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El relativismo ético, una amenaza creciente

04/09/24

Publicado en

El Diario Montañés

Gerardo Castillo Ceballos |

Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra

Cuanto más unida, solidaria y cohesionada esté la sociedad, la convivencia entre sus miembros será más armónica

El relativismo es una corriente filosófica y una actitud moral que afirma que todos los puntos de vista son igualmente válidos, por lo tanto, toda verdad es relativa a cada individuo. Niega la existencia de verdades absolutas, ya sea en el ámbito del conocimiento, de la moral o de la metafísica. En el siglo V a. C. Sócrates y Platón planteaban verdades fijas y absolutas. En oposición a ellos, el sofista Protágoras afirmaba que el hombre es la medida de todas las cosas. Esto significa que las cosas son según quién y cómo las mira.

Los famosos versos de Ramón de Campoamor siguen siendo una de las mejores descripciones del subjetivismo: «Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira». El mensaje es claro: nada vale en sí mismo, ningún valor es inmutable, por lo que, inevitablemente, impera el subjetivismo, la arbitrariedad, y el relativismo, en todas las facetas de nuestra vida. A pesar de haber sido muy rechazado a lo largo de la historia, el relativismo ha encontrado en el pensamiento contemporáneo una inesperada y sorprendente acogida.

La sociedad actual vuelve de nuevo a poner como modo de pensar, este relativismo que eleva a verdad y que la impone, por lo que cae en la «dictadura del relativismo», expresión acuñada por Ratzinger: «Se va construyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja solo como medida última al propio yo y sus apetencias. La dictadura del relativismo es como si todos fuéramos miopes. El relativismo ataca la verdad y su posibilidad de conocerla. Si no existe la verdad todo se hunde. Conocer lo falso no es conocer, es desconocer».

El relativismo moral, la creencia en la subjetividad de los valores éticos que varían según la cultura o el individuo, se ha infiltrado profundamente en las estructuras políticas y sociales de nuestro tiempo.

Los relativistas presumen de tolerancia. La realidad es que no consienten que nade cuestione su dogma relativista. Tener convicciones personales se considera intolerancia. Para el relativista todo vale con la excusa del respeto mal entendido y de la libertad entendida como libertinaje, como hacer lo que me apetece, o me interesa, o lo que yo pienso que es mejor para mí de forma egoísta e inmoral.

El relativismo es un dogmatismo, porque eleva a verdad absoluta la propia opinión. Incluso se impone a las demás utilizando leyes que permiten, por ejemplo,el aborto y la eutanasia y lo convierten en un derecho, cayendo así en el totalitarismo y en la dictadura ideológica. La verdad es lo que las cosas son, no lo que me parece que son o lo que quiero que sean, como afirman las ideologías.

El relativismo ético afirma que todo es lícito con tal de que a la persona le parezca bien y le agrade. Se cae así en la permisividad, apartándose de los principios y valores morales. Actualmente se tiende a romper la ley natural con la pretensión falaz de que cada ser humano construya su propia naturaleza, rechazando la que ha recibido. La ley natural implica que hay verdades morales objetivas y universales inscritas en el tejido mismo de la naturaleza del hombre.

En una democracia consolidada, los principios éticos y morales deberían guiar las acciones y decisiones tanto individuales como colectivas. Sin embargo, el relativismo moral ataca este núcleo al borrar las distinciones entre lo que es éticamente correcto y lo que es incorrecto.

El relativismo moral es una amenaza creciente para la deseable cohesión social: para la integración de la ciudadanía en su comunidad. La mejora de la cohesión social no es posible desde la permisividad social: una sociedad con tolerancia excesiva, sin valores, comportamientos y actitudes democráticos que favorezcan la colaboración, cooperación, reciprocidad y confianza.

Cuanto más unida, solidaria y cohesionada esté la sociedad, la convivencia entre sus miembros será más armónica. Por ello, urge establecer un marco ético sólido como guía para la acción política y la vida pública, con el fin de defender los valores democráticos y los derechos humanos.