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Rafael Alvira, un Sócrates que nos deja

06/02/2024

Publicado en

El Debate

Montserrat Herrero |

Catedrática de la Facultad de Filosofía y Letras e investigadora del Instituto Cultura y Sociedad. Universidad de Navarra.

Rafael Alvira (Madrid, 1942), catedrático emérito de Filosofía de la Universidad de Navarra, ha fallecido el 4 de febrero en Madrid, a los 82 años. Maestro de filósofos durante más de cuatro décadas, fue decano y vicedecano de la Facultad de Filosofía y Letras y uno de los impulsores del Instituto Empresa y Humanismo. Él ha sido para muchos de los que hoy somos profesores tanto en la Universidad de Navarra como en muchas otras universidades de las Américas, del resto de Europa y África, un maestro. Efectivamente es larga la lista de quienes dimos con él los primeros pasos filosóficos: todos muy diferentes. Cada uno con su idiosincrasia. Sin formar “escuela”: una expresión del espíritu de libertad que alentó siempre su docencia. 

Rafael Alvira se incorporó a la Universidad de Navarra en 1980 como catedrático de Historia de la Filosofía, pero antes había ejercido su magisterio durante 12 años en la Universidad Complutense de su ciudad natal, Madrid, “a mucha honra”, cerca de su maestro Antonio Millán Puelles, y muy poco tiempo también en La Laguna. En la Universidad de Navarra dedicó muchas horas esforzadas a las clases, al estudio y a millones de encargos: fue director del departamento de Filosofía y del Instituto Empresa y Humanismo, vicedecano y decano de la Facultad de Filosofía y Letras, director de numerosas ediciones de las Reuniones Filosóficas, IP del Instituto Cultura y Sociedad, director de la Cátedra de Música, y un largo etc.

Además, contribuyó a abrir nuestro espacio académico a otras universidades españolas y también a muchas internacionales, como lo muestra la cercanía que han tenido con nuestro claustro grandes académicos extranjeros, que también se han contado entre sus colegas y amigos: Pieper, Grimaldi, Spaemann, Anscombe, Geach, Brague, Pöltner, Dougherti, Vigna, Nicolaci, Broadie, Incardona… La lista se podría extender mucho. Muchos nos hemos beneficiado de estas sólidas relaciones en nuestra andadura académica, a cuyo lado las firmas de convenios entre universidades palidecen.

Pero, sobre todo, ha sido un “servidor” de todos: hasta la última persona que se ha acercado a llamar a su puerta ha encontrado escucha y reconocimiento. Igual da que fuera el expresidente de Portugal Ramalho Eanes (a quien dirigió su tesis doctoral), un alumno de primero, un doctorando, el consejero delegado de Iberdrola, el presidente de Sener, un antiguo alumno que venía a contarle sus penas, un empresario de algún foro regional o un colega del departamento o de alguna otra universidad. Rafael Alvira encarnó la pasión por la igualdad, mejor que muchos que se tienen por exquisitos demócratas. 

Tras la mirada inteligente de Alvira, como le llamábamos, se escondían muchas horas de lectura y reflexión sintetizadas en una propuesta filosófica original, que en muchos sentidos es más postmoderna que reaccionaria, por mucho que considere la Revolución Francesa como el acontecimiento más significativo para entender lo que puede suponer una ruptura epocal, y no precisamente de signo positivo. Su antimodernidad se proyecta en un modo de filosofar en el que la voluntad toma un papel preponderante, tal como lo escribe en Reivindicación de la voluntad. Esa intuición fundamental se vierte en su antropología desarrollada en La razón de ser hombre; y en multitud de análisis acerca de las cuestiones más diversas de índole metafísica o práctica: la vida cotidiana, en su Filosofía de la vida cotidiana; la familia, en El lugar al que se vuelve; la cuestión de la unidad y el límite; el concepto de “buena voluntad”; o la idea de los “subsistemas y trascendentales sociales”, por citar sólo algunos de temas. En sus más de 16 libros y 310 artículos, Alvira no nos deja “estudios de filosofía”, sino una “posición filosófica”.

En la consideración de la vida, en el giro antropológico, en la debilidad de la razón sin la presencia del amor, es decir, en los temas, esa posición es postmoderna. Pero en su lógica interna es absolutamente clásica: heredera de la inspiración platónica, elogia la palabra frente a la escritura, la contemplación esencial de la idea frente a la hermenéutica, la unidad frente a la fragmentación. Escribir en las almas: este fue el lema del profesor Alvira durante todos estos años de magisterio y, coherente con este lema, ha derrochado sus energías con amable generosidad en la Universidad de Navarra, en otras universidades españolas y en las de aquellos otros países que acudían a su magisterio, de los continentes europeo, africano, americano y asiático. Somos muchos los que sólo podemos decirle hoy en su despedida: ¡gracias profesor Alvira!