Leire Labaka, Investigadora de la Catedra de Catástrofes de la Fundación Aon en Tecnun- Universidad de Navarra
La crisis sanitaria: resultado de la interpretación errónea y falta de información
La frase más repetida en las noticias desde el comienzo de la pandemia ha sido “No sabemos”, lo que demuestra que no nos hemos preparado, y por ello, no hemos podido tomar decisiones rápidas y certeras.
La clave está en estudiar datos, metadatos e información y analizar cómo la falta de captura y análisis completo de los datos afecta a la comprensión de la propagación del coronavirus y, por consiguiente, a las decisiones que lo rodean.
Hemos presenciado tres tipos de reacciones gubernamentales para luchar contra esta enfermedad. La primera, ejemplificada por Corea del Sur y Alemania, fue la realización masiva de pruebas para tener información sobre la que fundamentar sus decisiones. Países como España e Italia tuvieron una actitud de ilusión asumiendo, sin información de apoyo, que el impacto no era tan grave. Reaccionaron tarde y eso retrasó la respuesta, obligando a tomar medidas drásticas, como el aislamiento total. La tercera fue una negación irresponsable a pesar de las evidencias en otros países. Brasil y EEUU retrasaron las medidas justificándose en los efectos secundarios económicos. Ahora reaccionan con medidas extremas, ante una presión constante para poner más énfasis en la economía, relajando el aislamiento social, de nuevo, sin basarse en información fiable.
Para enfrentarse a desafíos desconocidos, es necesario estar preparados y tener capacidad científica para desarrollar conocimientos sobre la marcha. En este siglo ha habido otras pandemias de las que aprender, como las H1N1 y SARS, las de ébola o el dengue. Esas experiencias no siempre son suficientes para que las autoridades sepan cómo gestionar situaciones nuevas y desconocidas.
Varios científicos anunciaron la posibilidad de la propagación del COVID-19, pero pocos gobiernos actuaron con prontitud y ninguno se preparó totalmente para esta posibilidad. Además, las lecciones de las recientes epidemias decían lo contrario: una pandemia puede ser identificada y controlada durante sus primeras etapas. Virus como el SARS-CoV y el MERS, apuntan a enfermedades muy graves, pero con un número de casos muy bajo (8.439 y 2.519 casos totales con tasas de mortalidad del 9,6 y 34,3%, respectivamente), y ambas pandemias pudieron ser contenidas. Estos hechos transmitieron la falsa impresión de que no teníamos que adoptar las medidas necesarias desde el principio.
Cuando el COVID 19 fue identificado en China nadie preveía la magnitud del problema. Este virus se propagaba más fácil y rápidamente que sus predecesores, el SARS y el MERS. Los tres tienen en común el modo de transmisión, pero las autoridades no aplicaron esos conocimientos para apoyar la toma de decisiones en relación con la infraestructura necesaria para hacer frente a la crisis.
Esta pandemia nos obliga a gestionar una situación nueva desde el punto de vista social y de las infraestructuras. Lo más novedoso es la cuarentena como instrumento para "aplanar" la curva de propagación y evitar el colapso sanitario. Es una alternativa drástica, con efectos colaterales sociales y económicos. Pero, ¿había otra opción? Sí, siempre y cuando hubiéramos tenido información más precisa sobre los infectados. Realizando pruebas de forma masiva, el gobierno podría haber aislado sólo a los positivos, manteniendo al resto en sus actividades diarias.
Los datos publicados en las noticias generan confusión y dan lugar a interpretaciones engañosas. Cuando hablan del número de personas infectadas se refieren al número de personas que dieron positivo en una prueba en algún momento, lo que tiene un significado bastante diferente al de total de infectados. Al principio, sólo se les hacían las pruebas a las personas con síntomas y al personal médico. Por ello, no sorprende que la tasa de mortalidad fuera tan alta, en algunos países hasta de un 10%.
Pensando en el futuro inmediato, seguimos sin encontrar respuestas concretas porque no tenemos suficiente información. Suponiendo que el virus no mutase y que los anticuerpos durasen un período de tiempo razonable para desarrollar una vacuna, la mejor situación es la de una persona que se infecta, reacciona produciendo anticuerpos, se cura, es inmune y no puede infectar a otros. Esa persona podría volver a sus actividades habituales sin temor, aunque no es seguro cuándo.
Si esto se aplicara a todos, incluyendo la porción de población que no ha sido infectada, la pandemia estaría controlada y los casos esporádicos se identificarían rápidamente, tratándose en consecuencia. Un tratamiento exitoso aceleraría este resultado y reduciría los fallecimientos.
Es difícil predecir cómo será el mundo cuando la crisis termine. Independientemente de lo que ocurra, cabe esperar que cambie la actitud de los gobiernos hacia la ciencia. Las inversiones públicas y privadas deben dirigirse a la ciencia y a la investigación que realmente importa para un mundo sostenible. La preparación para el cambio climático, las catástrofes naturales, las pandemias y un mundo más equitativo y menos injusto, debe ser prioritaria para evitar un futuro catastrófico.