Rafael Domingo Osle,, Catedrático de la Universidad de Navarra y profesor visitante de Emory University
Ébola y comunidad global
A partir de los errores y aciertos en el combate internacional de la epidemia, el autor reflexiona sobre la necesidad de articular una comunidad global que funcione al margen de los Estados.
Además del llanto por la muerte de más de cuatro mil personas y de las inestimables muestras de solidaridad ejemplar por parte del personal sanitario de tantos países, el virulento brote de ébola ha servido para concienciarnos, una vez más, de que la comunidad humana es totalmente interdependiente, quizá más de lo que nos imaginábamos. Cuanto sucede en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Nigeria afecta a EEUU, España o Alemania. Los errores y los aciertos, los problemas y las soluciones, los virus y las epidemias, las ideas y las noticias no nacen, crecen y mueren ya en un mismo sitio, sino que se desarrollan y esparcen de acuerdo con modelos universales, muchas veces impredecibles.
Por más que el ser humano se empeñe en aislar o cercar espacios, en construir muros o barreras, la fuerza de la naturaleza y la de los propios acontecimientos acaban superando cuanto se pone por delante. Nada más artificial que una frontera. Y nada más limitativo que el territorio. El universo, y la tierra y los hombres con él, está diseñado para funcionar interdependientemente, con una enorme unidad.
Fue Arthur Koestler que acuñó por primera vez el término holán para referirse a algo que es al mismo tiempo un todo y una parte. En realidad, el principio general del holismo había sido ya visto y definido magistralmente por Aristóteles muchos siglos antes, con palabras bien conocidas: «El todo es mayor que la suma de sus partes». Pero el holismo añade algo más. Cada holón emergente incluye al anterior y los trasciende. Así, la célula incorpora y trasciende sus componentes moleculares. Las moléculas incorporan y trascienden los átomos, que, a su vez, incluyen y trascienden partículas. Y así sucesivamente.
La teoría holística tiene perfecta aplicación a la ciencia del derecho global. Cada modelo de comunidad integra el anterior y los trasciende, así como la comunidad global integra las comunidades políticas menores y las trasciende. La comunidad global es mayor que la suma de todas las naciones. Por eso, la comunidad global no se puede gobernar sólo por acuerdos entre la mayoría de los Estados nación. Requiere algo más. Lo mismo sucede con el Estado nacional u otras comunidades políticas menores, locales o regionales: éstas no se pueden gobernar exclusivamente por acuerdos entre familias, o por meros acuerdos entre pueblos o regiones. El Estado nacional exige una estructura política concreta, un ordenamiento jurídico pleno, como sociedad perfecta que es. Se denominan perfectas aquellas comunidades que, informadas por el principio de autonomía, tratan de satisfacer el mayor número posible de necesidades humanas. Se llaman, en cambio, sociedades imperfectas aquéllas que se conforman con satisfacer tan sólo algunas necesidades concretas.
El Estado nacional, además de perfecto, es una sociedad instrumental, no necesaria por sí misma pues su fin no es natural y puede ser cubierto por otras sociedades intermedias. De la misma manera que Francia, España o EEUU comenzaron a existir en un momento histórico concreto, pueden dejar de hacerlo. El Estado nacional no es una exigencia humana. La rica variedad de comunidades existentes entre la familia y la comunidad global es mutable, pues está sometida totalmente a cambios políticos. En ella impera la ciencia de lo posible, es decir, de la política, no de lo necesario. Por eso son instrumentales.
Todo lo contrario sucede con la familia y la comunidad global. Ambas son necesarias para el buen funcionamiento de la humanidad y, a la vez, imperfectas por cuanto no son autosuficientes: ninguna de ellas desea satisfacer todas las necesidades del ser humano sino tan sólo un aparte de ellas. La familia nos abre las puertas de la vida y del amor. Nos educa y nos convierte en seres autónomos, capaces de construir nuestra propia historia. Su territorio, el hogar, el dulce hogar, es el lugar al que se vuelve. La comunidad global, por su parte, nos satisface exclusivamente aquellas necesidades que afectan a la humanidad en su conjunto y que sólo pueden ser cubiertas globalmente. Su territorio, el planeta Tierra, es un lugar que no se puede abandonar por el momento.
Tanto la familia como la comunidad global necesitan de un territorio, la casa y el planeta, pero ninguna de ellas es eminentemente territorial, como sí, en cambio, lo es el Estado. En estas dos sociedades necesarias e imperfectas como son la familia y la humanidad, la política está presente, como en toda comunidad de vida, pero en su grado muy inferior al de las sociedades instrumentales. Al ser necesarias, el principio de solidaridad prevalece sobre lo político. Esto explica que los modelos de Gobierno de estas comunidades necesarias sean muy diferentes tanto entre sí como con respecto a las sociedades intermedias, sean regionales, nacionales o supranacionales.
El gran cambio que se ha producido con la globalización es que la comunidad internacional de naciones, que fue por siglos instrumental, se ha convertido en una comunidad humana global, de carácter necesario, y por tanto, imperfecto. Los hechos se han impuesto, sin previo consenso. Su nacimiento ha sido casi espontáneo, a consecuencia de su creciente interdependencia. Por eso, la comunidad global, como comunidad necesaria que es, debe guiarse por unas normas y principios del todo diferentes a los que rigen las comunidades políticas intermedias, perfectas e instrumentales.
Para los representantes de la filosofía analítica, muchas de las cuestiones de las que la filosofía clásica se ha ocupado durante siglos se deben a un uso erróneo del lenguaje, a errores categóricos entre otros. Eso mismo podemos decir sobre cuanto está pasando con la evolución del derecho global. Existe un error categórico. Queremos aplicar a la comunidad global el mismo esquema que aplicamos a las relaciones entre Estados, o las mismas normas que aplicamos a los propios Estados. Y estamos hablando de algo distinto. De la misma manera que no se puede gobernar una familia con un ordenamiento jurídico estatal, tampoco se puede gobernar la sociedad global como si fuese un Estado. Sería el principio del fin de la vida política. El gran problema de nuestra comunidad global es que las grandes potencias, sobre todo China y EEUU, no quieren, por el momento, desoberanizarse y reconocer que la comunidad global es de naturaleza distinta a la de los Estados.
LA MODERNIDAD nos permitió superar la estructura familiar que se proyectaba en las monarquías y reinados por una estructura instrumental más consolidada como fue el Estado nación. La humanidad aprendió entonces que una comunidad política perfecta como es el Estado no podía regirse con las leyes propias de las dinastías familiares, por muy reales que fueran: que un Jefe de Estado es alguien distinto de un padre, y que una pena impuesta por el ordenamiento jurídico no es exactamente lo mismo que un castigo familiar. La posmodernidad globalizada nos ha mostrado recientemente que la comunidad global no puede ser gobernada con las leyes de los Estados y nos ha dado las herramientas para transformar la comunidad internacional de naciones en una auténtica comunidad humana global, fundada en los principios de solidaridad y subsidiariedad.
La construcción de esta nueva comunidad global exige, en primer lugar, determinar qué materias y en qué medida afectan a la humanidad, es decir, qué materias gozan de lo que podríamos llamar reserva de globalidad. En segundo lugar, requiere una reforma profunda de Naciones Unidas, para adaptarla al nuevo paradigma global. En tercer lugar, la creación de nuevas instituciones globales autónomas con respecto a los Estados destinadas a la protección de los bienes públicos globales. Es hora de ponerse a trabajar.