Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Los trabajos y los días en el arte navarro (16). Imágenes de la Epifanía
Antes de que las cabalgatas se popularizaran en el siglo XX, los relieves y pinturas de la Epifanía, presentes en claustros, portadas y retablos de las iglesias, cobraban especial proyección en las celebraciones navideñas. La palabra, desde el púlpito, glosando el evangelio de San Mateo, y aquellas imágenes se unían, en perfecta alianza, para mostrar ante los fieles la manifestación de Cristo a todo el mundo, significada ante aquellos singulares adoradores.
Como es sabido, el único texto que recoge el pasaje de la Epifanía es el de San Mateo, que señala los dones portados por los magos. Más detalles aportan los apócrifos: el Protoevangelio de Santiago, el Pseudo Mateo y el Evangelio árabe de la Infancia. El primer autor que convirtió a los Magos en Reyes fue Tertuliano, prolífico escritor y teólogo que vivió entre los siglos II y III, cuyas obras tuvieron una gran influencia en la cristiandad occidental. Más tarde, en el siglo VI, Cesáreo de Arlés siguió la misma opinión. En la iconografía se sustituyeron los gorros frigios por coronas en sus cabezas, incluso cuando aparecen en la escena del sueño, durmiendo en la cama.
Respecto al número, San Mateo tan sólo menciona unos magos. En las catacumbas se encuentran dos, e incluso cuatro. Con el paso del tiempo, razones de índole litúrgica, bíblica y simbólica impusieron el número de tres, por las edades del hombre, los tres continentes entonces conocidos, los tres dones y la cifra sagrada trinitaria. En cuanto a los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, parece que su primera aparición está en el Evangelio Armenio de la Infancia del siglo IV. Beda el Venerable, recogió asimismo los nombres de los tres reyes hacia el año 700: “El primero de los Magos fue Melchor, un anciano de larga cabellera cana y luenga barba, siendo quien ofreció el oro, símbolo de la realeza divina. El segundo, llamado Gaspar, joven, imberbe de tez blanca y rosada, honró a Jesús ofreciéndole incienso, símbolo de la divinidad. El tercero, llamado Baltasar, de tez morena, testimonió ofreciéndole mirra, que significaba que el hijo del hombre debía morir”. Más tarde, en el siglo IX, en el Liber Pontificalis de Rávena, datado en el año 845 y con mayor trascendencia, se mencionan también a Melchor, Gaspar y Baltasar. Al rey africano, por lo general se le aplicó el nombre de Baltasar y su color negro se generalizó en la iconografía en los últimos tiempos de la Edad Media, en pleno siglo XV. Con anterioridad, el rechazo al color negro venía definido por equipararse al demonio o al infierno.
Su indumentaria primitiva, vistosa y colorista, propia de los sacerdotes y sabios de Oriente, se hizo más sencilla durante el Románico y el tocado, como se ha indicado, se sustituyó por la corona real. Al respecto, hay que tener en cuenta que el concepto de mago había ido adquiriendo un tono peyorativo, equiparándose al de brujo, y se quiso dignificar su imagen atribuyéndoles una posición real.
En el arte de los siglos de la Edad Moderna aparecen a caballo, con hermosos cortejos, vistiendo como monarcas occidentales, con armiños, ricas capas, coronas y cetros. Antaño simbolizaron a los tres continentes conocidos, aunque también se relacionaron con las tres edades del hombre. Su principal significado es el que los conecta con la gran manifestación, la Epifanía. Sus dones se asocian al Niño rey (oro), Dios (incienso) y profeta (mirra). Ésta es la interpretación más generalizada, si bien no faltan otras, como la de San Bernardo, que señala, de modo más prosaico, que el oro estaba destinado a socorrer la pobreza de la Virgen, el incienso a eliminar el mal olor del establo, y la mirra a desparasitar al Niño, librándolo de insectos y gusanos.
Ejemplos en tiempos del Románico
Los capiteles del siglo XII del claustro de Tudela o la portada de San Miguel de Estella muestran el tema con gran calidad. La Virgen sedente con el Niño en su regazo, cual sedes sapientiae, recibe a los Magos que se presentan en actitud de adoración. Particular mención merece la Epifanía y algún pasaje del ciclo de los Magos en las denominadas Biblias de Pamplona, que son dos códices realizados por Ferrando Petri de Funes y su taller en el entorno de 1200. La parte escrita se reduce a una antología de fragmentos que explican las ilustraciones. Ferrando Petri era un canónigo de la catedral de Calahorra que alcanzó el título de canciller real entre 1192 y 1194. Su labor consistió fundamentalmente en seleccionar y adecuar los textos, y ordenar las ilustraciones. Los especialistas han detectado la mano de tres escribanos y al menos cuatro pintores. En la actualidad estas biblias se conservan en dos bibliotecas extranjeras. La de Amiens fue encargada por Sancho VII el Fuerte en 1197. Poco tiempo después se realizó el ejemplar de Ausburgo.
En las artes del Gótico y las primeras apariciones de Baltasar con piel oscura a fines del siglo XV
El claustro de la catedral de Pamplona guarda el conjunto de la Epifanía, ante el que se realiza, desde hace siglos, la estación procesional en el día de la Epifanía. Como es sabido, el conjunto es obra de Jacques Perut y fue realizado en torno a 1300.
El monumental tímpano del santuario de Ujué también recrea el pasaje narrado por San Mateo. Se trata de un destacadísimo ejemplo del tercer cuarto del siglo XIV. Junto a la escena, encontramos a un personaje masculino arrodillado que Rosa Alcoy ha identificado con don Luis de Beaumont, lugarteniente del reino en las ausencias de Carlos II, en base a las relaciones existentes con el Libro de Horas de su madre Juana II de Navarra y la de don Luis con el santuario.
La pintura gótica nos ha legado bellísimos y delicados ejemplos en los retablos tudelanos de Santa Catalina y de la capilla de Villaespesa, este último obra de Bonanat Zaortiga (1412). El retablo de Barillas, atribuido por A. Aceldegui a Nicolás Zaortiga (doc.1443-1485), también contiene una elegante pintura de la Epifanía.
Las primeras representaciones en pintura con el rey Baltasar con piel oscura son las del retablo mayor de la catedral de Tudela, obra de Pedro Díaz de Oviedo realizado a partir de 1487, otra tabla conservada en la catedral de Pamplona de fines del siglo XV, que estuvo en el presbiterio hasta la reforma de la catedral y la pintura del retablo de la Visitación de Los Arcos que ya estaba realizado para 1497, fecha de la muerte de su mecenas Bertol de Ayegui, abad de Mirafuentes y de Otiñano y beneficiado chantre de la parroquial de Los Arcos. En obras escultóricas uno de los primeros ejemplos con el rey negro es una obra importada de los Países Bajos Meridionales, el Tríptico de la Epifanía de Artajona (1500-1510) de estética tardogótica.
Durante el largo siglo XVI
Quizás es el siglo XVI, denominado por Fernando Marías como “largo” en una interesante monografía, el que más representaciones dejó del tema en la pintura, la escultura y también en las artes suntuarias de Navarra. Obras documentadas de maestros de la tierra y de fuera, italianos, franceses, flamencos, así como algunas importadas desde distintos lugares de Europa conforman un conjunto abundante, en sintonía con la riqueza artística de aquella centuria.
Relieves expresivistas de los retablos de Lapoblación, Genevilla o El Busto ponen de manifiesto la pericia a la que habían llegado sus maestros, tanto en las labores de gubia como en las de policromía, conformando conjuntos sobresaliente calidad. El romanismo miguelangelesco dejará esquemas repetitivos basados en estampas, entre los que destaca el relieve del retablo mayor de Santa María de Tafalla, realizado por Juan de Anchieta entre 1581 y 1588 y concluido para 1592 por su discípulo Pedro González de San Pedro.
Entre los ejemplos pictóricos citaremos la versión del retablo de la duda de Santo Tomás de la catedral de Pamplona (1507), de tradición tardogótica y costeado por el auditor de cuentas reales Pedro Marcilla de Caparroso, amén de las tablas de los maestros del taller de Pamplona en sus distintas etapas con tablas de Juan del Bosque, Juan de Bustamante y los Oscáriz, y del retablo de Santa María de Olite, obra de Pedro Aponte. Por su calidad sobresaliente hay que citar las dos grandes tablas de los retablos de La Oliva –hoy en San Pedro de Tafalla- y Fitero. Su autor, el flamenco Rolan Mois, establecido en la capital aragonesa, que había perfeccionado su arte en la Venecia de Tiziano, tomó especial cariño al modelo que repitió en ambos monasterios, haciendo una tercera versión para su capilla funeraria, que hoy se conserva en el Museo de Zaragoza. En el contrato para el retablo de Fitero (1590), se le pedía que tanto en la tabla de la Epifanía, como en la del Nacimiento debía procurar que las figuras “sean como natura1es como lo muestra en la traça”, así como una normativa general que requería del artista “pintura al óleo y de muy perfectos y finos colores y todo de buena gracia”. Las Epifanías de Mois han sido puestas en relación por R. Buendía con las de Cornelis de Smet de la catedral de Amberes y Giuseppe Salerno en la iglesia siciliana de Chiusa Schafani. Un punto de partida para las mismas bien pudo ser la composición ideada por Giulio Clovio, que fue grabada por Philippe Thomassin bajo modelo de Cornelis Cort en torno a 1567.
De fines del siglo XVI y de estética manierista es una elegante pintura de la Epifanía, conservada actualmente en la sala capitular que firma un artista, hasta ahora no identificado, de nombre Iacobus de Marsella. Los modelos flamencos son evidentes, pudiéndose rastrear la inspiración entre estampas de los Sadeler y Cornielis Cort.
Los siglos del Barroco
Como en periodos anteriores, encontramos personajes elocuentes y parlantes, capaces de transmitir emociones, también en las escenas de la Epifanía. El suegro y maestro de Velázquez, el pintor sevillano Francisco Pacheco, escribió en su Arte de la Pintura (1649) sobre la empatía que debían aportar los artistas a sus obras: “Procure el pintor que sus figuras muevan los ánimos, algunas turbándolos, otras alegrándolos, otras inclinándolos a piedad, otras al desprecio, según la calidad de las historias. Y faltando esto, piense no haber hecho nada”.
Los relieves de los retablos de Los Arcos y sobre todo de Viana con el tema de la Adoración de los Reyes son de lo mejor en la escultura del siglo XVII. Destaca por su calidad el de Viana, obra del escultor riojano Bernardo de Elcaraeta (1663). Para la centuria siguiente, los relieves de los retablos mayores de Morentin e Irurita acusan el academicismo imperante en el último tercio del siglo XVIII.
En cuanto a pinturas merecen mencionarse algunos lienzos de Vicente Berdusán, especialmente el de la escalera del palacio de los marqueses de Huarte, que procede de la sacristía catedralicia de Tudela, realizado en 1661, con dependencia de modelos rubenianos, según estampa grabada por Nicolás Lawers y otro, más evolucionado, del conjunto de la sala capitular de la citada catedral (1671). También destacaremos entre la producción de los pintores establecidos en Pamplona, el lienzo de las Clarisas de Olite, estudiado por Eduardo Morales y obra de Lucas Pinedo (1650), que sigue fielmente en su composición una estampa de Lucas Vosterman por pintura de Rubens.
La sacristía de los beneficiados de la catedral de Pamplona conserva una pintura de la Epifanía del siglo XVII, con exuberante marco de talla dorada, que en algunas ocasiones, si los rigores de nieves y frío impedían la procesión claustral del día de Reyes, se colocaba en el altar del trascoro para realizar allí la estación, como ocurrió en 1887.
A la segunda mitad siglo XVIII pertenece el gran lienzo de José Bejes de la capilla de la Virgen del Camino de Pamplona, realizado entre 1778 y 1779 en estilo tardobarroco con evocaciones de los italianos Tiépolo y Giaquinto, con cierto tenebrismo y colorido discreto, únicamente animado por la capa roja del rey Melchor y un pequeño paño azul intenso que portan unos ángeles de la zona superior.
En los grandes belenes barrocos conventuales, el Niño solía tener en la fiesta de la Epifanía su pequeño sillón o trono para recibir a los Reyes Magos, como Rey de Reyes, a diferencia de cómo había estado durante el resto de la Navidad, sobre las pajas, ante pastores y zagalas.