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Alejandro Llano, "con quien tanto queríamos"

4/10/2024

Publicado en

El Confidencial

Lourdes Flamarique |

Catedrática de Filosofía en la Universidad de Navarra

Desde hace unos años me vienen con frecuencia al pensamiento unas palabras que el poeta Miguel Hernández pone como preámbulo de su Elegía dedicada a Ramón Sijé: su amigo “con quien tanto quería”. Esos versos eran recordados a menudo por mis profesores en la Universidad de Navarra; sin duda reconocían algo que yo no entendía bien entonces. Quizás me faltaba esa experiencia, no sabía qué es haber querido con otros. Al cabo de las décadas puedo pronunciar el verso con propiedad. Ha fallecido el filósofo Alejandro Llano, profesor, maestro y amigo con quien tanto queríamos, y ya sentimos que nos falta su persona, su presencia y todo lo que gracias a él y con él aprendimos a amar.

Somos muchos los que pasamos por sus aulas, los que aprendimos de sus libros, de su estilo docente, de su buen humor, de las clases improvisadas en la cafetería o en los pasillos. Pero, además, generosamente, compartió sus temas de estudio, sus intereses, sus pasiones y aficiones, sus lecturas; más allá de los estudios de filosofía, nos mostraba el mundo como tarea. Con Alejandro Llano aprendimos a querer la literatura, la música, la ciencia, el arte, la política… Nos impulsó a salir y abrirnos a otras universidades y foros intelectuales, a tratar de cerca a filósofos, a escritores que él apreciaba. ¡Tantas cosas!

La enfermedad le hizo cada vez más difícil reencontrarse precisamente con las personas y con las cosas que había querido tanto y con tantos… Pero hasta hace relativamente poco, recordar a personas y vivencias y, sobre todo, evocar la Universidad, las clases de filosofía, los libros compartidos, le devolvían por unos minutos a su yo más genuino: el maestro siempre volcado en ayudar, en servir para que otros avancen en el saber.

Los antiguos decían que un hombre dormido es un hombre sagrado. En los últimos años de su vida, Alejandro Llano había entrado en el espacio de los sueños, donde las cosas parecen deshacerse y las palabras apenas ayudan a entender lo que pasa. Incluso entonces el profesor, el intelectual buscador de la verdad despertaba por unos momentos y sorprendía con esos chispazos que daban con la clave de la conversación.

Un hombre dormido es sagrado y es también un misterio. Porque lo que no desaparece durante ese sueño es la trama con la que ha tejido su vida, que comparecía en su incansable bondad y misión de universitario cabal. Por eso se interesaba tanto por la persona que le visitaba: si le parecía que una palabra dicha medio en broma podía molestarle, enseguida trataba de arreglarlo. Igualmente, en esas ensoñaciones afloraba su condición de pensador, empeñado en formular argumentos, que busca dar con las respuestas, incluso cuando no reconoce las preguntas.

He podido acompañarle también en esta etapa de su vida. “¡No me dejes!” fueron sus últimas palabras al despedirme hace unos días. Tengo la certeza de que ahora es él quien nos acompaña y no nos deja.