Gerardo Castillo Ceballos, Profesor emérito de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
Se nos rompió el amor
“Se nos rompió el amor de tanto usarlo,
de tanto loco abrazo sin medida.
Las cosas tan hermosas duran poco,
jamás duró una flor dos primaveras”.
Estos versos forman parte de la letra de una balada romántica escrita por Manuel Alejandro para la famosa cantante ya fallecida, Rocío Jurado.
El amor que “se usa” es un “amor de cosa”, que se contrapone al “amor de persona”. No es lo mismo amar a un objeto que amar a un sujeto. El primero suele generar cansancio y acabar pronto, por lo que no tiene cabida en el matrimonio. El amor conyugal, en cambio, es un amor pleno que no se conforma con el querer sensible, sino que aspira al encuentro personal.
Existen matrimonios que con el paso de los años entran en una crisis que atribuyen a la “desaparición del amor”. Habría que aclararles que es normal que con la edad disminuya el amor sentimental y pasional de la fase de enamoramiento, y que, a cambio, cobre más protagonismo el amor de dilección, que es decisión voluntaria de amar basada en la reflexión.
El amor conyugal se mide por la capacidad de entrega, no por la facilidad para emocionarse. Lewis afirma que el otoño de la vida matrimonial es la etapa del “amor tranquilo”, que debe verse no como un retroceso, sino como la madurez del amor:
“Estar enamorado es bueno, pero no es lo mejor. No se puede convertir en la base de toda una vida. Es un sentimiento noble, pero no deja de ser un sentimiento. No se puede depender de que ningún sentimiento perdure en toda su intensidad, ni siquiera de que perdure. De hecho, digan lo que digan, el sentimiento de estar enamorado no suele durar. ¿Quién podría soportar vivir siempre en tal estado de excitación? ¿Qué sería de nuestro trabajo, nuestro apetito, nuestro sueño, nuestras amistades?. Pero, naturalmente, dejar de estar enamorados no implica dejar de amar”· (Lewis, C. L. Mero cristianismo).
La perseverancia en la unión como marido y mujer es, esencialmente, una cuestión de valores. ¿A qué tipo de valores me refiero?
Amantes (en el mejor sentido del vocablo) son los que se aman; esposos son los que, además de amarse, se comprometen a seguir amándose. Quienes se casan añaden a su proceso amoroso un nuevo elemento: el compromiso. Se trata de una decisión voluntaria por las dos partes, por la que cada uno elige libremente al otro para siempre. El compromiso conlleva un acto de entrega de todo lo que son en el presente y de lo que serán en el futuro como varón y mujer.
El pacto conyugal cambia el amor: se pasa del amor como un hecho (que existe mientras dure) al amor comprometido; el amor gratuito, que se da como un regalo, se transforma en un amor de justicia, en deuda de amor (“te quiero porque te lo debo”); y el amor provisional se convierte en amor definitivo. El amor comprometido no es ninguna esclavitud; los esposos se autoobligan libre y voluntariamente, a quererse para siempre.
¿Quererse para siempre no es poco realista?
Todos los enamorados, de todas las épocas, se han hecho entre sí la misma pregunta: “¿me querrás siempre?”. Esta inquietud denota que el amor auténtico implica estabilidad, permanencia.
“Estar enamorados es empezar a decir siempre y en adelante no volver a decirnunca”. (F. Bernárdez).
Los casados contraen el compromiso de por vida de querer quererse. Una persona casada, en una situación de conflicto conyugal, puede hacerse a sí misma esta pregunta: “¿hay alguna buena razón por la que debo seguir queriendo al otro y mantener la unión?”
Existe esa buena razón: hemos sido constituidos marido y mujer, somos una sola carne, uno es para el otro como una prolongación de sí mismo.
La situación antes de contraer matrimonio es “me caso contigo porque te quiero”, pero, una vez casados, la expresión correcta es otra: “te quiero porque te has casado conmigo, porque eres mi mujer (o mi marido), y te seguiré queriendo aunque las cualidades que me enamoraron inicialmente llegaran a desaparecer.
Es muy aconsejable que los cónyuges evoquen con alguna frecuencia que cuando se casaron establecieron un compromiso no con los sentimientos del otro, sino con la persona del otro.
Los matrimonios que duran no son los que pusieron el énfasis en el amor-sentimiento y en el amor-pasión, sino los que lo pusieron en el amor como decisión de seguir queriéndose. Esa duración expresa ejemplaridad. Es la mejor referencia para la vida amorosa de los hijos.