Carmen Jaca, profesora del departamento de Organización Industrial de Tecnun, Escuela de Ingenieros de la Universidad de Navarra
La defensa de la biodiversidad es nuestra mejor vacuna
Con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente del 5 de junio
Estos últimos meses nos han cambiado la vida de una manera que nunca habríamos imaginado, tanto en el trabajo como en la relación con los demás. Un virus, el COVID-19, ha generado una crisis sin precedentes, con importantes consecuencias, tanto económicas como sociales y ambientales. A nivel económico, muchas empresas han frenado su actividad en seco, mientras otras han tenido que reinventarse o transformar sus operaciones para adaptarse a las necesidades del momento: mascarillas, guantes, geles o respiradores.
Socialmente, esta crisis ha puesto de manifiesto la importancia de algunos aspectos como los cuidados, la sanidad y la educación, a los que no habíamos prestado la atención necesaria. Además, está provocando que la brecha social aumente, haciendo patente que muchos recursos, como los tecnológicos, no están al alcance de todos.
Y esto, ¿qué tiene que ver con el medio ambiente? Pues que el propio origen del problema está en nuestra relación con él. La crisis provocada por el virus, que apareció como por arte de magia a más de 9.000 km de nuestras casas, ha sido consecuencia directa del uso que hacemos de la naturaleza. En este caso, una práctica exótica, como el uso del pangolín para consumo humano ha sido el detonante de una pandemia sin precedentes. No es algo nuevo, situaciones similares en los que otros virus se cruzaron entre especies, alcanzando a las personas, ya ocurrieron con el SARS (2003), H1N1 (2009) y MERS (2012), aunque con un menor impacto geográfico.
Estas infecciones de origen animal aparecen cada vez con más frecuencia, fruto de una creciente explotación de los recursos naturales y de la incursión creciente de los humanos en áreas silvestres. Más de la mitad de las enfermedades infecciosas del pasado siglo tienen su origen en el contacto con especies, derivada de la reducción de los ecosistemas y la biodiversidad. La sobreexplotación de los recursos naturales, como la extracción de combustibles fósiles, la utilización indiscriminada de terreno para un uso agrícola intensivo, la quema y tala de vegetación, el uso de pesticidas o la sustitución de especies vegetales y animales, han alterado de manera importante el medio ambiente. Uno de sus más trágicos efectos es la eliminación de las áreas de contención natural, que normalmente delimitan las zonas entre humanos y hábitats silvestres. Al desaparecer dichas barreras, se establecen pasillos para la trasmisión de patógenos de animales a personas. Pero esto no es todo: el calentamiento global es otra de las graves consecuencias derivadas de la sobreexplotación del planeta.
2020 era el año en la que la mayoría de los países tenía como uno de sus principales objetivos luchar contra el calentamiento global. De hecho, en distintos ámbitos se habían dado muestras de preocupación, desde movilizaciones ciudadanas a nivel mundial hasta los comunicados de urgencia en las sesiones sobre el Cambio Climático (COP25) en Madrid el pasado diciembre, sobre la necesidad de cambiar de rumbo y abordar las medidas necesarias para frenar el aumento de temperatura y la pérdida de biodiversidad en todo el mundo.
Ese mismo mes de diciembre la Comisión Europea anunciaba el “Green Deal” o Pacto Verde Europeo, una hoja de ruta para impulsar acciones orientadas a conseguir una economía sostenible, fijando como objetivo principal la neutralidad climática en 2050 en toda la Unión Europea. La pandemia provocada por el COVID-19 ha dejado en suspenso todas esas buenas intenciones durante casi tres meses, pero también nos ha enseñado que nuestra especie no es menos vulnerable que las demás y que, para cuidar de nosotros mismos, debemos cuidar de la naturaleza. Por otra parte, hemos comprobado que, cuando se necesita, somos capaces de frenar nuestra actividad y priorizar lo importante: las personas y el planeta. Ahora, que parece que vamos a restaurar una “nueva normalidad”, tenemos la oportunidad de hacer las cosas de una manera diferente y tomarnos en serio el ecosistema en el que vivimos.
Este Día Mundial del Medio Ambiente debería ser un momento de reflexión para inspirar el cambio positivo que tantas veces se ha anunciado, firmado y pospuesto. El tema de este año es la biodiversidad: una llamada a la acción para combatir la acelerada pérdida de especies y la degradación del mundo natural. Ahora es el momento de reflexionar acerca de cómo hemos desarrollado nuestros sistemas económicos y qué impacto están ejerciendo sobre el medio ambiente. Tenemos que reconsiderar la forma en la que consumimos y nos relacionamos con nuestro entorno (personas, animales y plantas) y, como empresas, abordar modelos productivos más circulares y bajos en carbono.
La naturaleza nos está enviando un mensaje claro. Tenemos la posibilidad de responder poniendo la vida en el centro y cambiando la manera en que hacemos las cosas. Estos meses hemos sido capaces, como comunidad, de trabajar juntos para salvar vidas y reducir las consecuencias económicas de esta pandemia. Ahora es el momento de aprovechar lo que hemos aprendido para cambiar nuestra relación con la naturaleza.