Gerardo Castillo, Profesor emérito de la Facultad de Educación y Psicología
Las crisis existenciales del hombre posmoderno
El posmodernismo surgió en el siglo XX como reacción contra las supuestas utopías del modernismo. Valora más el sentimiento que la razón. Considera que no es posible mejorar la sociedad, por lo que solo cabe una autorrealización del hombre centrada en disfrutar del presente placentero.
El cambio de cultura entre generaciones suele favorecer las crisis existenciales. Cuando los antiguos esquemas mentales ya no sirven, la persona se desconcierta y puede entrar en crisis.
Todo hombre se pregunta a sí mismo cuál es el sentido de su existencia. Necesita encontrar razones para vivir. El sentido de la vida es resultado de un proceso que se inicia con la socialización primaria en el ámbito familiar. ¿Qué pasa cuando ese proceso se detiene? Pasa que se corre mucho riesgo de caer en el pozo de una crisis existencial. Al ver que su existencia está desposeída de un significado que la haga digna de ser vivida, el hombre siente un vacío interior y una frustración que le angustia.
En algunos casos ese estado es la consecuencia de haber pretendido justificar la existencia en sí misma, al margen de su dimensión trascendente. Quien no respeta el misterio del ser desemboca en el absurdo y en la nada.
El vacío interior se suele notar de un modo especial durante los fines de semana. Mientras el trabajo llena casi todo el tiempo disponible no queda margen para las sensaciones de vacío; en cambio, cuando el trabajo termina, suelen aflorar las frustraciones que estaban encubiertas. Aparece entonces la melancolía como síntoma de la incapacidad para afrontar los desafíos de la vida.
Este problema se puede observar en cualquier edad, pero sobre todo, a partir de la adolescencia, que es cuando las personas comienzan a interesarse por su identidad. Muchos padres creen que la frustración existencial es simplemente una fase pasajera de la adolescencia, ignorando que puede ser algo más profundo y duradero.
Algunos adolescentes y jóvenes de ahora suelen sufrir un creciente desencanto hacia la vida que es expresión de su vacío interior. Para suplir ese vacío se refugian en evasiones perjudiciales y peligrosas: alcohol, droga, ideologías radicales, actividades de mucho riesgo, etc. Les falta valor para estar a solas y encontrarse consigo mismo en un ambiente de silencio exterior e interior. La táctica del avestruz es un autoengaño que no sólo no resuelve los problemas, sino que los aumenta. Cada vez que metemos la cabeza debajo del ala necesitamos tenerla más tiempo en esa posición.
La cultura del posmodernismo sustituyó lo consistente por lo banal. Es una cultura decadente que provocó en el hombre un nuevo individualismo que sólo se atiene a la “ley del deseo”. Esta “ley” establece que cualquier cosa que yo haga es buena si la deseo hacer. Lo que le daría garantía de bondad es que emana directamente de mi deseo; por ese simple hecho quedaría justificada en sí misma, sin que sea necesario un contraste con la norma moral. La única norma es la ausencia de toda norma. En esto consiste la “moral de la tolerancia”.
El hombre que acepta esa pseudocultura frena su “voluntad de sentido” (V. Frankl), ya que se transforma en un narciso hedonista. ¿Cuál es la mejor fórmula para ayudar a ese hombre a recuperar el sentido de la vida?
Las crisis de vacío interior se deben afrontar no por vía de evasión, sino de superación. La vida humana es una prueba de carácter ético; aceptarlo es lo que hace que esa vida tenga sentido para el hombre. Este principio es la base de la Logoterapia, una técnica psicológica centrada en el sentido y significado de la vida.
La Logoterapia aplica una teoría que –a diferencia de otras- valora no solo la dimensión psicofísica de la persona, sino también la espiritual. Fue ideada por V. Frankl tras sobrevivir (física y psíquicamente) a los campos de concentración nazis en los que estuvo internado. El método que le salvó fue distanciarse mentalmente de los duros acontecimientos que vivió y apoyarse en la fe en Dios y en su familia. (Desde la óptica cristiana es más fácil practicar un humanismo que asimila tanto lo positivo como lo negativo de la vida).
La relación terapeuta-consultante se centra en el “encuentro personal” y en una ética respetuosa de los derechos del consultante. Durante el diálogo existencial (que suele ser de tipo socrático) se moviliza la “voluntad de sentido” y se identifican nuevas posibilidades hacia el descubrimiento del significado de la vida.