento de los materiales y las técnicas de orfebrería, pero con inconveniente de no contar, en la mayoría de los casos, con conocimientos de Historia del Arte ni criterios de valoración del patrimonio. Ello ha conducido en muchas ocasiones a la pérdida irreversible de marcas de platero, dorados originales, esmaltes, e incluso pérdida de elementos antiguos integrados en una obra posterior, añadidos y falsos históricos. Afortunadamente cada vez es más habitual el trabajo conjunto de orfebres, restauradores, e historiadores, que colaborando juntos logran sacar lo mejor de cada uno y recuperan de la forma más acertada piezas bellísimas.
Desde mediados de 1950 el Museo de Navarra contó con un laboratorio de restauración que atendía exclusivamente material arqueológico. Esta década vivió una verdadera revolución con la llegada de la mecanización al campo, no solo en agricultura, también en patrimonio. La mayor profundidad a la que trabajan las máquinas hizo aflorar numerosos yacimientos con sus correspondientes ajuares, mostrados en los museos tras laboriosos procesos de restauración. En 1964 Diario de Navarra informaba de que se estaba instalando un laboratorio de restauración de pintura y escultura, complementando la actividad que ya venía realizando el de arqueología. El taller del Museo, que comenzó restaurando fondos propios, cada vez trataba más obras de arte llegadas de todos los rincones de Navarra.
Coinciden estos años con el final de la vinculación con el Museo del Prado. En Navarra hay ya varios talleres de restauración que suplen su labor a petición de los propietarios, quienes a partir de 1985 cuentan con la estimable ayuda anual de 15 millones de pesetas de Gobierno de Navarra. Gracias a este apoyo público a lo largo de los siguientes años se restauraron, con el control del restaurador del Museo, cientos de retablos, cuadros, esculturas, órganos y pinturas murales.
Los años 80 y 90 constituyen otro punto de inflexión. Es entonces cuando tiene lugar una restauración seguida de cerca por especialistas de prestigio internacional. En 1982 comienzan las investigaciones para proceder a la restauración de los esmaltes de Aralar, recuperados tras el robo de 1979. Estudian la madera del soporte, la posible disposición original de piezas, modo de enderezar las placas dañadas durante el robo, la limpieza, y fijación de los propios esmaltes. Dirigida por el Centro Nacional de Investigaciones Científicas de París, la labor finaliza exitosamente en 1992 con el montaje e instalación en Aralar, esta vez con mejores medidas de seguridad.
Trabajando para el futuro. ¿Qué dejaremos en herencia?
La transferencia de competencias en Cultura desde el Ministerio a las Comunidades cambia las tornas. Navarra, que había sido puntera con la Institución Príncipe de Viana, se queda atrás. Mientras el resto de comunidades van creando Servicios y Centros de Conservación y Restauración, pese a las grandes restauraciones de la primera década de este siglo dejamos de avanzar. Aun así, se aprecian mejoras. La más evidente es la carga de conocimiento generado con cada restauración y el interés en darlo a conocer, gracias a las primeras generaciones de restauradores con formación universitaria establecidos en Navarra. Actualmente poco más de un puñado de restauradores se dejan el alma en cada intervención desarrollando su trabajo con gran profesionalidad. Estar tan cerca de una obra, durante tantísimas horas de concentración, se traduce en un conocimiento muy profundo si el trabajo se hace de forma consciente, con metodología científica, documentando como nunca cada intervención y cada pieza, para finalmente difundirlo y enriquecer la Historia del Arte. Solamente hace falta tomar conciencia de la riqueza que tenemos para seguir cuidando nuestro patrimonio como lo hicieron nuestros mayores, y trasmitirlo a nuestros hijos.