Francisco Javier Caspistegui, Profesor de Historia Contemporánea
La monarquía española entre pasado y futuro
El 2 de junio de 2014 marcará un hito en la cronología de la historia de España. La relación de monarcas cerrará con esta fecha el reinado de uno de sus integrantes más longevos. Y además lo hará con el añadido de que abdicó, en este caso no por fuerza mayor, sino por voluntad propia, como hizo Carlos V, retirado en Yuste después de dejar el trono a su hijo Felipe II. En cualquier caso, el reinado de Juan Carlos I entra en el territorio de la historia, que es lo mismo que decir en el del balance y la evaluación, en el del estudio y la reflexión, más allá de debates políticos estrictos, con la voluntad de objetividad -imposible al cien por cien de quienes no deben verse condicionados por la urgencia de la opinión o la presión de las circunstancias.
Más allá de las páginas de la prensa o del Boletín Oficial, Juan Carlos I se convertirá en ilustración habitual de los manuales, en sujeto de congresos e investigaciones, en una figura que se aleja en el tiempo y a la que se valora o se critica por sus actos, por sus casi cuarenta años de reinado, por un tiempo en el que España cambió de manera profunda. Surgirán apologistas y críticos, se ensalzarán unos aspectos y otros quedarán minimizados, pero su figura quedará en la historia y su papel se perfilará con el tiempo y el sosiego de la distancia. Quedará por ver cuál es su lugar en la memoria colectiva, cómo se posa su figura en el sedimento de la colectividad, qué actos priman en el recuerdo por encima de la globalidad y complejidad de su figura. También su memoria habrá de analizarse desde la historia, como elemento que forma parte de las percepciones del pasado.
El presente, por su parte, asiste a la sugerencia de otro sistema político. La reivindicación de la República se invoca como alternativa a un malestar general del que no es ajena la propia institución monárquica y, sobre todo, algunas acciones de la familia real. Y este es el reto que afronta Felipe VI, el de ganarse un respaldo popular del que tampoco su padre anduvo sobrado. El futuro habrá de adquirirlo en el seno de una sociedad cuando menos escéptica, recelosa en su malestar hacia todo lo que signifique privilegio inmerecido o abuso de poder. Y el reto no es otro que el de conseguir normalizar la institución, despojarla de prerrogativas que resulten hirientes en un colectivo duramente afectado por la crisis.
Tal vez haya que hablar de una refundación de la monarquía, cuyo primer paso es, precisamente, el reemplazo del titular. Con ello se obtiene en primer lugar el rejuvenecimiento, pero también un cambio de generación La que no conoció la guerra y protagonizó el final del franquismo y la transición queda atrás y se asienta la que se formó y ha crecido en democracia. La generación de la crisis y las dificultades de los setenta y ochenta, aquella que forjó una institución que acabó siendo respetada y alabada, sustituida ahora por la generación enfrentada a las dificultades del nuevo milenio, muy similares en el sufrimiento que provocan, especialmente entre los jóvenes. Las necesidades de ambos momentos, los condicionantes y expectativas han variado y tal vez no sea prudente mantener inercias y actitudes ajenas al tiempo en que vivimos, por lo que una nueva perspectiva se hace imperiosa. Se requiere, de algún modo, una nueva instauración que permita mantener la institución frente al rumor creciente de la contestación, de las reivindicaciones republicanas que son -por el momento expresión de descontento más que convencimiento o fidelidad a una idea. Pero todo ello no es sino el reflejo de una sociedad que requiere cambios a los que cualquier institución ha de prestar oídos y adaptarse a ellos en la medida de lo posible.
Se abre un nuevo capítulo en el libro de la historia y no nos queda sino desear que la normalidad y la paz, que recomendaba Carlos V a su hijo, sea la tónica dominante; aquella por la que se recuerde el tiempo de Felipe VI.