José Víctor Orón Semper, Investigador del ‘Grupo Mente-cerebro’ del Instituto Cultura y Sociedad
Términos y mentalidades. Deseo y sensibilidad
Deseos del tipo que sea no nos faltan. Bueno, salvo que nos asalte la acedia, el demonio de mediodía que decían los monjes, el cual nos hunde en una ausencia de deseo y despierta cierto tipo de tristeza. Con la acedia se pierde la capacidad de movilizarse incluso frente a lo bueno y atractivo. El deseo nos mueve y la acedia nos introduce en una inapetencia existencial. Salvo esa triste y entristecedora situación, como decía, no nos faltan deseos y deseamos mucho. Sobre el deseo, nos podríamos preguntar muchas cosas: ¿Hay algo que no pueda ser deseable? ¿Se puede desear lo malo? ¿Es el deseo educable? Y en el caso de serlo, ¿Hay que educarlo? Y ¿Qué sería educar el deseo?
Ya Aristóteles dijo que el virtuoso desea lo bueno. Hacer lo bueno no es signo de virtud si además uno no goza haciendo el bien y, por tanto, lo desea en sí mismo. El problema es que no hay forma de definir lo bueno para una situación concreta. Uno podría pensar que enfadarse no es bueno, pero no está tan claro, ya que hay momentos en los que enfadarse es lo bueno. Fue también Aristóteles quien dijo que la gracia está en enfadarse en el momento, de la forma, con la persona, etcétera, adecuada. Cuando todo ha pasado, podemos decir lo que era bueno y lo que no lo era. Analizar el pasado es posible. En muchas disciplinas se hace. Por ejemplo, qué fácil es ver cómo los economistas explican lo que pasó cuando ya pasó. Pero eso no quiere decir que sepan predecir. Si se supiera qué es lo bueno en cada situación, se podría predecir lo que va a pasar actuando de una determinada forma. Pero a nivel concreto, y la vida siempre es concreta, no se sabe qué es lo bueno hasta que se ha hecho. Estamos de acuerdo en que existe lo bueno, pero cuando cada persona empieza a explicar qué es lo bueno, ya no está tan claro. Si lo bueno existiera de una forma clara y evidente, sería muy fácil tomar decisiones. Cuando decimos que existe lo bueno, creo que en verdad lo que existe es el deseo de hacerlo bien.
Aparentemente el deseo nos mueve para aproximarnos a algo o alguien. Pero, ¿Es el deseo quien nos mueve o simplemente el movimiento es deseo? Es decir, ¿Me acerco a algo porque lo deseo o el deseo es la acción de acercarse a algo? ¿Es el deseo una función humana, como pueda serlo el ver, o es el deseo una descripción de una forma de vivir? Las funciones humanas pueden educarse y, por ejemplo, se puede enseñar a mirar para hacerlo de una forma concreta. Estemos atentos a que cuando decimos que educamos el ver, en verdad no educamos el ver, sino el mirar. Ver es una cuestión biológica, vemos como podemos no como queremos. De igual modo, oímos como podemos. Pero mirar es otra cosa pues, por ejemplo, interviene la voluntad. Así pues no puede educarse el ver sino el mirar. El ver, más que educarlo, hay que desarrollarlo. Cuando a un animal al nacer se le tapan los ojos y se le dejan tapados durante años, al destaparle es ciego y sigue ciego. Por eso la vista también tiene que desarrollarse y para eso hace falta que la persona viva conforme a su naturaleza. Pero el mirar, además, puede educarse. De forma similar, el escuchar puede educarse, pero el oír puede desarrollarse o atrofiarse. Pienso que el desear se parece más al ver y menos al mirar y, en ese caso, no cabría hablar de educación del deseo sino de desarrollo del deseo.
Se puede mirar bien o mirar mal, pero siempre se ve bien (si el órgano ha sido desarrollado). Y ¿Qué pasa con el deseo? ¿Se puede desear mal? ¿Se puede desear lo malo? Ya que hemos empezado con clásicos, sigamos con clásicos. Ahora con Sócrates. Ya aparece en él una idea que tendrá mucho desarrollo en la filosofía y es que, estrictamente hablando, desear, solo deseamos el bien, solo bien-deseamos. Podríamos decir que cuando deseamos algo malo, en verdad deseamos lo que de alguna forma vemos como bien en ese mal. En verdad, un mal deseo no sería desear algo malo sino desear un bien cuando igual habría que elegir otro bien. En ese sentido, se trataría de una competencia de bienes que resolvemos de una forma concreta que no siempre es la que nos hace bien. Por ejemplo, cuando deseamos vengarnos, deseamos algo bueno, que es querer, eso sí equivocadamente, quitarnos de encima algo que nos ha hecho daño. Pero, uno no mal-desea vengarse puesto que es bueno desear quitarse un mal recibido. El problema no está en desear vengarse sino en mal-comprender que es lo que conviene eliminar. Si alguien nos insulta deseamos vengarnos y eso está bien, pero la venganza no se satisface por eliminar al que insulta, sino por eliminar el efecto del insulto restableciendo la relación dañada.
En ese sentido, no se trata de educar el deseo en sí, sino de aprender a mirar o comprender la realidad que tenemos delante y conocer por qué la vivimos como la vivimos. Se podría educar el deseo si pudiéramos decidir desear o no desear o si el deseo fuera un acto de conocimiento voluntario. Pero no decidimos desear, sino que nos encontramos deseando lo que deseamos. Se puede educar el mirar, pero no el ver. Se puede educar el escuchar, pero no el oír. En tal caso, se puede educar el conocer la realidad presentada y la realidad de uno mismo para así saber por qué conozco como conozco y quiero lo que quiero. El desear es parecido al ver y al oír. El ver y el oír no se educan sino que se desarrollan. Es decir, si a una persona se le proponen unas experiencias de visión adecuadas, la sensibilidad para ver crece. La capacidad para mirar con más detalle se reconoce con la palabra sensibilidad. Si ver u oír lo ponemos en paralelo al desear, también cabría hablar de un desarrollo del deseo, que se concretaría en un desarrollo de la sensibilidad, pero ya no es una sensibilidad de un sentido exterior como el ver, sino una sensibilidad de un sentido interior, de un ver interior que me permite ver la realidad que se me presenta y verme a mí mismo con total profundidad.
Es decir, el problema de lo que normalmente llamamos malos deseos, no está propiamente en el deseo, sino en el conocer y el querer y en el ser. Dicho de otra forma, el problema está en la inteligencia, en la voluntad y en la persona. Conociendo como se conoce, se desea lo que se desea; queriendo lo que se quiere, se desea como se desea; siendo como se es, se desea lo que se desea. Por eso, es mejor centrarse en el conocer, el querer y el ser, o dicho de otra forma en la inteligencia, la voluntad y la persona. Por otro lado, no se trata de que haya que pensar, querer y ser de una forma concreta. Si lo hiciéramos así, estaríamos pensando que la persona no sabe ni pensar, ni querer, ni ser. No se trata de que tenga que pensar algo, querer algo o ser alguien, sino de ayudarle a que ella piense, quiera y sea. No se educa el mirar poniéndole a alguien unas orejeras de burro, ni se educa el escuchar poniéndole unos cascos con lo que tiene que oír. Ni se educa el ser diciéndole a alguien lo que tiene que ser. Estos actos son actos manipulativos y despóticos. Se educa el mirar cuando la persona descubre por qué mira como mira. Se educa el escuchar cuando la persona descubre por qué escucha como escucha. Se educa el ser cuando la persona descubre por qué es como es. Cuando conozco por qué miro, escucho y soy como soy descubro que en verdad hay otras formas de mirar, escuchar y ser. Y, ante la presencia del rostro del otro, descubro que puedo mirar, escuchar y ser de otra forma para encontrarme con él.
Vamos a centrarnos en el desear. Decíamos que no cabe educar el ver sino la sensibilidad para ver. De forma similar decimos que no cabe educar el desear sino la sensibilidad para desear. Primero la persona necesita saber por qué desea como desea. Desear no es un capricho o algo que uno elija. Es ridículo mirar una bebida azul y autosugestionarse pensando “me va a gustar, me va a gustar, me va a gustar” y luego beberla para que guste. Gustará o no gustará en función de muchas cosas, pero no de la autosugestión. Más aún, si llegase a gustar a causa de la autosugestión, sería peor, pues sería lo mismo que ir encerrándose en sí mismo y no encontrándose con la realidad (eso se llama locura). Así pues, lo primero que hay que hacer con los deseos, es preguntarse por qué se desea lo que se desea y esa pregunta sólo se responde a través de otras preguntas: ¿Cómo entiendes lo que te está pasando? ¿Por qué quieres lo que quieres? ¿Por qué quieres ser de esa forma?
Estoy seguro de que solo esas preguntas bastan para darse cuenta de que conocer las fuentes del deseo requiere un gran y profundo autoconocimiento. Y cuando se ha recorrido ese camino, no solo sé por qué deseo lo que deseo, sino cómo vivo y me entiendo. En este camino, lo que hacemos a partir del deseo es muy similar a lo que hacemos a partir del sentimiento. ¿Por qué siento lo que siento y de la forma como lo siento? No en vano, el sentimiento también comparte algo con el deseo y es que los sentimientos generan un tipo de tendencia en función de cómo se interpreta el mismo sentimiento.
Pero aún falta algo muy importante y es la educación de la sensibilidad. No se educa la sensibilidad diciendo con qué o con quién tiene uno que ser sensible. La sensibilidad se educa a modo de resonancia. La presencia del otro me descubre quien soy. Cuando un diapasón (instrumento para afinar la guitarra) suena en “la” y se apoya en la guitarra, únicamente la cuerda afinada en “la” vibra. Cuando la persona se encuentra con otra persona, su ser personal vibra. Cuando vemos a los demás y los vemos como personas eso pasa. Si al otro lo veo como empleado, como medio para comprar algo, o peor, como enemigo, mi ser personal está dormido. Pero cuando veo al otro como persona, mi ser personal resuena. Educar en la sensibilidad es permitir que la persona resuene al encontrarse con otra persona.
Si lo indicado es correcto, lo que habría que hacer, una vez conocido por qué se desea como se desea, es educar la sensibilidad de una forma muy sencilla, ayudando a ver que el otro es persona. Educar la sensibilidad no es más que ayudar a ver la persona que está en cada sujeto. Y, por un efecto de resonancia, me conoceré a mí mismo como persona. Si veo a la persona, soy sensible a la realidad personal y se despierta en mí un sentimiento de conmoción, pues me descubro en ella y la contemplo singularmente como persona y ella apela a mi persona. ¿Qué vas a hacer ahora que me has visto? Educar la sensibilidad es educar a ver el carácter de persona en la persona. Quien ve lo que ve y como lo ve, deseará lo que desea.
No nos faltan buenos deseos. Deseamos cosas muy buenas y lo malo que deseamos, lo deseamos porque en ello vemos algo bueno. La experiencia me dice que cuando una persona no tiene necesidad de vivir a la defensiva, descubre que tiene muchos, muchísimos buenos deseos. Pero cuando la persona se siente agredida y se pone a vivir “en modo supervivencia”, el mundo de deseos se desordena.
Pero no es que haya que ordenar los deseos desordenados. Tristemente son muchos los que entienden la persona como un “saco de deseos” y que cada uno opera de forma contraria o diversa a otros y que hace falta poner orden en ello. Poner orden al saco de deseos es perpetuar a la persona en un estado ya de por sí patológico, pues la persona se vive como un saco de deseos cuando ya ha sido dañada. Kohut, un psicoanalista, decía que la persona se ve como un saco de impulsos cuando su madre le ha tratado como tal (da igual que sea complaciendo o negando sus comportamientos). Pero si la madre trata al niño como persona y no simplemente se sitúa ante comportamientos que complacer o controlar, el niño acabará conociéndose como alguien (self) y no como saco de impulsos. Por eso querer ordenar impulsos u ordenar deseos es perpetuar a la persona en una situación ya patológica. Cuando uno se descubre con lo que llamamos deseos desordenados, el camino que necesita hacer empieza por preguntarse: ¿Cómo me vivo y cómo me entiendo para vivirme como saco de deseos? Cuando nos vemos como saco de deseos, no nos vemos como persona ¿Por qué no veo que soy persona? Y ¿Cómo descubrirme como persona? Uno no se descubre como persona mientras no descubra que alguien le quiere como persona. El niño se descubre como persona por resonancia, cuando la madre lo trata como persona. Al descubrirme como persona, descubro que yo soy más que mis deseos y, por tanto, no se trata de ordenar los deseos sino de vivir como persona en relación con las otras personas. En ese momento, los deseos empiezan a operar no destructivamente en oposición, sino como punto inicial para el encuentro interpersonal.
La educación emocional de UpToYou tiene mucho que ver con lo indicado. A partir de la realidad emocional, la persona se pregunta ¿Por qué siento como siento? Y empieza un camino que le lleva a conocer la complejidad de su vida y cómo cualquier emoción, hasta la que nos pueda parecer más elemental y biológica, en verdad es expresión de cómo la vida de uno se condensa o cristaliza de una forma concreta. Cuando la persona descubre que ya no es un saco de emociones que emergen como setas esporádicas, sino que las emociones hablan de nuestra vida más personal, entonces uno empieza a conocer la complejidad de su propia vida. El conocimiento de tal complejidad es el mejor sitio para vernos como persona, pues sin nuestro carácter de persona, no se explicaría tal complejidad. De esa forma, uno se hace sensible a la propia complejidad. Aprendiendo a mirar, la persona se hace sensible. Sensible a uno y sensible al otro. Esta es la educación en la sensibilidad que proponemos. El sensible desea lo que le hace crecer a él y a los demás. Si al otro lo ves como persona y te ves a ti mismo como persona, desearás una relación de persona a persona. Si te ves a ti mismo como un herido y al otro como el agresor, desearás una relación agresor-herido. Lo he explicado con el “ver” por simplificar pero no se trata simplemente de un acto cognoscitivo sino también de quererse y querer como persona.
Cuando tu hijo se obceca en algo deseándolo de una forma que solemos llamar equivocada, no le corrijas el deseo, pues no mal-desea. En lugar de eso: ayúdale a que sepa por qué desea eso y de la forma cómo lo desea; ayúdale a ver la complejidad de las cosas; ayúdale a ver a la persona. Con esto crecerá en sensibilidad, se conmoverá al ver al otro y deseará en función de tal conmoción.