04/10/2023
Publicado en
The Conversation
Ignacio López-Goñi |
MIembro de la SEM (Sociedad Española de Microbiología) y Catedrático de Microbiología, Universidad de Navarra
Si es usuario habitual de redes sociales, seguro que ha oído hablar del SIBO. De apenas conocerla nadie, esta alteración intestinal ha pasado este verano a estar en boca de todos, sobre todo de jóvenes y adolescentes. Muchas influencers de Instagram y TikTok han compartido que sufrían sus efectos.
La historia que se repite es la siguiente: una persona sufre problemas de digestiones pesadas, hinchazón y gases, acidez, diarreas frecuentes. Le hacen un sencillo test de aliento y le dicen que libera mucho más hidrógeno de lo normal, debido a un sobrecrecimiento de bacterias en el intestino delgado. Le recetan antibióticos. Como consecuencia se altera toda la microbiota intestinal y le recomiendan que tome probióticos para reponerla. Quizá, de paso, le proponen hacer un análisis completo de la microbiota intestinal a partir de una muestra de heces. Se aburre de estar tomando probióticos, por lo que le diseñan una dieta “personalizada”. Al final, tras varios cientos (o miles) de euros gastados, se encuentra un poco mejor… o no.
¿Qué significa SIBO?
SIBO no es el nombre de una bacteria, es el acrónimo de Small Intestinal Bacterial Overgrowth (sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado). Llamamos microbiota intestinal al conjunto de todos los microorganismos (bacterias, arqueas, virus, hongos y protozoos) que alberga el sistema digestivo. Está constituida por cientos, probablemente miles, de especies distintas.
En realidad, somos un complejo ecosistema en equilibrio con millones de interacciones entre esos microbios y nuestras células. La microbiota respalda el funcionamiento saludable de nuestro sistema digestivo, inmunitario, endocrino y nervioso. Produce vitaminas, ácidos grasos de cadena corta, aminoácidos, neurotransmisores, hormonas y otros muchos compuestos.
Cuando ese equilibrio se altera, por cambios en la composición o el número de microorganismos –lo que se conoce como disbiosis– se pueden desarrollar enfermedades inflamatorias intestinales, síndrome del intestino irritable o dolencias metabólicas como la diabetes, la obesidad y las alergias.
Pero no todo es SIBO. Se han identificado otros tipos de trastornos en la microbiota intestinal: LIBO (sobrecrecimiento bacteriano en el intestino grueso), SIFO (sobrecrecimiento fúngico en el intestino delgado) e IMO (sobrecrecimiento de metanógenos intestinales).
Demasiadas bacterias en el intestino delgado
El SIBO consiste en la presencia de bacterias específicas del colon en el intestino delgado en cantidades mayores a 103 UFC/mL (Unidades Formadoras de Colonias por mililitro). Esto supone un cambio en el equilibrio de especies individuales de la microbiota en el intestino delgado y causa síntomas gastrointestinales. Los pacientes con SIBO producen hidrógeno en exceso debido a la fermentación de los carbohidratos consumidos.
Las bacterias características de ese sobrecrecimiento incluyen Streptococcus, Staphylococcus, Bacteroides y Lactobacillus. También suele haber un aumento en el número de microorganismos de los géneros Escherichia, Klebsiella y Proteus.
En cuanto a los síntomas, el SIBO se suele manifestar con dolor abdominal, distensión, gases, diarrea y movimientos intestinales irregulares. Estos problemas pueden llevar a la malabsorción, lo que resulta en deficiencias nutricionales, anemia o hipoproteinemia (disminución de la concentración sérica de proteínas).
Además, la acumulación de microorganismos puede generar un aumento de algunos componentes bacterianos (como el lipopolisacárido) que estimulan una respuesta inflamatoria y generan una inflamación crónica.
El diagnóstico se realiza aspirando el contenido del yeyuno (mediante endoscopia) y cultivando la muestra en el laboratorio. Una concentración mayor de 103 UFC/mL en dicho cultivo indicaría la presencia de SIBO. Una de las limitaciones es que todavía no hay un consenso sobre cuál es la microbiota normal en el intestino delgado.
Debido al carácter invasivo de esa prueba, se utilizan también test indirectos de aliento. Consisten en medir la cantidad de hidrógeno y de metano que se exhala tras beber una mezcla de agua y glucosa o lactulosa. Este tipo de azúcares se suelen absorber y degradar en el intestino grueso y no en el delgado.
Un aumento de más de 20 ppm (partes por millón) en la concentración de hidrógeno en comparación con el valor basal se emplea también como sinónimo de un diagnóstico de SIBO. Sin embargo, esta prueba puede dar falsos negativos y falsos positivos.
¿Hay un sobrediagnóstico de SIBO?
El SIBO a menudo acompaña a enfermedades del sistema digestivo y a otras afecciones. El sobrecrecimiento bacteriano es más común en personas que padecen síndrome de intestino irritable, enfermedad de Crohn y otras dolencias inflamatorias del intestino. También se ha relacionado con la enfermedad celíaca, fístulas, estenosis, procedimientos quirúrgicos y la obesidad.
La prevalencia es significativamente mayor entre los pacientes diabéticos tipo 1 y tipo 2 que en la población general. Así mismo se ha identificado la coexistencia de SIBO en enfermedad hepática grasa no alcohólica, cirrosis, pancreatitis crónica, fibrosis quística, insuficiencia cardíaca, hipotiroidismo, enfermedad de Parkinson, depresión, esclerosis sistémica e insuficiencia renal crónica.
Además, las irregularidades en la estructura y función de la pared intestinal, la baja presión de la válvula ileocecal, las concentraciones excesivas de algunos compuestos, la presencia de citoquinas proinflamatorias y el aumento del pH gástrico pueden causar el trastorno. En todos estos casos, hay una pregunta sin resolver: ¿es el sobrecrecimiento de bacterias en el intestino delgado lo que causa estas enfermedades o son estas dolencias las que generan el SIBO?
Cambiar nuestra microbiota es mucho más difícil de lo que pensamos
Se han descrito varias estrategias para combatir el SIBO. Los antibióticos son recetados ampliamente, aunque es un tratamiento empírico, ya que se inicia antes de disponer de información sobre los microorganismos implicados. Se trata, por tanto, de un tratamiento de probabilidad. La evidencia que respalda su uso es escasa y puede tener otros efectos no deseados en la microbiota intestinal, favorecer el desarrollo de resistencias o la infección por Clostridioides difficile.
Se ha sugerido un efecto beneficioso temporal al reducir los alimentos fermentables en la dieta y evitar productos ricos en fibra, polioles, edulcorantes y prebióticos. Es lo que se denominan dietas bajas en FODMAP (oligosacáridos fermentables, disacáridos, monosacáridos y polioles). Están basadas en reducir temporalmente algunos alimentos (azúcares, almidones y fibra) que se asimilan mal en el intestino delgado, absorben mucha agua –lo que altera los movimientos peristálticos– y fermentan con rapidez en el colon, produciendo muchos gases.
Existe muy poca investigación de calidad sobre el efecto de los probióticos en la microbiota del intestino delgado y, en concreto, para el tratamiento del SIBO. La situación es similar con el trasplante de microbiota fecal: no hay evidencias suficientes que justifiquen su eficacia.
También hay que tener en cuenta que una persona puede dar positivo a un test de SIBO y estar perfectamente sano, sin síntomas. Todos estos tratamientos no “curan” el SIBO, solo pueden aliviar temporalmente los síntomas. El SIBO no es una enfermedad, es un síntoma. Para erradicarlo habría que ir a las causas, y el aumento de número de bacterias probablemente sea un efecto secundario de otras enfermedades que son las que hay que tratar.
Conclusión
Aunque existe una extensa bibliografía sobre el SIBO y las otras disbiosis intestinales, en general su calidad es limitada. A pesar del interés reciente en el microbioma intestinal y sus trastornos, se necesita más investigación clínica para determinar la fisiopatología, identificar tratamientos efectivos y prevenir el sobrecrecimiento de la microbiota en el intestino delgado y grueso.
No solo es necesario conocer quién está ahí (metagenómica) sino saber qué hace y qué funciones tiene (metatranscriptómica y metaproteómica). La investigación futura nos puede permitir utilizar los cambios específicos en la composición y diversidad de la microbiota intestinal como biomarcadores de salud o de enfermedades específicas. De momento, lo más urgente es, quizá, consensuar protocolos. Y en caso de duda, siempre hay que acudir al médico y no autodiagnosticarse ni automedicarse.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.