Antonio Aretxabala Díez,, Geólogo de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra
Una imagen antigua y al mismo tiempo moderna de la tierra
Cada vez los científicos practicamos más la perspectiva antigua para alcanzar una visión del mundo acorde con los hechos físicos que tanta tecnología nos brinda, esta morada que confluye con las observaciones, por no hablar de las intuiciones, de los genios de antes nos acercan más a la mirada del hombre medieval, incluso del griego.
El núcleo de la Tierra rota a diferentes velocidades, es la nueva visión que ni Julio Verne se atrevió a plasmar en su obra. Y además lo hace acelerando y desacelerando con más frecuencia de lo que comentaran en su momento personalidades de la talla de Edmund Halley.
Ahora creemos que este movimiento no está sincronizado con el de la masa restante del planeta, según un estudio divulgado en Australia. Pero como decimos, en 1692, el astrónomo y geofísico Edmund Halley, quien estudió la órbita del cometa Halley, especuló ya que las capas internas de la Tierra rotaban a diferente velocidad y tenían distinta carga magnética. Halley planteaba que la Tierra estaba formada por varias esferas, cada una con distinta carga magnética. Durante el siglo XX incluso hubo visiones que apuntaban a rotaciones contrarias a la de las capas externas, como una suerte de dinamo la Tierra nos protege así del bombardeo letal de rayos cósmicos.
En efecto, ahora una investigación de la Universidad Nacional Australiana revela que no sólo el índice de rotación del núcleo es distinto al del manto, que es la capa que está por debajo de la corteza terrestre, sino que, además, su velocidad es variable. Los científicos liderados por el físico Hrvoje Tkalcic descubrieron que en comparación con el manto, el núcleo rotaba a mayor velocidad en la década de 1970 y 1990, pero desaceleró en la de 1980.
Esta Tierra, nuestra casa, está muy viva, y nos sustenta porque una constelación de circunstancias actuales y pasadas se han dado cita para que así sea, y no sólo el rotar del interior es nuestro padre-madre, también tenemos familia un poco más lejos. Hace 4.500 millones de años, cuando el Sistema Solar aún vivía su infancia, un planeta del tamaño de Marte, llamado Theia en honor a la madre de Selene, chocó contra la Tierra.
Una masa informe de nuestro núcleo, corteza y manto salió expulsada al exterior, no pudo ir demasiado lejos, quedó atrapada en la órbita de una Tierra con una enorme cicatriz. Poco a poco a esa masa informe como una pompa de jabón que se estiraba y se encogía, se fue reconvirtiendo a la perfección geométrica a la que todo cuerpo estelar quiere aspirar: la esfera.
Del cataclismo aquel surgió la Luna; después se mostraría como una compañera esencial para la aparición de la vida en nuestro planeta. La presencia del satélite no sólo protegió a la Tierra de nuevos impactos de meteoritos, estabilizó y ralentizó nuestra órbita, evitó así un clima extremo pernicioso para el desarrollo de la vida compleja y nos inculcó unos ritmos y ciclos orquestados de una manera tan perfecta que permitió que la segunda ley de la termodinámica, al menos en la capa más externa, pudiera ser transgredida.
Nuevas capas han hecho su aparición con el tiempo, la hidrosfera, la atmósfera, la ionosfera, la magnetosfera… Aún nuevos envoltorios conceptuales aparecen en la edad moderna y contemporánea, la vida inteligente puede nombrarlas. Desde finales del siglo XIX y principios del XX, aparecen una serie de disciplinas que ya no cortan las ciencias en trocitos de especializaciones cada vez más concretas, sino que las integran, en vez de desintegrarlas; tal es el caso por ejemplo de la ecología que aglutina palabras como Biosfera; concepto que debemos a Vladímir Vernadsky, también enseguida adoptada por Teihard de Chardin; hablan de ello como una esfera física geométrica a la par que no pierde la partícula "bio" referente a la vida, es más, Teilhard ya habla de "noosfera", un término aún más desgarrador por la fuerza física y espiritual que encierra una esfera del conocimiento y de la ética en la Tierra.
Este nuevo paso holístico ya es incontenible, no será algo aparte, pero nos descubrirá nuevas capas, entonces comprenderemos mejor a los griegos, este impulso crece y crece en las mentes de los científicos; no será una nueva disciplina, sino un compendio de reglas de sentido común que nadie, como el respirar o el comer, verá como un adorno u obligación, sino como una nueva parte del mundo o del ser humano, dos entidades a las que cada vez es más difícil separar y poner límite o frontera. Ese nuevo impulso ético impregnará la vida como lo hace la atmósfera, palabra usada por vez primera en 1677 por Scheele a partir de los experimentos de Torricelli que desde 1644 realizaba, ellos son "sus descubridores", lo cual no quiere decir que los seres humanos antes de Torricelli no respiráramos.