05/02/2024
Publicado en
Diario de Navarra
Pablo Guijarro Salvador |
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Diario de Navarra, en colaboración con la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra, aborda, mensualmente, de la mano de especialistas de diversas universidades e instituciones, aspectos sobre la relación de la mujer con las artes y las letras en Navarra
La Real Casa de Misericordia es uno de los principales legados de la época de la Ilustración en Tudela. Una institución con más de dos siglos de historia, creada inicialmente como hospicio para pobres y convertida en la actualidad en una moderna residencia de ancianos. Detrás de su fundación se encuentra María Huarte y Francia (1695-1780), quien le dio forma de acuerdo a las ideas ilustradas sobre el remedio de la pobreza y no dudó en donar en vida todos sus bienes para que pudiera llevarse a cabo. Su conducta llamó entonces la atención del rey y hoy su ciudad la recuerda con una calle, denominada María Ugarte, tal y como se transcribió su nombre en la inscripción que preside la portada del antiguo caserón de la Misericordia.
Mujer e Ilustración
Durante el siglo de las Luces, un selecto grupo de mujeres logró un destacado protagonismo en la vida pública presidiendo los salones, unas reuniones informales donde se discutía desde política hasta literatura, que se convertirían en centros difusores de las ideas ilustradas. En España, algunas de las anfitrionas, como la condesa de Montijo o la condesa-duquesa de Benavente, dieron un paso más en su presencia activa en la vida social y solicitaron el ingreso en la Sociedad Matritense de Amigos del País, una de las primeras sociedades económicas promovidas por el gobierno para involucrar a las élites en sus políticas reformistas. Aunque fundada en 1775, la admisión de mujeres no se materializaría hasta 1787 y no como socias al nivel de los hombres, sino formando un grupo separado llamado Junta de Damas de Honor y Mérito.
Esta Junta se hizo cargo de las escuelas taller para formación de niñas desfavorecidas, con tanto éxito que pudieron abrir otras nuevas. No fueron menores los resultados en la dirección de la Real Inclusa de Madrid, donde las mejoras introducidas redujeron drásticamente la mortalidad de los acogidos.
Con estas actividades, las mujeres dieron sobradas muestras de su habilidad para llevar a cabo cometidos tradicionalmente masculinos, algo que ya se había defendido en el debate sobre su admisión mantenido entre los socios de la Matritense. Hombres y mujeres poseían las mismas capacidades y, si la mujer no podía desarrollarlas, era por no haber recibido una educación adecuada. Manuel Marín abogaba por su participación, porque esto les permitiría hacer frente a “las sátiras, invectivas y amonestaciones, con que hasta ahora, por falta de estímulo y de ocasión proporcionada de emplear sus sobresalientes talentos y disposiciones admirables, se han visto tratadas en los teatros y conversaciones y reprendidas en los sagrados púlpitos”. Por su parte, Jovellanos subrayaba la conveniencia de sus virtudes en las deliberaciones de la Sociedad: “la grandeza de ánimo, la viveza de ingenio, la generosidad de corazón, la humanidad, la caridad, la beneficencia”.
María Huarte y los Amigos del País
En Tudela no se produjo semejante participación de la mujer en la esfera pública, un fenómeno más bien aristocrático y madrileño. Sin embargo, fue la resolución de una mujer, María Huarte, la que permitiría a la Real Sociedad Tudelana de los Deseosos del Bien Público llevar a cabo su principal iniciativa: la casa de misericordia.
Esta Sociedad de Amigos del País, fundada en 1778, fue una de las pioneras. Ya funcionaba desde unos años antes en forma de tertulia, siguiendo el modelo de la primera de todas, la Sociedad Bascongada. Denominada la “Conversación”, era totalmente masculina, con el marqués de San Adrián como anfitrión de ocho notables tudelanos. Su objetivo era poner en práctica los ideales de la Ilustración, entre los cuales centraron su atención en la apertura de un hospicio, donde internar a los pobres ociosos que mendigaban por las calles y dedicarlos a un oficio para que contribuyeran a la riqueza del país. En aquellos años la mendicidad había pasado a considerarse un problema de orden público, de modo que el encierro de los pobres y su conversión en sujetos productivos se anteponía a las tradicionales consideraciones religiosas sobre la caridad cristiana. El propio marqués de San Adrián había publicado en 1755 un tratado acerca de esta cuestión, titulado Casa de Misericordia.
El esposo de María Huarte, Ignacio Mur, conocía bien las ideas del marqués, porque figuró entre los firmantes de la dedicatoria que encabezaba su tratado. No es de extrañar que el matrimonio, al carecer de descendencia, se propusiese legar su cuantioso patrimonio a los pobres. Para acertar con su decisión, procedieron a “consultar, tratar y conferenciar con hombres doctos y experimentados”, que les aconsejaron la creación de una casa de misericordia. Fue María Huarte, tras el fallecimiento de su marido en 1770, quien establecería en su testamento la fundación de un hospicio, donde tanto los verdaderos pobres, como “los ociosos y vagamundos, que con fingidos y supuestos males usurpan las limosnas”, “sean recogidos y empleados en aquel género de trabajo que parezca más conveniente”.
En los años posteriores, la bienhechora trató con la tertulia de la “Conversación” sobre la puesta en marcha de su pensamiento. Por ejemplo, acordaron el envío del arquitecto José Marzal a Zaragoza, para estudiar allí los planos de la casa de misericordia recién abierta. De este modo, María Huarte habría tenido conocimiento de sus debates y aspiraciones de solucionar los grandes problemas que aquejaban al país. Imbuida de sus valores ilustrados, decidió variar el testamento con un codicilo, por el cual encargó la ejecución del proyecto a la recién creada Sociedad: “una Sociedad Patriótica de diversos caballeros, que celosos del bien público dedican sus talentos y corporales fatigas a favor de las ventajas comunes”. Esta disposición suponía apartar a los patronos ya designados, ayuntamiento y cabildo eclesiástico, para depositar su confianza en la institución que mejor representaba en la ciudad el progreso de la razón.
Una prueba de la estrecha relación entre María Huarte y los ilustrados tudelanos es que la Sociedad celebró en su casa la primera junta de su historia. Nunca llegaría a ser admitida como socia y sólo se tuvo con ella la cortesía de invitarla a la primera junta pública, en la que los amigos del país presentaron a la ciudad los objetivos de su institución. Sin embargo, en un contexto general de desigualdad en las relaciones entre hombres y mujeres, hay que subrayar que la minoría culta e ilustrada tudelana consideró a María Huarte perfectamente capacitada para comprender sus ideas reformistas sobre la cuestión de la pobreza. Con ella sostuvieron un diálogo transparente y directo, en el que le fueron exponiendo todos los pasos que iba dando el proyecto. Eso sí, no se puede olvidar que la fundadora era una respetable anciana de origen noble y que la atención de los pobres era una tarea socialmente entendida como más apropiada para la mujer.
Un edificio de Ventura Rodríguez
La herencia que sirvió para establecer la Casa de Misericordia constaba de 279 robos de olivares, 112 de viñas y 120 de tierras blancas, así como seis casas. El origen de este patrimonio se explica por la pujanza económica y social del linaje Huarte durante el siglo XVIII. Dan fe de ello el palacio de la calle Herrerías –actual biblioteca y archivo municipales–, levantado por un hermano de la fundadora, y el título de marqués de Huarte, concedido a un sobrino en 1796. Por su parte, María Huarte recibió una suculenta dote de 20.500 ducados con motivo de su matrimonio, que luego sería invertida en la formación del citado patrimonio.
Una vez conocida la voluntad de doña María, el arquitecto tudelano José Marzal fue encargado de los planos del hospicio. La planta quedó definida mediante dos patios con una iglesia en el eje central, siguiendo el esquema propio de la arquitectura hospitalaria, que garantizaba una estricta separación entre hombres y mujeres. Las vicisitudes que rodearon el proyecto obligaron a someter estos planos a la aprobación de la Cámara de Castilla, cuyo arquitecto era el célebre Ventura Rodríguez. A pesar del prestigio de Marzal, Rodríguez planteó varios cambios, en especial en la fachada –lo único que ha llegado hasta nuestros días–, a la que dio su aspecto definitivo, con la distintiva sobriedad de la arquitectura académica.
Ventura Rodríguez llegó a visitar Tudela en 1780, aprovechando su viaje a Pamplona para examinar los terrenos por donde discurriría la traída de aguas. Durante su estancia pudo conocer el estado inicial de las obras y exponer sus criterios a Marzal, que fue designado para dirigir la construcción. El resultado es un edificio único en Navarra, que aúna una tipología poco habitual, el hospicio, con los ideales estéticos de la Ilustración difundidos por la Academia de San Fernando, de la que Rodríguez fue director.
El interés de Carlos III
María Huarte no llegó a ver la Casa de Misericordia en funcionamiento, pues abrió en 1791, aunque había puesto todo su empeño en que las obras comenzaran cuanto antes. Para ello, se mudó a unas modestas habitaciones en compañía de una sirvienta y dejó libre su domicilio, de manera que las rentas de su arrendación y la venta de su contenido pudieran engrosar los fondos del proyecto.
Los ecos de su actitud llegaron hasta la Corte, donde quedó inmortalizada por Tomás Anzano en su tratado Elementos preliminares para poder formar un sistema de gobierno de hospicio general, publicado en 1778. El autor puso a María Huarte como modelo de la verdadera limosna, la que se daba en vida:
“Espíritu grande, y mujer verdaderamente fuerte, que renunciando la dulce posesión de un mayorazgo por el bien público, anhela no más la sólida felicidad que se adquiere con un sacrificio glorioso. El valor de esta matrona excede al de muchas de su sexo que aspiraron al heroísmo, pues no hay resolución más valiente que el desapropio de los bienes en tiempo que pueden disfrutarse pacíficamente (…) Ríndansele pues homenajes de célebre y grande, y su virtud sirva de estímulo para imitarla”.
El rey Carlos III tuvo conocimiento del contenido de esta obra y quiso saber algo más de lo que allí se decía. En su nombre, el secretario de Estado, conde de Floridablanca, se dirigió a la Sociedad Tudelana para preguntar por la fundadora, pues en caso de ser ciertas todas estas noticias, “no podrá Su Majestad menos de manifestarla su estimación por el grande ejemplo que ha dado de caridad bien entendida y de celo patriótico”.
Esta no sería la única intervención del rey. Mediante la Real Resolución de 19 de abril de 1779 dejó zanjadas las disputas por el patronato, formado desde entonces por Sociedad Tudelana, ayuntamiento, cabildo eclesiástico y familia Huarte. Además, el monarca acogió al establecimiento bajo su real protección, que desde entonces adoptaría el nombre de Real Casa de Misericordia de Tudela, y manifestó a María Huarte “su real satisfacción y agrado”, “por su celo, caridad y amor a la patria”.
Este reconocimiento por parte del rey constituyó el broche final al meritorio proceder de María Huarte. Su figura, a través de su vinculación con la institución de mayor modernidad del momento, la Sociedad de los Deseosos del Bien Público, demuestra que también las mujeres participaron en los propósitos de reforma y progreso característicos del espíritu ilustrado.