Francisco Javier Pérez Latre,, Profesor de la Facultad de Comunicación
El movimiento pro-vida y la opinión pública
En las últimas semanas, el debate sobre la vida ha regresado al centro de la opinión pública con toda su fuerza. Se trata de una buena noticia, porque la cuestión es crucial para la comunidad. Es necesario mantener viva esta conversación decisiva y evitar el "apagón informativo". También conviene rescatar la razón, aportando argumentos a un debate a menudo plagado de propaganda y descalificaciones. Por desgracia, la conversación sobre la vida ha sido de escaso nivel intelectual (por ambas partes). En estas líneas quisiera abundar sobre algunos argumentos a favor de la vida que merecen la atención de la opinión pública.
A estas alturas, 41 años después de Roe contra Wade, conocemos ya los efectos de la disminución de la natalidad, que ha provocado una auténtica bomba demográfica y ha profundizado en la crisis del estado del bienestar, que no parece en condiciones de afrontar pirámides de población y datos macroeconómicos como los actuales. Sorprendentemente, la clase política mira hacia otro lado. Estamos padeciendo ya los efectos de la crisis de la maternidad, con la epidemia de soledad que inevitablemente la acompaña. Rusia y China, los pioneros de la implantación del aborto, ya han empezado a revisar sus políticas.
Además, la lucha por la vida puede ser una lucha por la naturaleza, una causa "ecológica". Vivimos en un mundo artificial, que quiere impedir el curso natural de las cosas con todo tipo de artefactos y fármacos. El crecimiento de la tecnología, que aporta tantos beneficios, no ha venido acompañado del crecimiento de la humanidad. La sensibilidad ecológica nos ha ayudado a respetar más la naturaleza y eso ha sido un gran avance. Excepto en lo que se refiere a la cultura de la vida.
Por otro lado, las mujeres que pueden tener hijos viven en un clima adverso a la maternidad y reciben fuertes presiones de su entorno. Por eso hace falta defender a quienes quieren ser madres y quitar obstáculos de su camino. Las cosas han cambiado: antes el aborto era tabú. Ahora, el tabú es ser padres. El aborto no es sólo un problema de las mujeres. Es también problema de hombres que huyen y no quieren ser responsables de sus actos.
Estos y otros argumentos del movimiento pro-vida merecen un análisis más pausado. Su mejor aliado es la ciencia, que gracias a los avances del diagnóstico prenatal muestra las criaturas con perfiles cada día más nítidos. Pese al mérito de los argumentos, defender la vida supone enfrentarse a poderes económicos y políticos y a la mayor parte de los medios. Se presenta la defensa de la vida como algo oscuro, conservador y desfasado; la libertad de expresión sobre la vida se ve amenazada. Pero la causa de la vida es la causa del futuro de la humanidad. Es posible que el aborto no sea tanto señal de progreso como herencia del siglo XX, el de la bomba atómica, la experimentación genética y las guerras mundiales.
Si supera sus divisiones y mejora la calidad intelectual su discurso, el movimiento pro-vida puede ser una valiosa coalición para la comunidad: personas de todas las religiones o sin religión que quieren preservar los derechos humanos y civiles; dedicadas a la protección de indefensos, discapacitados y marginados; gente que trabaja contra la trata de personas o la exclusión de los mayores con la eutanasia; contra la pena de muerte, la tortura, el terrorismo y las demás formas de violencia. El derecho a la vida, a toda la vida, es el primero de los derechos humanos.
Bienvenido sea el debate de estas últimas semanas. Pero tiene que ser un debate de verdad, sin insultos ni amenazas. Como ha escrito el Papa Francisco, a los niños por nacer se les quiere negar su dignidad humana y hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie lo pueda impedir. Necesitamos al movimiento pro-vida para luchar por esas criaturas excluidas en un clima sereno, sin descalificaciones ni censuras.