06/04/2023
Publicado en
Diario de Navarra, El Comerio, La Voz de Avilés, El Diario Montañés
Gerardo Castillo Ceballos |
Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
En una sociedad que mitifica la juventud sin más mérito que su edad, la vejez queda relegada a un segundo plano. Se tiene miedo a envejecer porque la sociedad nos transmite una visión negativa de esa fase de la vida. Ser joven sería una oportunidad, mientras que ser viejo sería un problema. Así lo da a entender la proliferación de anuncios publicitarios en los que los viejos tienen apariencia de jóvenes gracias a una determinada crema antiarrugas o a un tipo de crecepelo. Detrás de estas ofertas comerciales existe un mensaje: “Eres viejo porque quieres, sé joven”. Las palabras vejez y viejo últimamente están cayendo en desuso por su supuesto anacronismo. A quienes lo aceptan les vendría bien saber cómo expresa el valor de lo viejo el filósofo inglés Sir Francis Bacon: “Vieja madera para arder, viejo vino para beber, viejos amigos en quien confiar y viejos autores para leer”. Las buenas personas, como el buen vino, mejoran con el tiempo.
El término vejez se está sustituyendo por algunos eufemismos: la tercera edad, la edad de oro, nuestros mayores, etc. Pero edulcorar la realidad de la vejez evidencia que no se la valora, debido a los prejuicios hacia esa etapa del ciclo vital. La vejez no necesita maquillajes. Para Cicerón, «el viejo no puede hacer lo que hace un joven, pero lo que hace es mejor».
En todas las culturas hasta tiempos recientes se veneraba a los mayores. Los ancianos eran reconocidos y respetados, tanto en las propias familias como en la sociedad. El Papa Francisco ha escrito que “en la cultura tanto familiar como social los ancianos son como las raíces del árbol: tienen toda su historia ahí, y los jóvenes son como las flores y los frutos. Si no viene esta savia, si no viene este “goteo” de las raíces, nunca podrán florecer”. Para ilustrar esta idea cita un verso de Francisco Luis Bernárdez: “Lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado”. Para M. Pieper, la vejez bien entendida implica olvidarse del ‘ya no’ para centrarse en el ‘aún no’”.
La neuróloga italiana Rita Levi Montalcini obtuvo el Premio Nobel de Medicina a los 77 años por el descubrimiento del primer factor de crecimiento del sistema nervioso. Posteriormente publicó “El as en la manga: los dones reservados a la vejez”. Desdeñando las lamentaciones típicas sobre la vejez, explica que el cerebro humano puede seguir funcionando con perfección en edades muy avanzadas. La tesis del libro es que “en el juego de la vida el as es saber utilizar las propias actividades mentales y psíquicas, sobre todo en la fase senil”. Se negó a jubilarse por considerar que la gente que lo hace suele abandonarse y enfermar.
Robinson Cuadros, médico geriatra, afirma que la vejez no es sinónimo de enfermedad; añade que los ancianos no son inútiles, pero pueden terminar siendo inutilizados por la sobreprotección que se suele ejercer sobre ellos.
Hay que aprender a envejecer de forma inteligente, optando por un “envejecimiento activo”. Ese concepto lo propuso la OMS a finales de los años 90 para sustituir al descanso total del “envejecimiento saludable”. La misma OMS lo definió como “el proceso de optimización de las oportunidades de salud, participación y seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida a medida que las personas envejecen”. Personalmente comparto esa definición, pero pienso que lo que se ofrece a los ancianos no es suficiente; faltan medidas para liberarles del ostracismo social que suelen sufrir. No basta darles medios de vida, hay que darles también razones para vivir.
A pesar de esa propuesta de la OMS, en algunos ambientes sigue predominando el tradicional envejecimiento pasivo. Suele ser una consecuencia de haber concebido la jubilación como un descanso total que conlleva la liberación de todo tipo de deberes. Uno se jubila de su trabajo profesional, pero no de la vida.
Cada día perdemos un poco de juventud biológica, pero también podemos crecer en juventud de espíritu. “Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena” (Ingmar Bergman).
Envejecer es tan solo una cuestión de tiempo, pero saber envejecer es un arte que conlleva desprendimiento. Supone no aceptar ser solamente sujeto de necesidades. “La vejez es una gracia a la que hay que corresponder; cuanto más largo es el camino de nuestra existencia, más debe alejarnos de nosotros mismos. La rueda de los días, al mismo tiempo que desgasta el cuerpo, debe agudizar el alma.” (Gustave Thibon).