Antonio Aretxabala Díez, Geólogo. Profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra
Un nuevo clima, una nueva mentalidad y ¿un nuevo urbanismo?
No pasa desapercibido que este año es anormal en cuanto a lluvias y frío, se han batido varios récords ya, en España, EEUU o Alemania, pero el ahora denominado clima Mórdor no es nada nuevo. Desde el último máximo glacial, hace unos 20.000 años, nuestro mundo ha experimentado una metamorfosis extraordinaria: uno de los cambios más bruscos de toda la historia de la Tierra se ha producido en un abrir y cerrar de ojos geológicamente hablando (una relación de 1/225.000 en la vida total de la Tierra); se trata por lo tanto de un suspiro en el que hemos pasado de un páramo helado por doquier a un mundo templado en el que nuestra civilización ha crecido y prosperado, hoy la ciudad ya representa la unidad estructural de un sistema que podemos llamar Tierra.
Durante este período, la asombrosa cifra de 52 millones de kilómetros cúbicos de agua fueron redistribuidos por el planeta de la manera como el agua líquida se distribuye, poco a poco y desparramándose, como un gran continente sólido que se funde, las capas de hielo se derritieron y los niveles globales del mar previamente agotados aumentaron más de 130 m compensando así la distribución del peso de las enormes masas de hielo.
El rápido calentamiento global, del orden del 6°C, se tradujo en una nueva circulación atmosférica con nuevos patrones mucho más dinámicos y no tan ceñidos a movimientos preferentes. Ello trajo como consecuencia una modificación de las tendencias más importantes del viento y una reordenación completa de las zonas climáticas. Pero éstas no fueron las únicas consecuencias de la dramática transformación post-glacial de nuestro mundo.
El cambio no es sólo externo
Los resultados incluyeron grandes reajustes isostáticos, movimientos corticales, terremotos por rebote en regiones anteriormente cubiertas de hielo en altas latitudes y un espectacular aumento en el nivel de la actividad volcánica de varias zonas al disminuir la presión del tapón que suponía el soportar tan ingentes cantidades de sólido, por ejemplo en Islandia.
La adopción de un enfoque uniforme que contemple los cambios atmosféricos y los telúricos en estrecha relación, es ya una mirada emergente cada vez más presente entre los científicos que contemplamos los procesos naturales concatenados. El reconocimiento de las diferencias de potencial, tanto en ritmo y en escala del período de calentamiento post-glacial es también una visión que explica muchos de los enigmas de la dinámica terrestre.
De ello se deduce asimismo la posible influencia del cambio climático antropogénico en relación con una serie de características geológicas peligrosas a través de una variedad amplia de ajustes ambientales que afectan tanto a la atmósfera como a la hidrosfera y también a las zonas profundas que sustentan nuestras ciudades y por lo tanto nuestras relaciones personales, culturales, afectivas...
Cuando intentamos adelantarnos a la evaluación potencial de una respuesta de la Tierra como un sistema, parece prudente considerar que en breve, niveles de calentamiento de 2°C van a ser inevitables, las consecuencias empezamos a verlas. El análisis de 66 estaciones repartidas por ambas vertientes de la cordillera pirenaica muestra que las temperaturas han aumentado 1,2 grados de media desde 1950. «El Pirineo es un punto caliente del proceso, una zona donde ya se aprecian signos inequívocos del cambio global», resume Gabriel Borràs, responsable de Adaptación de la Oficina Catalana de Cambio Climático (OCCC).
Ya somos testigos del cambio
Es importante destacar que, aunque se tenga en cuenta que existen incertidumbres significativas a la hora de proyectar el futuro en relación a la dinámica del medio sobre el que vivimos, el ser humano está siendo ya testigo de tales cambios que afectarán sobre todo a la estrecha y frágil interfaz (ente la atmósfera y la hidrosfera) en la que habitamos, la que modificamos y la que responde en forma de tormenta, tornado, erupción o terremoto a nuestras actividades. Los récords de lluvias se van batiendo cada vez con más frecuencia anunciando lo que los científicos venimos adelantando desde hace décadas. Nuestras infraestructuras civiles, pantanos, centrales energéticas, industria, y por lo tanto nuestras ciudades, se verán muy afectadas, lo que ahora está ocurriendo no es sino un primer esbozo de lo que está por venir.
No se trata de anunciar catástrofes, sino de adelantarse a la realidad y dar pasos efectivos para fortalecer nuestras ciudades, y las herramientas para hacerlo son dos: LA CULTURA y LA CIENCIA, la manera de plasmarlo haciéndolo tangible es repensar el urbanismo del siglo XXI en una sociedad que se empeña en vivir en ciudades y en individualizar el espacio y el tiempo.
Desde 2010 más del 50% de la población mundial vivimos en ciudades, una nueva experiencia para la vida en la Tierra.
Cada una de las dos primeras fases de la modernización de nuestra civilización y cuyo marco fue adopatando la ciudad: la ciudad clásica y la industrial, correspondió una mutación profunda en las maneras de pensar, producir, utilizar y gestionar los territorios en general y las ciudades en particular, en especial la circulación de las personas y la información: el transporte colectivo, los diarios, la radio, la televisión y las telecomunicaciones.
Los científicos sociales raramente se adelantan y se atreven a avanzar pautas generales y flexibles, participan en políticas de diagnosis que alimentan estudios de urbanismo, consultorías y hasta departamentos de urbanismo de universidades, con una influencia anecdótica en planes y proyectos, grandes o locales, las administraciones menos aún, no está ya en su genética el adelantarse a un conocimiento mucho más refinado, holístico y participativo del medio: LA CIENCIA y de las relaciones humanas con él, entre nosotros y nuestra herencia histórica: LA CULTURA. Los dos pilares sobre los que se debe pensar el multidisciplinar urbanismo del presente, su escenario es una sociedad que ya es capaz de individualizar el espacio-tiempo en unas ciudades que se dilatan de manera imparable.