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Las Mujeres en las Artes y las Letras en Navarra (4). Impresoras y libreras en Pamplona

05/11/2022

Publicado en

Diario de Navarra

Javier Itúrbide |

Doctor en Historia. Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Diario de Navarra, en colaboración con la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra, aborda, mensualmente, de la mano de especialistas de diversas universidades e instituciones, aspectos sobre la relación de la mujer con las artes y las letras en Navarra.

Durante la Edad Moderna (siglos XV-XVIII) el oficio de impresor y librero es considerado “arte mecánica”, un trabajo manual necesario, pero sin relevancia social, alejado por tanto de las profesiones “liberales”, como médicos, letrados o profesores.

En este oficio toda la familia, de una u otra manera, participa en el negocio: el padre es la cabeza, el tipógrafo; los hijos, desde niños, ayudan en el taller y la librería; y la esposa, además de sus múltiples obligaciones domésticas, echa una mano en el negocio y atiende preferentemente las ventas de la librería con la ayuda de un aprendiz.

Las mujeres en la imprenta

Como es conocido, durante el Antiguo Régimen las mujeres no podían ejercer oficios mecánicos. Por ello hay que tener presente la dificultad para calibrar su aportación real al desarrollo de los trabajos de la imprenta en general y en Navarra en particular.

De hecho, cuando heredaban un negocio como podía ser una imprenta, bien sea por muerte del padre y carecer de hermanos o por fallecimiento de su esposo, la solución consistía en el matrimonio de la propietaria con un profesional del oficio cuyo nombre figuraría en el pie de imprenta. En este sentido, los ejemplos son numerosos.

Para seguir la trayectoria de este tipo de negocios se cuenta con una fuente de información fidedigna y permanente: se trata del pie de imprenta. Desde 1558 es obligatorio que en la portada de todo impreso figure el nombre del tipógrafo, la ciudad y el año de publicación. Con esta medida se pretendía identificar a los responsables de impresos subversivos. Pues bien, gracias a esta exigencia legal es posible conocer al titular de un taller de imprenta y, en el caso que aquí ocupa, rastrear la presencia de las mujeres ligadas a este negocio.

No obstante, la imposibilidad de ser titulares de negocios de imprenta, de manera transitoria podían firmar sus trabajos como "heredera de" o "viuda de", y solo excepcionalmente incluían su nombre y apellido. Este el caso en Pamplona de Isabel de Labayen, que en 1669 y 1670 publica su nombre cuando está en litigio la propiedad del negocio. Hay que señalar que este es el único caso que se conoce en Navarra en el que una mujer figuró con su nombre como propietaria de una imprenta. Y lo hizo porque se encontraba en una situación límite: abandonada por su marido, Gaspar Martínez, y enfrentada en los tribunales con su primogénito, Martín Gregorio de Zabala, por la titularidad del negocio. Aunque enseguida se reconcilió con su marido y este pasó a figurar en el pie de imprenta…

Por cierto, dada esta singularidad femenina en la historia de Pamplona, bien merecería que el ayuntamiento denominara una calle con su nombre.

Viudas

Cuando fallece el dueño de un taller sin tener descendencia, la viuda es la propietaria del negocio. No obstante, en el pie de imprenta no aparece su nombre y apellido, y la mención se hace, como hemos indicado, a su condición de viuda del impresor.

Así, por ejemplo, María Ramona Echeverz enviudó de José Miguel Ezquerro en 1783, no se volvió a casar, no había tenido hijos y, en consecuencia, durante los 25 años que vivió, el pie de imprenta proclamó su propiedad “En la imprenta de la viuda de Ezquerro”. El taller lo regentaba un oficial.

Si muere el marido y deja hijos mayores, la viuda es usufructuaria y los hijos propietarios. Ella será la que en calidad de viuda aparecerá en el pie de imprenta, aunque acompañada de su hijo que se ha hecho cargo del negocio familiar, del que tampoco se da el nombre.

Cuando, al cabo de un tiempo, se casa el hijo encargado del negocio, este pasa a vivir con su esposa en la casa familiar y frecuentemente se establece un convenio por el que la madre cede la propiedad al hijo a cambio de que este y la nuera la cuiden hasta el fin de sus días.

Si la viuda no tiene un hijo capaz de asumir la responsabilidad del negocio y ella está en edad de contraer matrimonio, se suele casar cuanto antes con un oficial de imprenta y delegar el “gobierno” en su segundo marido, cuyo nombre figurará en el pie de imprenta, pero no como propietario sino como “impresor”.

Este podría ser el caso de Graciosa de Oroz, que en 1596 enviuda de Pedro Porralis de Saboya. Tiene dos hijos pequeños y un taller que nunca ha funcionado bien. No es por tanto un buen partido y en su entorno no encuentra un candidato, razón por la cual tiene que extender sus pesquisas hasta Logroño, donde un tal Matías Mares, viudo, posee una pequeña imprenta. La boda se concierta inmediatamente. Mares tiene cincuenta años, un hijo suyo se queda al cargo del taller de Logroño, y él se traslada a Pamplona a donde llega con las manos vacías, hasta el punto de que Graciosa le tiene que dejar ropa del marido difunto “por estar desnudo”.

¿Y si la viuda es mayor, no tiene edad para casarse y no tiene hijos? En este caso cede el negocio a un pariente. Nicolás de Asiain, viudo y sin hijos, fallece en 1622 y deja el taller a su madre Micaela Garrués, pero esta, como es anciana y sus hijos han muerto, lo cede a un cuñado librero, Juan de Oteiza, con el que probablemente arrastraba alguna deuda. En el pie de imprenta manifiesta su trabajo con un escueto “Por Juan de Oteiza”.

Los tipógrafos establecidos en Pamplona disputaban por obtener el título de “Impresor del Reyno” porque traía consigo prestigio profesional y, lo que es más importante, un sueldo, así como el monopolio de las impresiones oficiales. Sin embargo, este cargo oficial no podía ser heredado por sus viudas: cuando en 1700 falleció Martín Gregorio de Zabala, su esposa María de Álava solicitó a la Diputación el cargo de “Impresor del Reino” que su marido había disfrutado. Le fue denegado y se nombró a Francisco Antonio de Neira, aunque con la condición de que este debería entregar la mitad de su salario a María de Álava. El mismo criterio se aplicó a los cargos oficiales de “Impresor del Regimiento [Ayuntamiento] de Pamplona” y de “Impresor de los Tribunales Reales”.

Esposas

Los impresores suelen tomar esposa de su entorno profesional, que, al menos en el caso de Pamplona, es reducido y con vínculos de amistad cuando no familiares. Ellas conocen las tareas que les esperan, saben algo del oficio y tienen una cierta preparación cultural. Si un impresor enviuda, en general trata de casarse con premura para garantizar el normal funcionamiento del hogar y del negocio. No se concebía un negocio artesanal sostenido por un soltero. En la segunda ocasión el viudo tiende a contraer matrimonio con mujer perteneciente a una familia acomodada, habitualmente del campo, que garantiza una dote con la que podrá mejorar el taller y la librería. Con frecuencia se trata de una viuda joven y con hijos. De esta manera el matrimonio aporta estabilidad a ella y a él.

Hijas

Las hijas adquieren protagonismo laboral cuando el padre fallece, la madre es mayor, carece de un hijo preparado y, en cambio, cuenta con una hija soltera. La solución suele ser su matrimonio inmediato con un profesional, a poder ser un oficial del taller del que se conozcan sus cualidades profesionales y personales.

Esta situación se produjo a la muerte de Pascual Ibáñez en 1775: en el plazo de tres meses se celebró la boda de su hija Joaquina Ramona con Joaquín Domingo, un oficial de la imprenta. En estos casos la diferencia de edad no era un obstáculo: ella tenía 41 años y él diez menos. Como Joaquina tenía hermanos menores y la madre vivía, la herencia estuvo en trámites un par de años y en este tiempo los trabajos se atribuyeron a los “Herederos de Pascual Ibáñez”. Cuando el conflicto se resolvió a favor de la hermana mayor, la titularidad pasó a nombre de su marido: “En la imprenta de Joaquín de Domingo”.

En el caso de que la muerte del impresor se prevea inminente, rápidamente se busca esposo para la heredera. Así lo hizo Martín de Labayen, quien, al mostrar síntomas de una enfermedad degenerativa, hizo llamar a un impresor navarro del que tenía buenas referencias, y que a la sazón trabajaba en Madrid. Este regresó a Pamplona y se casó con Isabel, la heredera. La boda se celebró en 1643, cuando el padre vivía, aunque por su enfermedad estaba apartado del negocio que había asumido el yerno. Por este motivo, a partir del año siguiente, y de manera poco habitual, en el pie de imprenta figuraron los dos, el propietario y el yerno: “Por Martín de Labayen y Diego de Zavala”.

La boda con la hija de un impresor, aunque esta no fuera la heredera, podía facilitar una trayectoria profesional brillante. El estellés Miguel de Eguía, cuando era un joven desconocido, en 1518 se casó con María, hija de Arnao Guillén de Brocar, el primer impresor en la historia de la imprenta en Navarra. Este era un prestigioso tipógrafo y editor francés que se instaló en Pamplona hacia 1490, donde trabajó durante doce años, de aquí se trasladó a Logroño y finalmente a Alcalá de Henares, a la sombra del poderoso cardenal Cisneros. Así Eguía, mediante ese matrimonio, afianzó una carrera profesional que le dio prestigio y riqueza.

Un paso adelante: 1790

En 1790, tenía que suceder en el Siglo de las Luces, una real orden anuló “la ordenanza de cualquier gremio, arte u oficio que prohíba el ejercicio y conservación de sus tiendas y talleres a las señoras viudas que contraigan matrimonio con quien no sea del oficio de sus primeros maridos”. Esta disposición afectaba, por supuesto, al “arte” de la imprenta, cuyas propietarias en lo sucesivo ya no se verían obligadas a casarse con un profesional del oficio para conservar el “ejercicio y conservación” de su negocio.

Esto fue en teoría, pues en la práctica las mujeres, al menos en Navarra, continuaron sin figurar con su nombre y apellido como titulares de sus negocios. Por ello, como advertíamos, es difícil valorar en su justa medida su aportación en este ámbito profesional y empresarial.